En la bulliciosa esquina de Monseñor Pablo Cabrera y Toledo de Pimentel, como en tantas otras intersecciones de Córdoba y de innumerables ciudades a lo largo y ancho de la Argentina, se repite una escena cotidiana: la presencia de limpiavidrios. Este fenómeno, que a primera vista puede parecer simplemente una molestia para algunos automovilistas o una ayuda para otros, es en realidad un reflejo de una realidad socioeconómica compleja que merece ser analizada con una mirada comprensiva y a la vez crítica, pero con la mira puesta en solución que provenga desde los estados municipales, provinciales y nacional.
Para muchos, el trabajo de limpiavidrios es la única opción disponible para generar un ingreso diario. Son personas que, en su mayoría, se encuentran fuera del circuito formal de empleo, sin acceso a beneficios laborales, obras sociales o un salario fijo. La calle, entonces, se convierte en su lugar de trabajo, y el billete, el resultado de su esfuerzo y de la voluntad de quien transita.
Detrás de cada persona que ofrece limpiar un parabrisas hay una historia. Puede ser un joven intentando ayudar a su familia, un adulto mayor buscando complementar una magra jubilación, o alguien que perdió su empleo y no encuentra otra salida. No se trata de un simple capricho, sino muchas veces de una necesidad imperiosa para subsistir.
En primera persona
Alan Ricardo Gaitán tiene 26 y es uno de los limpiavidrios que diariamente, cuando el tiempo lo permite, ocupa un lugar en la esquina de Monseñor Pablo Cabrera y Toledo de Pimentel, a pocos metros de un CPC, en barrio Marqués de Sobremonte.
“Hace seis meses que hago esto, nunca lo había hecho. Sí he salido a trabajar en un carro con caballos, he salido a hacer changas con carretillas. Hace más o menos 6 u 8 meses que yo limpio vidrios. Y bueno, por lo menos la gente me trata bien. Hay gente que te trata bien, hay gente que te trata mal, que se quiere bajar a pelearte, a pegarte. Hay gente, gente, hay gente buena que te ayuda, hay gente que ni siquiera te abre los vidrios, nada. Los días de lluvia tengo que ver qué es lo que hago. O por ahí vengo los días de lluvia y me quedo parado acá hasta que frene el agua y me pongo a hacer unas moneditas, a ver si la gente me ayuda. O si no, veo si consigo quién me preste plata y compro cubanitos, bolsas de consorcios para salir a vender abajo de la lluvia”, cuenta Alan mientras le ofrece su servicio al conductor de una camioneta 4×4, que le dice sí con la cabeza, mientras busca un billete entre sus bolsillos.
Alan le cuenta a Hoy Día Córdoba que está en pareja y les faltan tres meses para ser padres. “En una época tenía un trabajo formal, estaba en una empresa y me pidieron la baja por recorte de personal. También estuve en la empresa Conectar, cubriendo vacaciones”, explica Alan.
La reacción de los automovilistas ante la presencia de los limpiavidrios es variada. Algunos aceptan el servicio sin inconvenientes, incluso con una sonrisa o unas palabras amables, valorando la ayuda y la agilidad con la que se realiza la tarea. Otros, en cambio, manifiestan incomodidad o incluso molestia, sintiendo que son presionados a pagar por un servicio no solicitado o percibiendo la situación como insegura.
Rocío Aro es productora de radio y televisión y aporta su visión sobre el trato y la relación que se genera entre el limpiavidrios y el automovilista: Son muy pocas las malas experiencias que he tenido en general. Si te niegas a que te limpien el vidrio pero tenés un gesto de educación de decir ´no gracias’ o hablar de manera amable con la persona que te quiere limpiar el vidrio no es lo más común que la respuesta sea mala. Me ha pasado muy pocas veces de recibir una respuesta mala o de recibir insistencia y la verdad es que también lo entiendo porque son personas que están en general en un contexto de mucha vulnerabilidad y a veces, por suerte nunca tuve que estar en ese lugar, me puedo imaginar la desesperación que puede llegar a generar tener que juntar el mango para darle de comer a tu familia y recibir tantas negativas. Eso puede generar frustración y sobre todo si esa negativa viene acompañada de un destrato. En mi caso, por lo menos, siempre trato de decir que sí cuando tengo dinero y si digo que no, trato por lo menos de bajar el vidrio y decir amablemente y con una sonrisa ´no gracias´.
La proliferación de limpiavidrios en las esquinas argentinas no es un problema aislado, sino un síntoma de desafíos más profundos como la falta de empleo formal, la pobreza y la desigualdad social. Esta situación requiere un enfoque integral que involucre a los estados, que tienen un rol fundamental en la implementación de políticas públicas que promuevan la inclusión social y laboral, la capacitación y la generación de oportunidades para quienes se encuentran en situación de vulnerabilidad.
