El milagro secreto
Un intento de magnicidio es un evento histórico tan notable que admite múltiples lecturas, acaso algunas abstractas y especulativas, cuando no metafóricas. En una columna de opinión publicada al día siguiente del atentado, la socióloga y ensayista María Pía López comparó el episodio con el cuento de Borges, “El milagro secreto”, en el que un escritor, frente al pelotón de fusilamiento, pide que se le conceda tiempo para terminar una novela inconclusa. Por un milagro, las balas se detienen antes de llegar a su cuerpo, y «algo» le otorga un año para que concluya la obra en su mente. Transcurrido ese plazo, después de poner el mental punto final, las balas lo matan. “El milagro secreto ocurrió anoche”, escribió López, “algo se suspendió en el aire, se detuvo, temblamos en esa detención.”
Cierto aspecto de la analogía funciona debido a la singular manera en que se dieron los hechos. Nadie se abalanzó sobre Sabag Montiel antes de que pudiera gatillar; nadie desvió el arma hacia una dirección distinta del rostro de Cristina; nadie se arrojó heroicamente sobre ella, ni la apartó de la inevitable trayectoria del proyectil. El hecho se consumó tal cuál lo planeó el asesino y nadie interpuso su voluntad para evitarlo. “Algo” la salvó, no alguien. Cristina está viva porque sí, por azar, por “alguna causa”, como dijo el Presidente en su mensaje esa misma noche, y en el universo de sentido de la política, en el que solo tienen épica y valor las acciones de las personas, queda un vacío incómodo. Por otra parte, la analogía borgeana no termina de agotar el incidente. Si así fuera, la emoción imperante sería la alegría y el alivio por la nueva oportunidad. Pero, en lugar de ello, las imágenes producen espanto y angustia. Es como si la bala se hubiera detenido, y, al mismo tiempo, hubiera cumplido su fatal designio.
El gato de Schrödinger
Dada la singularidad del acontecimiento, no fue difícil encontrar en el frenético mundillo de las redes sociales, ahora hiperestimuladas, elucubraciones más que sugestivas. Algunos usuarios, por ejemplo, aludieron lateralmente a otro cuento borgeano: “El jardín de los senderos que se bifurcan”, en el que la víctima le revela a su asesino que el universo no transcurre en un tiempo lineal, sino “en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos… que se ignoran, y que abarcan todas las posibilidades.” Coexisten múltiples tiempos, “no existimos en la mayoría de esos tiempos; en algunos existe usted y no yo; en otros, yo, no usted; en otros, los dos”. Esta manera de entender el universo, que parece una completa fantasía salida de la cabeza de Borges, podría no ser tan fantasiosa. De hecho, la revolución conceptual que la física cuántica trajo consigo a comienzo del siglo XX, se basó en buena medida en el descubrimiento de que a nivel subatómico los estados de las partículas se superponen: una partícula puede estar en dos lugares al mismo tiempo, o moverse simultáneamente en dos sentidos, lo cual es muy difícil de concebir para el cerebro humano. Si le diéramos imprudentemente otra escala a estos descubrimientos podríamos especular que coexisten muchos universos, de los cuales experimentamos solo uno de ellos. Más aún, entrelazado con un evento de partículas subatómicas, en la realidad objetiva, fuera del alcance de la percepción humana, un ser puede estar vivo y muerto al mismo tiempo. El físico austriaco-irlandés, Erwin Schrödinger, lo ejemplificó célebremente en 1935 con un gato en una caja. Solo cuando alguien abre la caja y observa, establece el estado en el que el gato transcurrirá (o no) el tiempo que sigue.
Forcemos lo dicho para usarlo como un marco de referencia a partir del cual describir los hechos del jueves pasado: en algún universo posible el disparo magnicida se efectuó; en otro, no. Cuando vimos las imágenes supimos que por fortuna nos tocará vivir en este universo, en este tiempo en el que la vicepresidenta vive. No obstante, en el vértice mismo de la bifurcación, el otro tiempo, el otro universo posible, el de su muerte, se sintió real, demasiado real. Con el correr de las horas, mientras el tiempo alternativo se alejaba y se volvía cada vez con mayor claridad la posibilidad que no se concretó, la sensación de realidad fue perdiendo intensidad. No obstante, aún se siente rumiar a unas pocas leguas, y ese sonido provoca una especie de angustia metafísica. Conexiones similares debe haber realizado el animador de Facebook, Raylan Givens, cuando posteó unos días después del atentado: “Vivimos desde el 01 de septiembre 21:52 PM en la bifurcación improbable donde la bala no salió y ahora hay que aceptar que lo real no virtual tiene esos repliegues accidentales (…) la otra [bifurcación] más probable donde la bala salía y CFK recibía el tiro, no deja de no haber sucedido eventualmente con altas chances de coexistir (…) es difícil no creer en una Física Cuántica Argentina que nos encontrará enlazados o superpuestos”.
Paradoja
«Hay un fusilado que vive» es la frase icónica de “Operación masacre” que muchos han recordado en estos días, incluso María Pía López en el artículo mencionado. Como narra Walsh, a Juan Carlos Livraga lo fusilaron en un basural de José León Suárez, y sobrevivió a pesar de recibir un disparo en la mandíbula y otro en el brazo. Podemos dudar de que la frase se aplique al atentado del jueves pasado, y, sin embargo, el ingenio de las redes la repitió de muchas maneras. Esa misma noche, la usuaria Lucía Porros, por tomar uno de los tantos tuits que brotaron en la misma dirección, escribió: “Un tipo mató a Cristina a quemarropa y ella no se murió”. El sentido en el que Livraga y Cristina sobrevivieron al disparo, sin embargo, no es el mismo. En el caso del fusilado de José León Suárez, los acontecimientos se dieron en el mismo tiempo-espacio. En el caso de la vicepresidenta ajusticiada en La Recoleta, la muerte sucedió virtualmente, en una de las bifurcaciones. En el caso de Livraga el fusilamiento y la supervivencia es una secuencia; en el caso de Cristina, hay una suerte de simultaneidad. En Livraga el muerto y el vivo se suceden; en Cristina coexisten. Eso habilita otra manera de pensar la dinámica política, como hizo ese anticristinista que la misma noche del atentado tuiteaba amargamente: “ahora [Cristina] va a ser la viuda de sí misma”. Esa manera de describir los hechos puede no ser tan descabellada, después de todo, al decir de Borges, “negar la coexistencia no es menos arduo que negar la sucesión”.
Desde luego, el lector también puede llegar a la conclusión de que esta columna, lejos de ser un análisis serio de los acontecimientos, no es más que simple fantasía producto de una sobredimensionada especulación filosófica, ajena a la realpolitik, espoleada, además, por la lectura excesiva de lo publicado en las redes sociales. Es cierto. Y, sin embargo, quisiera insistir en que la sensación generalizada es de angustia, en lugar de alivio y nueva oportunidad. Es como si simultáneamente hubiera habido un magnicidio y no lo hubiera habido. Es una sensación paradójica. La incógnita, desde mi punto de vista, es de qué forma absorberá la sociedad argentina su historia, sus deliberaciones, sus conflictos, esta paradoja. ¿Con qué herramientas cuenta nuestro sistema político para procesar lo paradojal? Nuestra literatura, ya lo sabemos, cuenta con algunas.