Pensando estratégicamente

Por Eduardo Ingaramo

Pensando estratégicamente

Cuando nos agobia el vértigo local, del día a día que controlamos poco o nada, mirar estratégicamente puede ayudarnos a disminuir la angustia que nos provoca. Para ello mirar el mundo y una historia más prolongada que incluya eventos similares o procesos que se dan hace años, es un primer paso. Veamos.

En un mundo globalizado, en un acelerado proceso de des globalización multipolar, donde se están generando bloques y sub bloques comerciales, financieros, tecnológicos y militares que, aunque todavía son inestables, comienzan a perfilar sus contornos.

Europa y EEUU parecen marchar juntos, no sin contradicciones, en donde la UE ve que como su socio logra sacar provecho –vendiendo armas y combustibles- mientras ella sufre los costos de la confrontación con Rusia y en especial el boomerang de las sanciones impuestas.

Euro-Asia –Rusia y sus aliados regionales-, China e India parecen coincidir en lo comercial y financiero, mientras que sus conflictos históricos mutuos son puestos en pausa, en donde el grupo BRICS –Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica- están reasumiéndose como un bloque con importancia estratégica tras la locomotora china y el uso de monedas propias, reemplazando al dólar como moneda de cambio y reserva.

África está siendo cooptada por China y se plantean algunas disputas con el bloque UE-EEUU que además está procurando –vía OTAN y otras alianzas militares- mantener su rol de gendarme global.

América Latina atisba como un bloque débil y diverso que navega entre ambos, procurando obtener beneficios de esa “tercera posición” entre el imperio que no quiere retroceder y el que aún no termina de nacer. En ella, los temores al imperialismo que desde hace siglos la somete son referencias para tener cuidado en no caer en un cambio que consista en cambiar quien sostiene la misma correa.

En definitiva, esos mecanismos imperiales son los mismos que existieron durante el dominio español y británico, los actuales de EEUU y los que se plantean con China. O sea, créditos, endeudamiento, inversión en infraestructura, tecnologías y comercio extractivo en una distribución internacional del trabajo que no nos favorece.

Solo que, por ahora, China (y Rusia) no buscan o no pueden recurrir a un control ideológico, militar o político, como sí lo han hecho a su turno Europa y EEUU, que no tienen tapujos en reconocer su intervención en la política interna de nuestros países e inclusive golpes de Estado (ver las declaraciones a CNN de Michel Bolton, ex secretario de Defensa de EEUU).

Nuestro país ha sufrido como casi todos los países latinoamericanos ese accionar imperial, típico de las relaciones centro-periferia, que nos hace pendular entre la producción primaria (agropecuaria, minera y algunas veces hidrocarburíferas) sostenida por grupos conservadores, y una incipiente sustitución de importaciones industriales, que por su tamaño, discontinuidades y debilidades no ha logrado consolidar un proceso de desarrollo sostenible, que nos ha hecho retroceder en el contexto internacional.

Allí interviene un segundo factor estratégico a escala global, la tecnología que claramente en las últimas décadas ha estado reconfigurando un mundo a dos velocidades, la de los sectores que industrializados y tecnológicos que cada vez requieren menos trabajadores en relación de dependencia y las de los sectores que quedan fuera de esos procesos.

No resulta extraño entonces la alianza empresaria-sindical que ignora, invisibiliza, descalifica y frena el desarrollo de la economía popular que constituyen el resto de los trabajadores cada vez más numerosos, o la que pueden desarrollar los propios consumidores organizados en cooperativas y mutuales.

Es que desde el “Prosumo” (un concepto que implica producción para autoconsumo) que planteó Alvin Toffler para cosas tales como la generación distribuida de energía o la autoconstrucción de viviendas, hasta las formas de organización social más complejas, como el cooperativismo y mutualismo, son acosadas, ignoradas, invisibilizadas o desacreditadas, a sabiendas que ellas pueden competir con éxito ante las empresas lucrativas.

Es bueno recordar que el sistema de salud privado argentino se formó a principios del siglo XX, desde mutuales de colectividades, que la mayor cadena distribuidora minorista nacional de los 80 –Supercoop El Hogar Obrero- fue destruida por la hiperinflación y el plan Bonex menemista de 1990, mientras que cuatro de las cinco mayores empresas de seguros son cooperativas. O que han sido destruidas cientos de cooperativas agrarias y decenas de bancos, cada vez que “la libre empresa” impuso sus condiciones a través de la captura del Estado.

Es que el neoliberalismo desconfía del libre mercado, que incluiría a las empresas basadas en iniciativas sociales que con pertenencia territorial pueden desplazarlas y acortar las cadenas de intermediación.

Mientras que el Estado desconfía de su capacidad de representación que les quitaría protagonismo a sus políticas públicas clientelares, y generaría conflictos con empresarios y sindicalistas.

Un contrasentido de los reclamos empresarios concentrados liberales, neoliberales o libertarios que reclaman competencia, pero persiguen a quienes son sus competidores más eficientes y eficaces.

En un país con larga historia de organizaciones sociales, la sociedad sigue intentando mecanismos de autogestión de trabajadores y consumidores cada vez que existe una necesidad que pueda ser satisfecha de ese modo asociativo. Hasta que no se reconozca ese sector desde el Estado y se les dé un marco favorable de desarrollo que lo consolide como un sector de probada pertenencia territorial no será posible una verdadera inclusión.

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