Ucrania y el orden globalista

Por Mario José Pino

Ucrania y el orden globalista

Vladimir Putin, el líder ruso, acaba de concretar la primera invasión total en Europa, de un país a otro, desde la Segunda Guerra Mundial. La periferia occidental rusa y el estrecho de Taiwan constituyen los puntos de fractura y tensión geopolítica más crítica del globo, donde se enfrentan directamente las principales potencias del orbe con una descomunal capacidad bélica.

Vladimir Vadimiróvich Putin expresa la más rancia expresión del nacionalismo imperialista ruso, y en ello nadie podrá sentirse sorprendido. Tampoco por los argumentos que esgrime, que son los típicos en todas las invasiones que la humanidad ha sufrido, al menos en el último siglo.

“Ucrania no existe”, le manifestó Putin al presidente George W. Bush en el año 2005, en su encuentro en Eslovenia. En la memorable entrevista que le realizó Oliver Stone entre 2015 y 2016, el ruso reiteró claramente su convencimiento de que “los ucranianos y los rusos no son simplemente parientes, son casi lo mismo”, y como símbolo de esa unicidad destacó que nada menos que Nikita Kruschev y Leonid Breznev eran ucranianos.

La obsesión natural de los nacionalistas por la seguridad y la guerra, a la luz de la expansión de la OTAN, impregnaron la conciencia de los derrotados de la primera Guerra Fría.

La invasión también expresa a Rusia en su plena vocación desde que los rus tenían su centro en Kiev, hoy capital de Ucrania, siglos atrás. Pero volviendo a la Rusia post soviética, ya el liberal Boris Yeltsin, en 1993, se quejaba amistosa pero formalmente, ante el presidente Bill Clinton, que Occidente no estaba cumpliendo el Tratado “Cuatro más Dos” sobre la unificación alemana: la OTAN no avanzaría hacia el Este. Desde entonces la Alianza Atlántica incorporó a catorce países de Europa Oriental, lo que habilitó a Putin a que recientemente afirmará que Occidente se estaba burlando de Rusia desde entonces.

Se viven días negros a causa de las acciones. En el corto plazo es probable que Rusia imponga su voluntad a Ucrania. Anticipar un resultado a mediano y largo plazo en una guerra de estas características es aventurado, pues ha comenzado una nueva Guerra Fría, en la que, naturalmente, la cuestionada estructura de los Estados será menos discutida y emergerá una nueva configuración global.

Difícilmente haya vencedores netos y el mundo entero sufrirá las consecuencias. La crisis de Ucrania implica una alteración profunda del sistema internacional caótico vigente, y asegura la creación de un ordenamiento estructurado sobre nuevas bases. El multilateralismo se verá afectado aún más, y ello traerá aparejados pocos beneficios para los países menos importantes, y la fuga de alguna ilusión que pudiese perdurar.

Todo indica que algunos actores principales saldrán fortalecidos. Estados Unidos pareciera encaminarse a recuperar la confianza de sus aliados, y la OTAN, que según Macron se encontraba en muerte cerebral y cuya caducidad se discutía, ha revivido.

Europa está demostrando una unidad que parecía perdida, y en la que Francia y Alemania deberán alterar su rol de suficiencia; Rusia, a punto de convertirse en una voz disminuida, deberá ser escuchada con más y respetuosa atención, y en su alianza táctica con China cobrará mayor importancia.

China, seguramente, verá aflorar nuevas e importantes limitaciones.

El nuevo ordenamiento afectará la incidencia geopolítica de la Cuarta Revolución Industrial, y su propia dinámica acelerará su reacomodamiento iniciado en la presidencia de Donald Trump, y que altera decisivamente en el pretendido orden global y su ideología, el neoliberalismo, como sistema general absoluto, al depender de las decisiones políticas de los Estados.

Crisis, o fracaso, encierran la vivencia y el destino de los postulados liberales. La crisis, desatada por la pandemia del covid-19, ante la incapacidad de enfrentar exitosamente sus consecuencias en todos los órdenes, puede transformarse en fracaso, según cómo evolucione la guerra y el sistema emergente de la misma.

El establecimiento de sanciones económicas, que desde la invasión a Crimea se aplican a Rusia, la ha afectado de manera importante, pero no ha alterado la dinámica impuesta por el Kremlin a sus planes. Lo mismo ha sucedido con las sanciones impuestas a Irán. El nuevo esquema de sanciones económicas, financieras y tecnológicas se diferencia de las anteriores en que afectarán seriamente a toda la economía mundial y no solamente al sancionado, si la diplomacia no apresura sus pasos en la solución del conflicto.

El mundo también se encuentra inmerso en una guerra económica y financiera. La realidad ratifica que los intereses estratégicos y geopolíticos de los Estados tienen preeminencia sobre los intereses internacionales o globales de la economía liberal.

Un mundo global inspirado y regido por los principios de la oferta y la demanda de bienes y servicios, y la libertad del comercio, han quedado bloqueados sine die. Los Estados discuten la imposición de sanciones financieras a personas, corporaciones y países, convirtiendo en letra muerta las supuestas libertades del sistema financiero global. Nada nuevo.

El sistema energético global también se ve alterado por acciones estatales, con lo que se ve afectada la misma creación y distribución de la riqueza.

Las razones políticas se imponen, una vez más, en la toma de decisiones trascendentes de la historia. La no intervención del Estado, postulado básico del credo liberal, aparece claramente como algo impropio de este planeta. El orden libertario global -como el nacional- simplemente no se ajusta a la realidad de las comunidades humanas de ninguna dimensión.

 

Abogado y diplomático

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