Lo del domingo 26 de octubre en Córdoba fue más que una elección. Fue un cachetazo de realidad para una dirigencia que creyó que bastaba con los nombres conocidos, las estructuras de siempre y un discurso que hace rato no entusiasma a nadie. Ganó Gonzalo Roca, un casi desconocido, con el empuje de la ola libertaria. Y perdió, aunque fue segundo entre 18 listas, un candidato con años de gestión, contactos y cartel, pero que no supo —o no quiso— abrir el juego. Porque la verdad es que había señales por todos lados. Sectores peronistas que podrían haber sido parte, como Defendamos Córdoba con Natalia de la Sota a la cabeza, o Fuerza Patria, el kirchnerismo cordobés, aunque con más diferencias que coincidencias. Todos afuera, mirando desde la vereda. Y el resultado fue este: un peronismo fragmentado, sin relato, que se quedó hablando solo mientras la gente se fue a buscar algo distinto, aunque no supiera muy bien qué.
Lo de Córdoba no fue solo una elección: fue una advertencia.
Provincias Unidas se presentaba como ese espacio de unidad que venía a romper la grieta, que hablaba de futuro y hasta soñaba con poner un presidente en 2027. Pero la derrota del domingo desinfla ese globo. No solo porque el experimento no prendió, sino porque mostró las contradicciones de un espacio que decía ser oposición mientras acompañaba sin chistar leyes claves del gobierno, como la Ley Bases. Esa ambigüedad terminó costando caro.
Hoy, entre pasillos, se escuchan palabras como jubilarse, dar un paso al costado, renovarse. Militantes que empiezan a mirar a sus referentes con más preguntas que certezas. Porque si algo dejó claro Córdoba es que los nombres de siempre ya no alcanzan, y que la gente está dispuesta a probar con lo nuevo, aunque venga envuelto en incertidumbre.
El mensaje es directo: el poder no se hereda ni se conserva por inercia. Se construye con credibilidad, con apertura, con calle. El domingo, en Córdoba, muchos entendieron —tarde— que eso se había perdido. Porque si algo dejó claro la elección del 26 de octubre es que, cuando la política se encierra, el votante encuentra la forma de golpear la puerta desde afuera.









