Habitualmente, el tema de esta nota sería propio de tiempos y de épocas preelectorales, pero en estos momentos las encuestas sobre la aceptación y rechazo al gobierno, la oposición, los diputados, senadores, sindicatos y organizaciones empresarias y sociales son comidilla del día a día de los medios, y muchos “analistas” confunden más que lo que aclaran.
El marketing y sus herramientas de medición son el modelo básico desde el que hoy todos los científicos sociales miden “lo que pasa”, o “la gente opina”, abusando de interpretaciones parciales, ambiguas y grandilocuentes, hay que tratar de dilucidad de qué se trata cada medición para, al menos, podamos discernir sobre lo que realmente dice cada resultado publicado.
La validez de las encuestas no sólo depende de la cantidad de casos relevados sino, principalmente, del modo en que se hace: cómo se seleccionan los casos, cuántos no responden, y de la relación que establece el encuestador con el encuestado, que determina cuán cierto es lo que responde.
Obviamente muchas encuestas, son verdaderos fraudes, modos de influir de la peor manera en la opinión pública a través de la opinión publicada para confundir.
Más allá de esos dos contextos (de los que debemos cuidarnos) se sugiere que, para cualquier conclusión, deban unirse varias encuestas, obtenidas de distintas fuentes, para evitar ser influidos por el sesgo de confirmación –eso que nos pasa cuando nos quedamos con aquella información que confirma la nuestra- en el que solemos incurrir con frecuencia.
Las mediciones, en marketing, se refieren a cosas o marcas, y en política a personas, ideas o políticas; las medidas posibles se agrupan entre aquellas que hacen a: 1) la recordación; 2) el conocimiento; 3) el reconocimiento; 4) el gusto; 5) la preferencia; 6) la intención de compra; 7) la compra propiamente dicha; y 8) la evaluación de desempeño.
Desde hace tiempo es innegable la recordación que han alcanzado los principales líderes, que suelen acaparar los principales titulares. Una forma de medición es espontánea e implica que son aquellos que se le vienen a la mente sin mencionarlos; otra forma es hacerlo mencionándolos en una lista. En este momento, esa información sólo es importante cuando se trata de personajes de segunda línea, o de alcances geográficos menores que podrían crecer en el futuro, en la medida que pueden ser conocidos en más lugares.
Cuando hablamos del conocimiento, se mide aquello que nos permite identificar en él, o en ella, algunos aspectos generales de su personalidad, rol u opiniones principales, lo que demuestra que lo hemos visto o escuchado alguna vez. También se pueden medir aspectos específicos, que son aquellos que el personaje quiere que se vea, lo que mide su reconocimiento. Esto puede hacerse con mención de esas características o sin ellas; de la comparación entre ambas surge lo que es necesario mejorar de lo que se percibe para alcanzar lo que se quiere comunicar del personaje.
Entre aquellos que recuerdan (conocen) aspectos generales o específicos, se puede medir el agrado o desagrado de su imagen, o de los aspectos específicos de sus propuestas.
Hasta aquí es lo que hoy se puede medir; las que siguen sólo pueden hacerse en los períodos previos a las elecciones, en donde los ciudadanos ya comienzan a decidir entre alternativas que terminarán definiendo los ganadores y perdedores en cada instancia. Incluyen las preferencias entre varios candidatos y propuestas, y, finalmente, la intención de voto (compra), cuando aún no tiene una decisión definitiva; y el voto (o compra) efectiva, cuya definición, en las últimas elecciones, se ha producido horas antes del comicio (lo que explica los desaciertos de las encuestas con los resultados electorales).
Por último, luego de las elecciones también se puede medir su desempeño (del gobierno y la oposición), en donde pueden medirse una gran cantidad de posibles candidatos, históricos y nuevos, además de sus propuestas.
Hoy, la imagen presidencial se mantiene, aunque, en las encuestas, cuando se pregunta por la aceptación de algunas de sus políticas –ingreso (salarios y jubilaciones); de contención social (alimentos, medicamentos, atención de discapacidad); educativas (financiamiento de educación pública, especialmente universitaria), entre otras- su adhesión pierde rápidamente la tendencia positiva.
El relato oficial respecto de los gastos del Estado y la caída de la inflación, que aún es superior a la de la administración anterior, mantiene apoyo en un momento en el que nadie está pensando en elecciones, por lo que los resultados son poco importantes, salvo por el temor que despierta su proyección en los opositores.
Los partidos opositores nacionales, y mucho más en los sectores independientes (provinciales, regionales o sectoriales), fluctúan en sus adhesiones. En todos ellos los conflictos por el liderazgo y las propuestas poco explicitadas y conocidas impiden que hoy la población tenga reales alternativas para comparar con las que tiene el oficialismo.
El gobierno ha ido variando sus prioridades, desde la dolarización, la destrucción del BCRA o la motosierra en el Estado o la apertura del cepo, que han sido descartadas en el corto plazo, a lograr déficit cero o disminuir la inflación, sin poder hacer pie en ninguna de ellas. Mientras que la oposición sólo atina a responder a sus propuestas (DNU, Ley Bases), mientras prolonga los debates en aquellos aspectos centrales, a la espera que el apoyo que el oficialismo aún conserva se diluya por los resultados que no obtiene.
Así, la población tiene una enorme cantidad de información, sesgada, poco confiable y ambigua que aumenta su desazón, desesperanza, ansiedad y angustia.