Es momento de máxima cautela y mucha prudencia por parte de las cancillerías occidentales. La inesperada caída de Al Assad es una buena noticia para el pueblo sirio, pero no debemos olvidar que la ha liderado Hayat Tahrir Alsham, del Movimiento para la Liberación del Levante, que fue rama de Alqaeda hasta 2016.
EE.UU. e Israel
El mapa de Oriente Medio que dejó Trump con los Acuerdos de Abraham es pasado. Los ataques terroristas del 7 de octubre de 2023 iniciaron una alteración del tablero regional, con una desproporcionada respuesta en Gaza, una intervención militar en el Líbano, un Mar Rojo con serias amenazas de los hutíes, el asesinato de Ismael Haniyeh en Teherán, Nasrallah en Beirut, y Yahyia Sinwar en Gaza; un Netanyahu perseguido por la Corte Criminal Internacional, y por si fuera poco, la fulminante caída de la dinastía Al Asad, tras 50 años en el poder, y tras haber sido readmitido en la Liga Árabe después de 10 años repudiado. Para los que nos dedicamos a las relaciones internacionales el panorama actual en Oriente Próximo es simplemente insólito.
Trump ya adelantó por X su postura al afirmar que EE.UU no deben jugar ningún papel en esta guerra “que no es nuestra”. Habría que ser ingenuo para creer que Washington va a permanecer al margen, debido a las implicaciones para la seguridad de Israel de este cambio, al tener a las puertas de los Altos del Golán a afiliados de Al Qaeda. De hecho, Netanyahu ya se ha adelantado, desplegando su ejército en la zona desmilitarizada que separa Israel de Siria.
Trump se enfrenta a una región de Medio Oriente muy compleja en la que no le quedará otra opción que responder a los desafíos que surjan, siendo su prioridad la defensa de Israel. Queda en entredicho la creación de un futuro estado palestino, mientras que el mapa que presentó Netanyahu ante la Asamblea de Naciones Unidas está pasando de ser meramente aspiracional a premonitorio.
Irán y el Eje de la Resistencia
La caída de Al Asad es un golpe de muerte al “Eje de la Resistencia” formado por Irán y sus milicias. Hezbolá, que ha sido clave en la supervivencia de Al Assad, está en su peor momento. La caída inhabilita su principal cadena de suministros (armas y otros) entre Líbano y Siria (el Valle de la Bekaa). Además, supone la ruptura de la continuidad territorial del eje (entre Irán, Irak, Siria y Líbano).
Irán ha evitado entrar en un conflicto abierto con EE.UU e Israel, utilizando a sus vástagos en la región. Si la llegada de Trump ya era una mala noticia para Irán, la caída de la dinastía de Al Asad empeora aún más su prospectiva en la región. Podemos estar ante el final del eje de la resistencia. Ali Al Jamenei ya tiene serias razones para plantearse el fin de sus aspiraciones, y al igual que Putin su prioridad es la supervivencia de su régimen.
Rusia
Rusia está sufriendo un gran desgaste en la guerra de Ucrania y el fin del régimen en Damasco es un duro golpe para Putin en Medio Oriente. Todo apunta a que Putin ha tenido que hacer duras concesiones para su supervivencia política, como el dejar caer a Al Assad perdiendo influencia en Medio Oriente para optar así a un acuerdo para el fin de la guerra de Ucrania y por ende, su continuidad en el poder. Su fuerte presencia en Siria y el Sahel ha sido un gran desafío para los intereses occidentales y su salida de Siria abre un nuevo horizonte. No sería de extrañar que Trump mediara una paz entre Rusia y Ucrania y que esta fuera una de las condiciones.
En definitiva, la caída de Bashar al Assad abre una etapa de gran incertidumbre para el futuro de Siria y eleva las tensiones en la región de Oriente Próximo y a nivel global. Cautela máxima y prudencia.