La sociedad también debería involucrarse fomentando la empatía y la comprensión hacia quienes buscan ganarse la vida de esta manera, evitando la estigmatización y buscando formas de colaborar constructivamente. También los propios limpiavidrios tienen su parte, quizás podrían explorar modelos de organización o cooperativas que permitan mejorar sus condiciones de trabajo y acceso a derechos, como ya lo hicieron en Córdoba los naranjitas, aunque sobre este sector son mayores los prejuicios del automovilista.
En las calles de Córdoba, como en muchas ciudades argentinas, los conocidos naranjitas o trapitos son una presencia ineludible. Estas personas, que ofrecen o exigen el cuidado de vehículos en espacios públicos, representan un fenómeno urbano que genera un amplio abanico de opiniones, desde la comprensión hasta el profundo rechazo. Si bien es cierto que muchos naranjitas buscan una forma de sustento ante la falta de oportunidades laborales formales, también lo es que su actividad, al desarrollarse en un marco de informalidad y, en ocasiones, de coerción, distorsiona el uso del espacio público y genera situaciones de incomodidad e inseguridad para los conductores. La ausencia de regulación clara, la falta de transparencia en los cobros y la percepción de obligación para pagar por un servicio no solicitado son puntos que alimentan la crítica y el malestar ciudadano.
¿Cómo abordar la vulnerabilidad de quienes ejercen esta actividad sin convalidar prácticas que, en muchos casos, se perciben como extorsivas o que comprometen la tranquilidad de los vecinos?
Habla la calle
Fabián Gómez es profesor universitario en comunicación visual y usa su auto regularmente para ir a trabajar o simplemente movilizarse de un lugar a otro.
-¿Qué ves cuándo los ves?
-Veo mucha desigualdad, mucha falta de oportunidades, veo personas que no han tenido acceso. Me siento una persona con muchos privilegios y me pongo a pensar cuánto nos falta construir desde la educación en todos los niveles para poder proteger a estas personas, acompañarlas y promocionarlas para que sientan que pueden hacer otra cosa.
-¿Cómo reaccionas?
-Cuando estoy en contacto con una persona que limpiavidrios, trato de ser amable, todo lo que puedo, más allá de que a veces me agarran en un horario en el que estoy muy cansado porque vuelvo de trabajar, y bueno, como ellos, por lo general estas personas, esperan algo, un émulo, digamos, un pago por el servicio, yo saco de mi billetera, de mi bolsillo y sí, pago por el servicio que acaban de darme. Veo que reacciono mal cuando otras personas, en otros autos, tienen reacciones hostiles. Ahí sigo verificando la desigualdad inmensa que existe entre personas, a veces de la misma edad, eso me pone un poco en guardia.
Nicolás Benedetto es comunicador social y por su trabajo pasa mucho tiempo arriba de su vehículo: Al trabajador de semáforo, no solo el limpiavidrios, si no en general, lo reconozco como un laburo legítimo. No me molestan, no me dan miedo, me parece loable de hecho. Lo que sí me molesta es la técnica de venta, digamos. Aunque la comprendo al ciento por ciento, creo que es un poco invasiva.
A modo de cierre
La complejidad de este fenómeno nos interpela a todos como sociedad. Es imperativo que los estados –desde el ámbito municipal hasta el provincial y nacional– asuman un rol protagónico en la creación e implementación de políticas públicas integrales. Esto no solo implica generar oportunidades de empleo formal y capacitación profesional para quienes se encuentran en situación de vulnerabilidad, sino también promover activamente la inclusión social y garantizar un marco de seguridad y orden en el espacio público que beneficie a todos los ciudadanos. Algunas acciones podrían incluir programas de formación en oficios, la creación de cooperativas de trabajo asistidas por el Estado o el fortalecimiento de la economía popular con herramientas y recursos.
Pero la responsabilidad no recae únicamente en el Estado. Como sociedad, tenemos el desafío de fomentar la empatía y la comprensión hacia quienes, como Alan, buscan una forma digna de subsistencia. Evitar la estigmatización y buscar formas de colaborar constructivamente, quizás explorando modelos de organización o cooperativas para los trabajadores de la vía pública, como ya se vio en otros sectores, es un paso crucial. Solo así, con una mirada empática pero decidida a la acción y la planificación, podremos transformar estas esquinas de la Argentina en espacios de verdadera inclusión, desarrollo y convivencia pacífica para todos.