¿Y qué hacer con este Martín?

Por Pedro D. Allende

¿Y qué hacer con este Martín?

En la semana política, mientras los micrófonos seguían atentos a la ruidosa renuncia del ex ministro Matías Kulfas y a las vergonzantes confesiones del dueño de La Anónima, Nicolás Braun, sobre las brutales remarcaciones de precios; o algunos se preguntaban cómo haría Santa Fe, con dos nativos en la actual Suprema Corte de Justicia, si se aprueba la ley que establece que los miembros del máximo tribunal se ampliarán a 25 (1 por jurisdicción); o se especulaba sobre la posición de Alberto Fernández en la Cumbre de las Américas… en Córdoba se jugaba una partida extraña.

Tres escenas, atendidas por anfitriones/as que buscan consolidar espacio propio. Una actividad de gestión organizada por Gabriela Estévez, otra similar por Carlos Caserio (ambas en Buenos Aires), y, finalmente, un acto desplegado en su terruño por el intendente villamariense Martín Gill. Todas, convocando a jefes/as locales. Los tres abrevando en la fuente del Frente de Todos, que en la última visita del presidente Fernández atrajo la nada despreciable cifra de 100 intendentes/as que se dieron cita para escuchar la palabra del papá de Francisquito.

Esta vez, los principales puntales de aquel acto medían fuerzas entre sí. ¿Hasta dónde afectaría a Gill la resta empujada por el punillense y la camporista? Quienes conocen pormenores de esa interna, la vienen señalando como un grave escollo para el crecimiento de una alternativa que permita al Frente de Todos mejorar electoralmente en el distrito.

En 2021, Caserio y Gill encabezaron las boletas y mantuvieron el piso histórico: alrededor del 11% del total de los votos, mientras Juntos por el Cambio (con Juez y De Loredo) superaba el 50%, y Hacemos por Córdoba (con Natalia De la Sota y Alejandra Vigo) ni siquiera alcanzaba el piso de mínima que se había impuesto el espacio (25%).

Las respectivas postales de Estévez y Caserio -juntando 15 jefes locales entre los dos- se extraviaron en la intrascendencia; pero sorprendió a propios y extraños el acto de Martín Gill, acreditando, con lista en mano, 110 presencias de intendentes/as, y más de 40 visitas de funcionarios principales de otras tantas localidades del interior provincial.

Fue impactante la reunión en el Amerian villamariense, el pasado jueves 9, si se pondera que sólo grandes repartijas de recursos (no era el caso) atraen semejante concurrencia. Y si se hurga la asistencia por departamentos (como Unión o San Martín, bastiones indispensables de Hacemos por Córdoba), los datos son reveladores. También si se considera la variedad territorial (pues la representación alcanza a vastas regiones provinciales) y la visible mecha de radicales y vecinalistas en un colectivo mayoritariamente peronista.

El schiarettismo ensayó variadas fórmulas (en off) para mostrar que el movimiento de Gill fue digerido. Que si Schiaretti convoca (con chequera en mano), junta 300; que el oficialismo provincial cuenta con los mejores cuadros del departamento San Martín, aún conducidos por el ministro Eduardo Accastello; que el peso electoral que pueda proyectarse desde estas localidades (el 30% del total de municipios provincial) es ínfimo; que la participación de un acto no quiere decir nada, menos aun faltando un año para la elección de autoridades provinciales; que Gill es un desconocido para el gran público; que Schiaretti y Llaryora aún no jugaron sus cartas y estos escarceos serán aplastados cuando la maquinaria se ponga en marcha; que Juan va a ser candidato a presidente y todo cambiará. Etcétera, etcétera. En síntesis: ¡marche un tecito de boldo para la mala digestión!

Dicen cerca de Gill que Fernández, el papá de Francisquito, dejó hacer, muy entusiasmado por el total de intendentes movilizados en Córdoba por las tres vertientes y satisfecho por el atrevimiento de su ex secretario de Obras Públicas (que mantiene llegada en dicha cartera nacional). También, que esta puesta en escena permite al villamariense decir presente por ahora, para retomar cuando tenga una propuesta efectiva para concretar, en 2023. ¿Candidatearse a gobernador? ¿Negociar con el schiarettismo? ¿Tender un puente con Llaryora? En su entorno juegan al misterio, y recuerdan las palabras de Gill en su discurso del jueves: “No me resigno a que el PJ de Córdoba construya con el PRO”.

Gill viene de hacer una campaña provincial importante en 2021. Visitó cuanto foro o despacho fue abierto para la ocasión. Muchos recuerdan que, en la Fundación Mediterránea, se lo presentó (palabras más o menos) como uno de los pocos dirigentes en reales condiciones de protagonizar el recambio generacional indispensable en Córdoba.

Su condición de intendente lo acerca a sus pares. Aceitados vínculos en el entorno nacional abren puertas a sus colegas. El discurso moderado y la buena gestión que se le adjudica despiertan expectativa. Su “training” legislativo lo mantiene como un hombre de consulta del Congreso de la Nación. Un pasado reciente como rector universitario (y amplios vínculos en ese espacio) lo relacionan con mujeres y hombres de la academia dispuestos a pensar por sí mismos.

Si, además, se anima a mostrar vocación de liderar, y votos: ¿qué hacer con este Martín?

Buena pregunta para un schiarettismo, que aún no ha definido su rumbo y que necesitará aliados para hacer frente a un horizonte similar al de 2007, cuando José Manuel de la Sota no podía repetir, y debió llevar de su mano a Juan Schiaretti, mientras trataba de detener innumerables fugas interiores, alcanzando finalmente un estrechísimo triunfo.

Y se iniciaba entonces el camino que hoy se repite frente al actual gobernador: una parada tan complicada como entonces.

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