Pelosi en Taiwán, ¿error no forzado?

Por José E. Ortega y Santiago Espósito

Pelosi en Taiwán, ¿error no forzado?

Al morir Guangxu (1908), presuntamente envenenado por su esposa Cixí -falleció un día después- implosionó la Dinastía Qing. El sucesor Puyi (2 años de edad) contó con un regente (Zaifeng), incapaz de conducir la compleja organización territorial civil y militar (8 virreyes, 18 gobernadores), con más de 400 millones de habitantes.

Puyi abdicó en 1912, concluyendo con dos milenios de imperio. Los jerarcas políticos territoriales disputaron liderazgos, con temporales secesiones. Empezaba a nacer la República de China, constitucional, mientras el Japón multiplicaba su influencia en este “país de países”; ingresando en paralelo, tamizados por su impronta, el comunismo -refractario al liderazgo nipón- y el anarquismo.

La década siguiente seguirá enfrentando a feudales y nacionalistas -Kuomingtang- que desde Wuhan tomaron el poder. El Partido Comunista Chino (PCC) se les acopla inicialmente, pero un temprano reemplazo de liderazgos entronizó a Chiang Kai-Shek en el gobierno, quien, tras reducir a los rebeldes del viejo régimen, se enfrenta abiertamente (1927) a otro joven comandante: el comunista Mao Tsé Tung. La guerra civil se sostiene hasta 1937, cuando Japón vuelve a invadir el territorio y obliga a una alianza, hasta 1945. En la posguerra, renace la contienda interna.

En 1949, las tropas comunistas ingresan a Beijing y en la Plaza de Tiananmén Mao proclama la República Popular China. Chiang se va replegando hasta concentrarse en la isla de Formosa, o Taiwán, ayudado por la significativa capacidad militar instalada allí por los EEUU cuando el conflicto bélico mundial. Se lleva a la isla dos millones de personas, que se suman a los seis que entonces residían.

Desde la capital de la isla, Taipéi, Chiang gobernó hasta su muerte (1975), sin abandonar sus pretensiones de reunir nuevamente bajo su órbita a los dos países (siguió utilizando la denominación República de China, aunque gradualmente se fue imponiendo la de Taiwán). EEUU financió su desarrollo (como el de la Comunidad Económica Europea, Japón, Corea, Israel o tantos estados o sistemas internacionales constituidos en la Guerra Fría), pero la necesidad de procurar alternativas frente a su carrera con Moscú llevó a Nixon -asesorado por Kissinger- a cerrar filas con Mao desde 1971. En ese año Taiwán perdió su estatus de miembro de la ONU, y en 1979 Washington rompió relaciones institucionales con Taipéi (aunque las mantuvo comercial y militarmente) y las estableció con Beijing. Nacía el principio de “Una sola China”. Tallaron en ese cambio de percepción la emergencia de figuras como George Herbert Walker Bush, un experto en política exterior y en China, en la que ejerció funciones durante 1974 y 1975 (antes de conducir la CIA y luego ejercer como vicepresidente de Reagan ocho años, para ser elegido presidente en 1988). Y, tras la muerte de Mao (1976), la consolidación en 1978 de su contrafigura: Deng Xiaoping, profundo reformista socioeconómico, pero firme defensor del sistema de partido único. Se inauguran relaciones diplomáticas y comerciales.

En tanto, la “República de China” se hizo definitivamente Taiwán, virando de una dictadura hacia un estado constitucional semi presidencialista, con cinco poderes (a los clásicos -con Legislativo unicameral- suma auditoría y servicio civil), que desde 1996 elegirá democráticamente a su Jefe de Estado (el primero nacido en la isla) que sin renunciar a su reconocimiento soberano concentrará su pretendida jurisdicción (que el sistema internacional, por presiones de China, no reconoce jurídicamente, aunque la admite de hecho). En cuanto a su relación con Beijing, se descomprimió desde fines de los 80, autorizando viajes, intercambios comerciales y cesando el estado de guerra en 1991.

Beijing nunca renunció a su pretensión soberana en la isla, que hoy alberga unos 23 millones de personas, y se reservó la potestad de accionar militarmente (2005) si hubiera una declaración formal de independencia taiwanesa. Reanudan vínculos (2008), firmando un tratado de cooperación (2010) y concretando una cumbre bilateral (2015), en Singapur. Se dice que esta línea tendía a mostrar a la República Popular como un socio principal confiable para todos los países del Pacífico, tanto para su litoral norte (incluido Japón) como hacia el sur de China y más allá, hasta alcanzar Oceanía. Procurando instalar una agenda comercial y política menos influida por los EEUU.

Pero, en 2017 y 2019, la administración Trump concreta importantes provisiones de armamento, con protestas del propio Xi Jinping. Con una presidenta más proclive a avanzar sobre la idea independentista (Tsai Ing-Wen, respaldada por declaraciones de Biden sobre su propia contribución militar, si fuera necesario), Beijing rearmó la zona durante 2020 y 2021.

La visita (2 de agosto) de Nancy Pelosi, tercera autoridad de los EEUU, encendió las alarmas. Biden fue advertido por su colega Xi Jinping sobre la inconveniencia de la gira, que desde las más altas esferas del gobierno norteamericano se había sugerido aplazar.

Beijing suspendió su participación en la agenda de cooperación ambiental y judicial, entre otros asuntos, siendo llamado por la Casa Blanca su embajador en Washington. Los principales aliados occidentales expresaron desacuerdo con la visita, también criticada internamente, por sectores de opinión y académicos.

¿Por qué se concretó Pelosi una visita tan inoportuna? Si los intereses empresariales -en particular los relacionados el mercado de armas- son el móvil principal para que una delegación de lobistas concrete esta inconcebible intromisión, que estadistas de otrora surfearon exitosamente, tanto la causa como su resultado sólo puede generar desprestigio para Washington; como también preocupación respecto a la lucidez de sus principales ejecutores de políticas, mientras el mundo se sigue complicando y los fantasmas más temidos siguen firmes, a la vuelta de la esquina.

Salir de la versión móvil