En toda la historia de la humanidad los imperios crecieron a costa de los territorios que controlaban. Ya sea vigilando sus gobernantes, cobrándoles impuestos, desplazando a los anteriores gobernantes, con o sin violencia explícita o extrema y, generalmente, con colaboradores internos. De esta manera, se hacían de los recursos que poseían. Nada ha cambiado por estos días.
En el mundo antiguo (Babilonia, Asiria, Egipto, Persia y tantos otros) lo hicieron mediante guerras y conquistas. Aparentemente, en la región de América tanto los aztecas como los incas, por mencionar algunos, no fueron muy distintos.
En el Mediterráneo, los griegos sumaron su cultura a la conquista y dejaron de matar a los vencidos y perdonándoles la vida los hicieron esclavos, de allí que Platón y Aristóteles fueran humanistas y esclavistas.
Los romanos tras las conquistas impusieron la “Pax romana” -27 a.C. al 182 d.C.-, tiempo en el cual cesaron las guerras civiles entre reinos interiores, tribus, etcétera, de los que preservaron algunos aspectos como la religión, la cultura y la lengua, hasta que el poder central se debilitó y recrudecieron las rebeliones. Finalmente, en el siglo V se dividió en oriente y occidente y ésta última cayó.
Desde el siglo XIV, España, Portugal, Países Bajos y Francia utilizaron la espada, el colonialismo y el comercio como forma de dominación en África, Asia, Indochina y luego en América.
Los británicos le sumaron el desarrollo de infraestructura –especialmente trenes- y deudas eternas en su propia moneda, para controlar algunos territorios mientras otros aceptaban –y aceptan aún- la Pax britannica que les permite comerciar, como ocurre con Canadá, Australia y Nueva Zelandia.
En el caso de Estados Unidos, desde inicios del siglo XX utilizó invasiones, pero más comúnmente golpes de Estado con colaboración interior –primero en Centroamérica y luego en Sudamérica- y aprovechó la adopción generalizada del dólar como moneda de acumulación e intercambio, al final de la Segunda Guerra, para controlar a través de la deuda externa a los países periféricos.
En los últimos años, desde el fin de la guerra fría, Estados Unidos sumó el control de los medios de comunicación –cine, plataformas digitales, TV, diarios, canales de noticias y deportes- y de parte de los poderes judiciales, que han reemplazado los golpes de Estado “duros”, represivos y violadores de los derechos humanos, mientras reivindican la democracia como una ideología que justifica su injerencia, asfixia por la deuda de los países y control imperial.
Precisamente la URSS, la otra parte en la guerra fría, también utilizó ocupaciones militares en sus países satélites y guerras localizadas e irregulares en zonas lejanas, para imponer, sin mucho éxito, su ideología.
O sea, las invasiones, el comercio que surge de la pax imperial (romana), los golpes de Estado por ahora menos violentos, -aunque con excepciones como Bolivia-, vía los poderes judiciales y mediáticos –Ecuador, Perú, Brasil, etcétera-, con aumentos injustificables de las deudas externas –por ejemplo en nuestro país-, además de las pantallas ideológicas y el desarrollo de infraestructuras, han sido y son los medios imperiales de dominación de los países periféricos.
En un mundo con un imperio con problemas de liderazgo interno, en franco retroceso (aunque aún muy fuerte externamente en lo militar, lo financiero y lo cultural), China aparece como el imperio de reemplazo, mientras ofrece como anzuelo el comercio, el financiamiento de infraestructura a través de la ruta y la franja de la seda y el 5G a cambio de materias primas y sin intervención política interna, ni cuestiones ideológicas, lo que a la luz del pasado inmediato y el presente de Latinoamérica y nuestro país, aparece como tentador.
Para evitar que se siga con el mismo collar y distinto dueño será necesario diversificar los mercados de nuestros productos, impedir en lo posible el dominio de infraestructuras básicas –puertos, telecomunicaciones, energía, recursos estratégicos como los minerales, el litio o las vías navegables- ya que es visible que esa capacidad de negociación en base al comercio, la tecnología y el financiamiento, han sido utilizados por las potencias –incluida China- para llevar adelante sus estrategias geopolíticas.
Eso requiere que, como Nación, en Argentina asumamos nuestra condición de país periférico, nos capitalicemos –personal, familiar, social y colectivamente- y asumamos nuestra soberanía política e independencia económica con responsabilidad, evitando la expoliación a la que nos hemos expuesto por nuestras propias contradicciones, que a su turno nos convirtió en “nuevos ricos” o los “peores del mundo”, dejando “campo orégano” a imperialistas de adentro y de afuera que nos han llevado al subdesarrollo actual, sin justicia social ni sostenibilidad.