“El secreto de la existencia humana no solo está en vivir, sino también en saber para qué se vive”, escribió Dostoievski en medio de una Rusia turbulenta. Más de un siglo después, esa frase resuena con fuerza entre quienes, con un pasaporte ruso en mano, decidieron dejar su país, mientras se desarrolla una guerra que no sienten suya.
Desde que comenzó la invasión a Ucrania aquel 24 de febrero de 2022, miles de ciudadanos rusos han llegado a la Argentina en búsqueda de algo que ya no encontraban en Rusia: libertad, paz, futuro. Córdoba terminó convirtiéndose en un destino inesperado, pero fue el lugar donde muchos de ellos pudieron reconstruirse con la esperanza de una nueva vida.
Ekaterina Kniazeva, de 37 años, buscaba el lugar más lejos posible de la guerra. La primera información que encontró sobre Argentina era que este país tenía una historia profundamente marcada por la migración, y que había servido como refugio para numerosos inmigrantes a lo largo del tiempo. Junto a su esposo y sus dos hijas, no lo pensaron demasiado. Él fue el primero en abandonar el país para evitar ser convocado a la guerra. En apenas dos meses, entre ventas, trámites y despedidas, lograron reunirse en Uzbekistán, desde donde tomaron un vuelo hacia Argentina, sin contactos previos y sin conocer el idioma.
Alexey Glukhov (30), oriundo de Mordovia, llegó a la Argentina en 2023 sin tener ningún vínculo en el país. En esa misma oleada migratoria arribó Andrey Lariónov (35), de Mytischi, quien decidió partir tras el anuncio de la movilización militar rusa. En cambio, Iurii Sukhatskii (30), de Kémerovo, había decidido marcharse seis meses antes de la convocatoria: un mes después del inicio de la guerra y, casi sin pensarlo demasiado, salió rumbo a Kazajistán con lo mínimo, como si fuera un viaje turístico. “Durante una semana dormía sólo dos horas por día, casi no podía comer ni pensar con claridad. Además de la invasión a Ucrania en sí, pasaba otra cosa muy importante, aunque a veces no se le da tanta importancia: Rusia ya estaba muy cerca de convertirse en una dictadura, y con el comienzo de la guerra cruzó claramente esa línea. Antes de llegar a Argentina, llegué a vivir un poco en siete países diferentes. Y recién estando en Córdoba, casi un año después de haber salido de Rusia, entendí que nunca iba a volver. Ahí me di cuenta de que esto era una emigración”, relató Iurii en una entrevista con Hoy Día Córdoba.
Alexandra, de 37 años y oriunda de Moscú, también dejó Rusia luego del inicio de la guerra. Antes de establecerse en Argentina, a finales de 2024, recorrió junto a su esposo diversos países del mundo. Su interés por Argentina nació al ver en YouTube a varios blogueros que compartían experiencias sobre su vida aquí. En la ciudad de Córdoba encontró lo que buscaba: naturaleza, privacidad y tranquilidad.
Un antes y después: la vida en Córdoba
De acuerdo con Ekaterina, quien pasó primero ocho meses en Buenos Aires, Córdoba le recuerda a su ciudad natal, San Petersburgo -la segunda más grande de Rusia y conocida por sus universidades-. Sin embargo, lo que más destaca de su experiencia es la tranquilidad que le genera Córdoba, gracias a su naturaleza y a todo lo que la provincia tiene para ofrecer.
Andrey también se sorprendió con el ritmo de vida “tranquilo” que hay en Argentina. “Es todo lo contrario a Moscú. En Moscú, los días más rentables son los fines de semana. En Argentina, los fines de semana son casi sagrados. Un amigo argentino me dijo: ‘la vida no es para ganar plata, es para vivirla’. Y los argentinos realmente saben cómo hacerlo”, afirmó. “Para nosotros fue realmente sorprendente -y hasta un poco chocante- ver cómo la gente simplemente se sienta en el parque a tomar mate y charlar tranquilo”, resaltó de forma similar, Alexandra.
Un aspecto que los inmigrantes rusos destacan especialmente es la amabilidad de los argentinos. Afirman que la calidez con la que fueron recibidos superó sus expectativas, ya que no era algo habitual en su país de origen. El trato cercano y amistoso, junto a gestos solidarios y una hospitalidad sincera, fueron fundamentales para que pudieran integrarse y comenzar a construir un nuevo hogar lejos de Rusia.
