Matar a una mujer

Pedro D. Allende (especial para HDC)

Matar a una mujer

En “Vivir con nuestros muertos” (2021), Delphine Horvilleur evoca el rol en este atolondrado siglo XXI de Azrael, el ángel de la muerte en la tradición hebrea. Señala la filósofa y rabina que es consustancial a la humanidad creer que podrá expulsarlo de los hogares y circunscribirlo a hospitales y geriátricos “como para proteger a los vivos de una morbosidad que no tiene cabida en el espacio doméstico”. Aportando empero que la realidad es lo suficientemente convincente para mostrarnos el límite de estas pretensiones, ante la ocurrencia de evidentes señales que no queremos percibir.

Esa sensación de imprevisión vuelve a sacudirnos con cada muerte violenta de una mujer originada en el exclusivo hecho de serlo. Todos recordamos al primer “Ni una menos”, el 3 de junio de 2015. Sobre la base de registros periodísticos, la ONG “Ahora sí que nos ven” contabilizó, entre aquella fecha y el 25 de mayo de 2022, 1.995 femicidios en Argentina (hoy traspasando los 2.000 casos).

En enero, Córdoba llora tres muertes: Rocío Lezcano, 30 años, de Río Cuarto; Sofía Bravo, 26 años, de La Carlota; Valeria Oviedo, 21 años, de Despeñaderos. Nada se sabe de Anahí Bulnes, 36 años, desaparecida en la capital el 5 de diciembre pasado.

Fueron 15 los femicidios en Córdoba durante 2022 (14 víctimas asesinadas por parejas o ex parejas), sobre un total nacional de 233 muertes (según registros oficiales, pero para organizaciones civiles sumarían 249 o 275, con aproximadamente un 60% de asesinatos acometidos por parejas o ex parejas). Comparando con otras causas de muerte en mujeres a nivel nacional, poco menos de la mitad de los suicidios o las leucemias, prácticamente el mismo valor en mielomas. En 2021 fueron 15 femicidios (251 víctimas nacionales) y en 2020, 13 casos (251 en el país).

Aún con leyes específicas y un crecimiento de las competencias que el Estado aplica para contener situaciones de violencia, no pareciera que la práctica de matar a mujeres por el simple hecho de serlo se encuentre en retirada. ¿Cómo horadar ese espeso mundo interior en el que la mayoría de los femicidios se cometen? Según la ONG “Ahora sí que nos ven” (datos de 2022), en el 87% de los casos, el femicida pertenece al círculo íntimo de la víctima. Si coligamos que en al menos 213 infantes perdieron a sus madres, imaginemos la desgracia que adiciona el desengaño de esas niñas o niños frente al femicida, en muchos casos el padre de sangre o de afecto, o una persona de confianza.

Los femicidios configuran una patología social que pudo ser visibilizada, como lo señaló -entre otras- Rosa Montero, por la reciente deconstrucción de la cultura sexista. Esas violencias se sumergían en la oscuridad de un orden social que por milenios permitió el abuso de poder, como Montero lo ilustra en “El peligro de estar cuerda” (2022) refiriendo a sórdidas vivencias sufridas por autoras como Emily Dickinson o Virginia Woolf. Esta exposición en carne viva debe permitirnos asumir al femicidio como grave problema de salud pública, al configurar una defección frente al cual el sistema (sus planos sanitarios, social, educativo, policial o judicial) no encuentra solución. Representan avances las líneas telefónicas, los centros de atención, la educación sexual, los botones antipánico o la capacitación de funcionarios. Pero las muertes siguen aumentando y ya inciden sobre el total de fallecimientos en circunstancias violentas.

Hay que dar otro paso para derrotar a la epidemia y, en sistemas presidencialistas como el que nos toca, ello sólo es posible cuando el problema se asume como urgente desde el mismísimo sillón mayor de la casa de gobierno.
Pese a la visibilidad empujada por referentes del campo civil o la reingeniería estatal mencionada, una arraigada matriz sexista impide transformar en profundidad. Repasemos los últimos tres discursos de apertura de sesiones legislativas de Juan Schiaretti: nada dijo en 2020 sobre el tema, hablando de conectividad, economía del conocimiento y rutas; tampoco en 2021, cuando tuvo frases para el covid, los incendios, computadoras, gas natural, cloacas; no lo hizo en 2022, donde enunció bondades del “modelo Córdoba” y se quejó por los subsidios de transporte o la grieta.

Veamos qué ocurrió con Alberto Fernández: en 2020, refirió a temas vinculados a su antecesor (desde el FMI hasta el ARA San Juan), la economía, la justicia, el Mercosur, o la interrupción voluntaria del embarazo, sin hablar de violencias o femicidios; en 2021, anunció la futura creación de equipos preventivos en violencia (no habló de las muertes) y criticó el funcionamiento judicial, destacando acciones realizadas (línea 144, cupos laborales trans y creación de un Consejo). En 2022, en un discurso en el que paseó por variados tópicos, realizó una lateral referencia a los centros anunciados el año anterior.

Tampoco Mauricio Macri, en sus años en la Rosada, dejó aportes. En 2016 eludió el tema y sí habló del bicentenario, la pobreza, los fondos buitres, empleo, corrupción o narcotráfico. En 2017, mencionó al INDEC, la conectividad, la inflación, la educación, la tecnología, sin referencia a los femicidios o la violencia. En 2018, otros asuntos movilizaron al Presidente (la sequía, FMI, achique de ministerios, los “setenta años de crisis”). En 2019, apenas una mención a las niñas víctimas de abuso sexual (en el marco del debate sobre el aborto legal), el G20, sin anunciar acciones para contener las muertes de mujeres por el hecho de serlo.

Hasta aquí, los que gobiernan eligen mirar hacia otro lado. ¿Aparecerá el femicidio en este último año? ¿Se lo reconocerá en todas sus dimensiones? ¿Qué ocurrirá en la campaña electoral? ¿Qué iniciativas para abordar la patología y detener las muertes presentarán los candidatos?

En tanto, las víctimas, una cada poco más de 30 horas en la Argentina, nos abruman a todos; profundo rastro que debería obligarnos a saber más sobre aquellas que ya no son, e impelernos a establecer canales ciertos para que esas muertes absurdas no se repitan.

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