Casi inmediatamente conocidos los resultados que dieron ganador a Lula los presidentes de gran parte del mundo salieron a felicitarlo públicamente. Emmanuel Macron de Francia, Joe Biden de Estados Unidos, Gustavo Petro de Colombia, Xi Jinping de China, y Alberto Fernández de Argentina, se encontraron entre los primeros. Esta coordinación no fue casualidad, la comunidad internacional era consciente de que Bolsonaro podía llegar a desconocer los resultados cuanto más ajustados fueran, por lo que se llevó adelante un operativo para dejarlo lo más aislado posible. Y así fue como quedó, abandonado por la comunidad internacional y por gran parte de los dirigentes que le respondían. Habían pasado más de 48 horas después de conocidos los resultados electorales y Bolsonaro seguía sin dar la cara para reconocer la derrota, ni siquiera, por redes sociales. Encerrado en un círculo de íntimos, sus hijos, esposa, y unos pocos dirigentes, ya casi sin aliados políticos, el todavía presidente de Brasil se encontraba, según cuentan fuentes de su entorno, “abatido” por lo sucedido. Finalmente, el martes a la tarde, y ya sin opciones, salió a leer un comunicado para asumir lo sucedido el domingo. Por supuesto, fue fiel a su estilo y no felicitó en ningún momento al presidente electo ni reconoció la derrota. Le agradeció a los que lo votaron, defendió a su gobierno, afirmó que siempre “jugó dentro de la Constitución”, y no dejó que le hicieran preguntas.
Mientras tanto, en simultáneo, un sector de camioneros cortaban rutas a lo largo del país para protestar por los resultados y pedir que se impugnen por “fraudulentos”, aunque no hay absolutamente ningún indicio de que esto haya sido así, reconocido, incluso por el sector mayoritario de los propios bolsonaristas. Las protestas escalaron a punto tal de que llegaron, incluso, a producirse muertos, siendo contabilizado por lo menos uno de manera oficial. Los militantes bolsonaristas llegaron a tener más de 200 carreteras cortadas en 20 de los 27 Estados a lo largo del Brasil desde la noche del domingo, pero comenzaron a ser dispersados por la policía durante la mañana del martes. Mientras que ayer, miles de simpatizantes del líder ultraderechista reclamaron en Río una intervención militar tras las elecciones. El lunes, el presidente del STF había exigido el “despeje inmediato de las vías”. Para De Moraes, la Policía Federal de Carreteras, hasta el lunes, no había “cumplido con su tarea constitucional y legal”, lo que puede acarrear la destitución o detención del director del organismo, el bolsonarista Silvinei Vasques. Los simpatizantes de Bolsonaro se arrodillaban a rezar en medio de las carreteras, impidiendo la circulación, en la mayoría de los casos, de manera total.
Si bien, Bolsonaro sacó casi 7 millones de votos más que hace cuatro años, y creció en todos los Estados cerca de un 5% desde la primera vuelta, esto no le alcanzó para ser reelegido. Algo similar le sucedió a Donald Trump, con quien muchas veces se ha comparado. En 2020, Trump obtuvo mayor cantidad de votos que en 2016, pero tampoco pudo mantener el mando de su país. Es la primera vez en la historia política de Bolsonaro que se enfrenta a una derrota, por lo que se trata del momento más duro de su vida pública, del que no se sabe muy bien hacia dónde, y cómo, va a salir. Todo indica que fenómenos como el bolsonarismo, así como el trumpismo, han llegado para quedarse en la política internacional, y que, incluso, trascienden a sus mismos líderes. La campaña presidencial fue un reflejo de sus cuatro años de gobierno: una serie de ‘fake news’, acusaciones falsas y operaciones políticas. La violencia también estuvo a la orden del día, a tal punto que el día previo a la elección una diputada de su partido fue filmada apuntando con un arma a simpatizantes de Lula. La violencia institucionalizada y sistemática fue uno de los métodos de intimidación del bolsonarismo, y nada parece indicar que lo dejará de ser ahora que se encontrará en la oposición. El mismo Bolsonaro dijo, previo a la segunda vuelta, que “nunca perdí una elección, y no será ahora la primera vez”. Efectivamente, lo fue. Sin embargo, no está claro de qué manera actuará a futuro.
Se abren tiempos complejos en el Brasil que viene. El regreso de Lula al Planalto es, sin lugar a dudas, el regreso más épico que dio la política latinoamericana desde la recuperación democrática de la década de los ochenta. No obstante, los desafíos que enfrenta son inmensos. La historia ya puso una vez al histórico dirigente político y sindical en el lugar del hombre que sacó de la pobreza a casi 50 millones de brasileños durante sus mandatos. Ahora, le toca ser quien intente reconstruir un país prácticamente devastado en sus núcleos y consensos más básicos tras los cuatro años de gobierno del Partido Liberal. No es, por supuesto, una tarea fácil, por eso, el presidente electo ya desde el vamos decidió constituir una nueva coalición de alianzas que incluye a prácticamente todo el arco democrático brasileño. Esto le sirvió para volver al Planalto, estará por verse si se trata de una experiencia fallida o exitosa a la hora de gobernar un país que necesita de respuestas urgentes. Si algo nos dice la trayectoria política y vital de Luiz Inácio Lula da Silva, es que, seguramente, estará, una vez más, a la altura de la historia. Lamentablemente para el Brasil, su adversario en las últimas elecciones, sin dudas, no lo estuvo.