“Somos diferentes, rusos y argentinos, pero estamos aprendiendo a ser argentinos. Aprendemos a ser más tranquilos, a hablar más, a sonreírle a la vida. La vida es difícil para todos, pero podemos vivir con sonrisas”, expresó Ekaterina, quien se siente afortunada por haber hecho muchos amigos: cordobeses, compatriotas e incluso brasileños.
Esa red de afectos la inspira a poner en marcha un proyecto personal: dar clases de ruso a niños de la comunidad que, con el tiempo, comienzan a olvidar su lengua materna, así como a cordobeses interesados en aprenderla. Para ella, estos lazos son esenciales en su adaptación, porque —como resume con una sonrisa— “cuando tienes amigos, personas que entienden tu situación, todo es mucho mejor”.
Y ya que mencionamos la cuestión del idioma, sí, este todavía sigue siendo un reto para los entrevistados. Algunos toman clases particulares —o lo hicieron en el pasado—, pero todos comparten el interés por aprender español como un gesto de gratitud hacia el país que les ofrece una nueva vida. Lo más destacable es que nunca se sintieron solos en ese proceso: al principio, las conversaciones se construían con gestos, pausas y risas compartidas, siempre acompañadas por la paciencia de los argentinos, dispuestos a encontrar la manera de entenderlos. Esa calidez les dio la confianza necesaria para seguir aprendiendo y, con el tiempo, transformar el lenguaje en un puente, y no en una barrera.
Sin embargo, no todo es color de rosa. El aumento de inmigrantes rusos en Córdoba ha generado, para algunos, dificultades a la hora de obtener el DNI y regularizar su residencia. Varios llevan más de dos años viviendo con la “precaria”, un documento que, aunque les permite trabajar, estudiar y residir legalmente en Argentina hasta conseguir la residencia definitiva, no siempre abre todas las puertas. Muchos cuentan que no han podido abrir cuentas bancarias, lo que complica recibir pagos del exterior, especialmente porque la mayoría trabaja para empresas extranjeras.
Estas trabas burocráticas contrastan con otro aspecto que valoran profundamente: la sensación de libertad que han encontrado en Argentina. Además de las sonrisas y la amabilidad de los cordobeses, los inmigrantes rusos se sorprenden por la apertura y libertad que perciben de este lado del mundo. “En Argentina hay democracia”, señala Andrey, mientras Iurii reflexiona sobre el poder de decisión de la gente y la posibilidad de elegir un presidente completamente distinto al anterior, incluso de un sector político opuesto. Algo que, dice, no ocurre en Rusia. “La libertad de ser uno mismo sin sentirse juzgado”, resume Alexandra.
Una mirada sobre Rusia y la guerra
Para muchos inmigrantes, la situación actual de su país es un tema sensible, cargado de emociones y recuerdos que todavía pesan en su día a día. Al respecto, Alexey confiesa: “Ya no lo vivo emocionalmente. Ya no tengo fuerzas para seguir sufriéndolo. Estoy cansado y solo quiero que el conflicto termine y que la gente deje de morir”. A la vez, agrega que lo más extraña no son las cosas materiales, sino las personas. “Mis padres envejecen cada año y no puedo compartir con ellos ese tiempo tan valioso… y eso es muy triste”, lamenta.
En palabras de Ekaterina, es imposible saber si en Rusia hay más personas a favor o en contra de la guerra, porque no se puede expresar públicamente una opinión contraria al conflicto. El riesgo es enorme: cualquier manifestación —ya sea en las calles o a través de las redes sociales— puede costarte más de 20 años de cárcel. Aun así, Ekaterina recuerda haber participado en protestas contra el gobierno, pese a las consecuencias que podría enfrentar. Hoy, mirando atrás, confiesa que siente que deberían haber hecho más para evitar que la situación escalara hasta el punto en que se encuentra ahora. “Yo entendí que no es buena idea que nuestro presidente sea presidente desde hace más de 20 años”, subrayó.
La guerra también mueve mucho dinero y se paga para que vayas a combatir. “Rusia tiene ciudades grandes donde la gente tiene mucho dinero. Otra parte del país es muy pobre y ese dinero es grandioso. Esas personas van a la guerra sin problemas, para recibir esa gran cantidad de dinero y ayudar a sus familias”, explicó Ekaterina.
