A las maestras y los maestros se nos presenta el desafío de incentivar la lectura, de construir un hábito en el que se esconde un placer. Algo similar ocurre entre quienes enseñamos literatura en la secundaria. Revisamos libros de años anteriores, nos replanteamos formas de abordaje, en ocasiones rescatamos ciertos textos que juzgamos importantes, u otros que consideramos imprescindibles.
El objetivo va más allá de enseñar un contenido en particular, un tema, una unidad. En realidad, buscamos que la lectura trascienda el aula o el tiempo dedicado a una materia.
No es fácil. Menos aún en la escuela, una institución que tiende a subordinar la experiencia de lectura al objetivo de aprobar. Y si aprobar no es sinónimo de aprender -y mucho menos de placer- ¿cómo acompañar los procesos de lectura para generar entusiasmo?
Quizás una manera de renovar el goce de la lectura sea compartir nuestro propio placer por leer e indagar entre las publicaciones recientes, entre las obras escritas en una lengua próxima, cercana, compartida. Quiero decir que no basta con que el texto esté en castellano, ni siquiera en el castellano que se habla en esta parte del mundo. Se trata de que el vocabulario y la retórica se reconozcan como propias para que, de esa forma, el camino de formación del lector comience en territorio conocido. Se trata, en definitiva, de descubrir escritores y escritoras locales que escriben con la lengua que habitamos.
Aquí, un par de opciones para la escuela y otras partes.
Para las infancias (¿sólo infancias?)
Editado por Los Ríos en 2022, “Zombis de porquería y otros cuentos”, del escritor cordobés Pablo Giordano, es un libro versátil, compuesto por seis relatos muy diferentes entre sí pero que logran darle una vuelta de tuerca a ciertos lugares comunes en la literatura para las infancias.
El primer cuento pone al lector en la situación de testigo y espectador de un coloquio de muertos en un pequeño cementerio de un pueblo. A contramano de aquellas historias de terror en las que el personaje del “zombie” se presenta como un ente irracional y guiado por un hambre voraz, acá nos encontramos con cuerpos en descomposición que, por alguna razón, piensan, sienten, exponen sus preocupaciones, sus miedos, sus deseos.
Los muertos de este cuento quisieran ser fantasmas, pero no pueden: cargan con huesos y restos de carne. Deciden, voluntariamente y como si pudieran tomar semejante decisión, ser zombis. Pero tampoco saben muy bien qué es ser un zombi así que se debaten entre salir y cruzar la ruta, con los riesgos que representa, o seguir ahí, como hasta ahora, sin hacer nada por toda la eternidad.
“Mesalina”, el segundo cuento, cambia de tema y de género para contar la historia de una extravagante mesa viviente, que a veces se comporta como una mascota y a veces como un miembro más de la familia. Lo fantástico de la situación intenta ser explicado por los personajes, pero pronto deja de importar si se trata de un espíritu alojado en la madera u otra cosa porque la mesa se deprime y sube al techo, con la firme decisión de arrojarse.
Muy distinto es el tono de “La empresa cinematográfica de la vida real de Eduardo Bud”, otro cuento del libro. La infancia y la adolescencia de un grupo de compañeros de escuela se describe con realismo, pero la historia de Eduardo Bud se ubica al límite de lo imposible cuando decide complementar la vida cotidiana con recursos cinematográficos, guionando, musicalizando y hasta incorporando efectos especiales a las necesidades sentimentales de quien lo requiriese.
El humor, la exageración, la recreación de voces infantiles y, en especial, la ausencia de enseñanzas en clave moral, permiten leer cada cuento de “Zombis de porquería” con un asombro renovado y la certeza de diversas interpretaciones en cada lectura.
Para más grandes (¿más grandes?)
Martín Cristal publicó, en 2018, “Bosque Bonsai”, un precioso libro-objeto con treinta microrrelatos ilustrado por El Esperpento, seudónimo del editor y diseñador Mauricio Micheloud. Cada uno de los textos recorre un camino propio que oscila entre lo mitológico y lo histórico, la fábula, la alegoría o el retrato de la vida real.
La brevedad de cada texto tiene una potencia singular, similar a la de la poesía. Las palabras van formando posibilidades de lecturas y permite lecturas metafóricas abiertas en un juego de sentidos inagotable. Colabora con este juego cada ilustración, que da cuenta de las tramas espiraladas en las que se pierden algunos personajes o la relación especular que enfrenta realidades opuestas y, a la vez, similares.
“Bajo un cielo hay un mar; bajo ese mar se extiende otro cielo”. Así comienza “Mar intercalado”, uno de los cuentos. Y prosigue: “En cada una de las dos superficies de ese mar, flota el bote de un pescador. A un tiempo, ambos pescadores arrojan su larga línea al agua oscura. Los anzuelos se enganchan entre sí; los pescadores creen que un pez ha picado. Forcejean con pareja habilidad. No saben que el que se canse primero será arrastrado por el otro a las profundidades de ese mar intercalado”.
Lo interesante de los cuentos hiperbreves de Cristal es, entre otras cuestiones, que invita al asombro, al descubrimiento de una paradoja o de una idea singular, de distintos intertextos. Y eso funciona como artilugio para detener el tiempo y habitar, por un instante, el placer de la lectura.
En su versión en papel, “Bosque Bonsai” viene guardado en una pequeña caja de cartón que, al abrirla, contiene una larga hoja que despliega páginas en una especie de acordeón literario y artístico para ser leído del derecho y del revés. Pero el libro también se puede leer online o descargar, de manera gratuita, de la página de Ediciones de la terraza, ya que este proyecto editorial es también una apuesta política en pos de democratizar el acceso a los bienes culturales.
Seguramente hay muchas otras lecturas para explorar y, si nos atraen, llevar al aula para convidar con los y las estudiantes, docentes, lectores. Estaremos atentos y compartiendo experiencias de lectura.