La sorpresiva encrucijada del siglo XXI

Por Mario José Pino

Con el despertar del nuevo siglo, y a medida que la ilusión del “fin de la historia” se desvanece, emergen contradicciones y el sistema global se torna confuso e insuficiente. Hacia el fin de la primera década ya no se dudaba en definirlo como caótico. En el 2007 y 2008, el colapso financiero, que aún perdura, y del que sólo han sido ganadores los propios financistas; en 2014, la ocupación de Crimea demostró la carencia de herramientas preventivas; en 2020 la pandemia del Covid-19 terminó con la vida de más de seis millones de seres humanos, pero también dejó expuesto un universo de codicia, desigualdades e incapacidades para resolver problemas globales. Ahora, la invasión a Ucrania, a medida que se torna más preocupante el conflicto del Estrecho de Taiwán, está desatando una carrera armamentista sin control y flaquea el sistema institucional junto a las reglas del comercio global. Este es el panorama del tiempo que vivimos.

El empeño y la porfía de una ideología sostiene que el mundo solamente tropieza por la perfidia de un par de líderes desatinados, algunos de los cuales eran homenajeados como héroes ejemplares hasta hace muy poco tiempo; bastaría con que desaparecieran de escena, a como dé lugar, y el problema podría quedar resuelto. El magnate George Soros -probablemente el más empinado exponente del sistema neoliberal- concluyó su exposición en el Foro Económico Mundial declarando que el colapso de la humanidad quizás sólo pueda evitarse “derrotando rápidamente a Putin”. Sobre el otro hombre en cuestión, el antes venerado Xi, opina que, en virtud de haber equivocado el camino, a fines de este año puede ser arrojado del poder por los disidentes internos del Partido Comunista Chino. Apuestas aleatorias y de dudosa consistencia.

La falta de confianza entre los líderes mundiales comprometió cualquier intento de articular sistemas efectivos y perdurables en el último cuarto de siglo. La desconfianza como fenómeno político no solamente es privativo de los ámbitos internos de los países, sino que define este momento de la Humanidad. En medio de la escena, irrumpió Donald Trump a la cabeza de la nación central del poder mundial. De esta manera, abrogado el principio de la buena fe, condición sustancial en la construcción diplomática de un sistema internacional, las tensiones requieren de liderazgos y esfuerzos que, en estos momentos, evidentemente escasean.

Estados Unidos y China se encuentran en un proceso irreversible de una rivalidad que puede deslizar en una guerra que no es inevitable, pero si posible. Graham Alisson escribió en 2017 su obra “Destinados para la guerra”, que subtituló: “¿Pueden América y China escapar a la trampa de Tucídides?” (aquella según la cual, cuando un poder emergente desafía al constituido, la puja termina inexorablemente en guerra). El autor estudió detalladamente los últimos 500 años de historia de conflictos, en que poderes emergentes desafiaron al poder establecido, y encontró 16 casos anteriores al actual; de ellos, 12 terminaron en guerra y cuatro con el reconocimiento pacífico del nuevo poder terminando, como en el caso del desafío de Estados Unidos a Inglaterra.

Allison anhela -y comparto- que el actual conflicto finalice engrosando el número de cuatro, y no el de las doce guerras. La crisis está adquiriendo su propia dinámica, y el colapso de la civilización nunca se temió tanto como ahora. Los propios líderes de las potencias no dejan de señalarlo, cada vez con más insistencia. Se cita habitualmente a Tolstoi, que, en “Guerra y Paz” (1867), declara que el más poderoso guerrero es el tiempo y la paciencia; China parece haberle puesto condiciones a su tiempo, y la paciencia no adorna las virtudes de los EEUU.

Los ojos del mundo estuvieron puestos en el desarrollo de los encuentros en el “Shangri-La Dialogue”, celebrados en Singapur entre el 10 y el 12 de junio. Lo que ha trascendido de la reunión privada entre el secretario de Defensa de Estados Unidos, Lloyd Austin y el ministro de Defensa de China, Wei Fenghe, sólo permite inferir que la gravedad de la situación no se ha disipado, y el ánimo de recelo, sospechas y amenazas está presente.

China, lanzada a la conquista del centro del poder global, recela de EEUU y sus socios del Occidente Global sobre el crucial Taiwán, y advierte que, de a poco, Washington se ve más tentado en cometer el error de abandonar su política de “una sola China”. La independencia de la Isla, como lo acaba de declarar oficialmente Wei Fenghe, significaría la guerra.

La resolución de la guerra de Ucrania, incierta por el momento, tendrá consecuencias estratégicas trascendentes y Occidente debiera tener cuidado en una ruptura de Europa con Rusia que, después de una historia estrecha de alianzas y conflictos, pero asociadas en la construcción de un orden internacional de casi 600 años, la arroje a estrechar aún más sus vínculos con China, estableciendo un nuevo sistema de equilibrios geopolíticos.

 

Abogado y diplomático

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