Ante este panorama, Andrey expresó que la situación de Rusia es muy dura para él. Antes de la guerra, mudarse a otro país era solo un sueño lejano, pese a que no apoyaba al gobierno. “Estoy seguro de que, si me hubiera quedado, me habrían llevado a la guerra por la fuerza (y ya estaría muerto) o me habrían encarcelado por negarme a participar. Es muy difícil dejar todo atrás y empezar de cero del otro lado del mundo. Pero no podía quedarme”, reflexionó.
Iurii, por su parte, relató que la situación en Rusia comenzó a deteriorarse mucho antes de la guerra: hubo una pérdida progresiva de libertades que hizo que la idea de emigrar apareciera cada vez con más frecuencia. Con la franqueza que caracteriza a los rusos, afirmó que no extraña nada de su país y que siente repulsión por la realidad actual. Es consciente de que, probablemente, nunca podrá regresar.
“La historia de Rusia es una tragedia. Yo creo que tiene un potencial enorme y me duele lo que le están haciendo. Pero no hay que caer en la desesperanza. Tengo que preguntarme: ¿Qué puedo hacer? ¿Dónde? ¿Cuándo? Ahora estoy en Argentina y voy a hacer lo posible para ser útil desde acá. Por naturaleza soy constructor, no destructor. Y esta es mi chance de construir algo útil y bueno para los demás”, planteó Andrey.
El significado de la migración
Dejar Rusia significó abrir una nueva etapa, un horizonte donde aún es posible soñar, sentirse libre y encontrar nuevos propósitos para vivir. “Es una nueva vida. Se terminó todo. No tengo nada. Es empezar de cero: idioma, amigos, trabajo. Es una nueva forma de comprender cómo vivir, de entender la vida. Ahora descubrí que lo más importante es comer asado y tomar mate”, dijo Ekaterina entre risas.
Más allá del asado y el mate, para ella lo esencial es que Argentina se ha convertido en un verdadero “refugio psicológico” para ella y su familia. Aquí, sus hijas pueden crecer felices, lejos de lo que ocurre en Rusia. “Ellas están limpias de ese trauma, de ese estrés que cargamos nosotros, nuestros padres y nuestros abuelos. Y estoy muy agradecida por eso. Muchas gracias por esta nueva vida”, expresó.
Alexey, por su parte, destacó que este cambio le permitió descubrir cómo viven las personas en el otro extremo del mundo, con todas sus diferencias culturales, sociales y en la forma de relacionarse. Reconoce que esa apertura a lo desconocido lo transformó y, por ello, se muestra profundamente agradecido con la experiencia de migrar.
Alexandra, en cambio, vivió el proceso con más dolor. Antes de la guerra llevaba una vida tranquila y previsible: casa, trabajo, reuniones con amigos y familiares, vacaciones una vez al año. De un día para otro, todo se desmoronó. “Lo que no te mata, te hace más fuerte. Creo que ahora soy más fuerte”, afirmó, convencida de que la adversidad también le dio una nueva perspectiva.
Paralelamente, Iurii reconoció que todavía no pudo procesar del todo la experiencia de migrar. Su vida cambió por completo, de forma muy rápida e inesperada. Aun así, resalta que “en general, la vida cambió para mejor. Trato de no mirar hacia atrás, y de valorar lo que tengo ahora”.
“Esta migración para mí significa, ni más ni menos, una segunda oportunidad de vivir. Y no exagero, estoy muy agradecido con Argentina por permitirme estar acá sin miedo a una deportación. A veces veo noticias de la guerra, entrevistas con quienes no pudieron escapar, historias de quienes murieron, historias de chicos como yo. Para mí, migrar es una segunda oportunidad”, resumió Andrey.
Migrar nunca es una decisión sencilla. Para quienes dieron su testimonio, la necesidad de huir de una guerra ajena, que les exigía combatir contra amigos e incluso familiares ucranianos, fue más fuerte que el arraigo. Hoy, pese al sufrimiento que les provoca la realidad de su país, en Córdoba descubren nuevas formas de vivir, con perspectivas y, sobre todo, esperanzas. Como decía Dostoievski, “en el dolor, busca la felicidad”.