San Francisco al poder

Por Pedro D. Allende

San Francisco al poder

Cosida en el límite con Santa Fe, más cercana a la capital de la provincia hermana que a la propia Docta, San Francisco se parece más a la vecina hermana que a la propia jurisdicción que integra. Las tonadas con cantito están pasteurizadas como las leches Sancor o Manfrey; y solo suenan cuando las pronuncian forasteros.

En San Francisco, pervive el rastro inmigrante. Los piamonteses son insignia de una clase trabajadora que se hizo fuerte en el campo y se animó a la industria, nutriendo a una amplia clase media que aún tras los coletazos de la eterna crisis argentina, se sostiene. Y donde los estentóreos “porca Madonna”, los concluyentes “niente piú” o “partuma vía” y el peyorativo “fuin” fluyen habituales en el diálogo entre vecinos, aun cuando no registren en profundidad al dialecto original.

El imaginario cordobés siempre fue mirado con suspicacia desde el Este (también a la recíproca) y desde 1983, las cosas no fueron distintas en la política. Aquél histórico 30 de octubre, la UCR cantó victoria con Alfonsín y Angeloz; también en San Francisco, con Ricardo “Toto” Cornaglia, vencedor de una interna contra la oficialista Línea Córdoba, meses antes. El “Toto”, algo mayor, merecía su oportunidad, votado incluso por amigos de otros partidos que, sencillamente, lo querían mucho. En 1986 San Francisco festejó su centenario y se engalanó para recibir al gobernador cordobés y al presidente de la Nación. Pero las tensiones con la Capital y algunas falencias locales agotaron la gestión de Cornaglia. En la oposición talló fuerte un concejal, gremialista: Luis Alberto Llaryora, a quien fotos en blanco y negro recuperan empujado por las armas fuera del Palacio Tampieri (sede del gobierno municipal) junto a las autoridades destituidas, el 24 de marzo de 1976.

Llegaría en 1987 un peronismo renovado con Jorge Bucco (27 años). Un buen equipo y su polenta personal, lo llevaron la reelección en 1991 y tras ella, a intentar la aventura provincial. Le fue muy mal. Refugiado en la intendencia, protagonizó un accidentado tercer mandato, emergiendo desde la oposición en 1999, un cuadro joven que parecía no tener techo: el abogado Hugo Madonna, mimado por el propio José Manuel de la Sota (quien le ofreció la vicegobernación en 2003).

La ambición de Madonna encontró un límite en su propio partido. Ganó su reelección, pero aparecieron dificultades, aprovechadas por el joven concejal Martín Llaryora, quien lo venció ajustadamente en 2007. Lo bancaban Schiaretti y ministros con manejo de “fierros”, pero De la Sota (aun dejando hacer) puso distancia.

Gobernador por los votos (poquitos pero suficientes)

Cornaglia, como muchos en su tiempo, alternó labor política con actividad empresarial. Bucco y Madonna, hijos de la misma burguesía local, pudieron apostar por la política profesional. También Llaryora, parte de una generación casi enteramente criada en democracia, y lector de aciertos y errores en el derrotero de sus predecesores.

Se prometió a sí mismo: San Francisco llegaría al poder. Y no sería como cuando en 1974, la tercera autoridad de la provincia, su coterráneo Mario Dante Agodino, tuvo que poner el cuero al ser destituidos por un oscuro jefe de policía el gobernador Horacio Obregón Cano (luego exiliado) y Atilio López (posteriormente asesinado), iniciándose la debacle cordobesa previa al golpe de 1976. Sería “por los votos”, como le señaló don Mario Dante al propio presidente Perón que pretendía llegar al gobierno, para fundar su negativa a ser interventor provincial.

Huellas que reconoce Llaryora en su camino. En 2007, llevó al palacio Tampieri a jóvenes dirigentes “foráneos” que había conocido antes en Córdoba, mixturándolos con una joven guardia local. Tensionó casi desde entonces con la conducción del peronismo provincial, mientras resolvía una herencia pesada y renovaba a su ciudad. Supo mojarle la oreja a De la Sota en una PASO (2013). Saltó entonces a la Provincia como ministro: con dos mandatos como intendente, era tiempo de dejar la posta local.

Luego vicegobernador y diputado, a diferencia de otros en el Este, entendió que era necesario “acordobesarse”. Gobernó cuatro años la Capital. Aunque trajo la impronta sanfrancisqueña que reivindicó, su modelo fue el radical Rubén Martí, y no sobraron sus antiguos compañeros de ruta en un gabinete promovido por Schiaretti y Vigo. Cierto es que contó con apoyo del Panal, pero supo transformar debilidades en oportunidades (entre ellas la pandemia), limitar al indomable SUOEM y llevar sentido común donde las gestiones de Kammerath, Juez, Giacomino o Mestre mostraron flaquezas.

Con todo, apenas le alcanzó. Como en 2007, cuando mientras Schiaretti vencía por la mínima a este durísimo rival que es Luis Juez, él se imponía por dos puntos a Madonna. Pareciera que Schiaretti, el gran operador de esta elección, hubiera errado en todo: en la fecha (debió ser antes la elección, como pedían en el llaryorismo); en las alianzas (mucho ruido y pocas nueces); en el corte de puentes con la fracción kirchnerista (poquitos puntos pero valía la pena retenerlos); en el manejo de la limitación de la re-re (si esa era la decisión, se debió haber trabajado mejor con los intendentes y legisladores que no repetirían, para impulsar a candidatos más competitivos); en la elección de candidatos, donde derrotas clave en distintos estamentos (intendencias, legislatura, tribunal de cuentas) señalan con precisión que los lamebotas fieles a “Juan y Ale” sin indigeribles para propios y extraños; en la coordinación de la campaña, donde muchos candidatos se quejaron de las dificultades logísticas y de la ineptitud de las personas sindicadas por Vigo y Schiaretti para coordinar; en su manejo de la candidatura presidencial, que confundió al electorado cordobés y permitió a Juez estrechar filas internamente en torno a su proyecto.

Con todo, Martín Llaryora ganó. Con la impronta porfiada y hacedora que distingue a los de su región. Es útil repasar la historia del próximo gobernador de la Provincia, el quinto desde 1983, el primero de San Francisco. Tendrá el gobernador electo varios meses para organizar su esquema y agenda. Y meditar, sereno, sus pasos mediatos e inmediatos. La campaña, imaginamos, habrá dejado sobradas enseñanzas.

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