Todavía está por ver si 2023 será el año de la escalada o el momento de cimentar pequeñas desescaladas que rebajen la tensión geopolítica y su impacto económico global. Pero el espejo de 2022 nos ha mostrado que cuanto mayores son los riesgos, más obsoletos están los marcos reguladores y los sistemas de protección.
2023 es el año que pondrá a prueba los límites individuales y colectivos: inflación, seguridad alimentaria, crisis energética, más presiones en la cadena de suministro y en la competición geopolítica global, la descomposición de los sistemas de seguridad y gobernanza internacional, y la capacidad colectiva para responder a todo ello. Es por eso que la “permacrisis” abarca desde la desorientación estratégica de las potencias occidentales hasta la vulnerabilidad que siente buena parte de la población del planeta por el encarecimiento de los productos básicos y la incapacidad de proteger bienes comunes como los alimentos, la energía o el clima. La fragilidad impregna desde la seguridad colectiva a la supervivencia individual.
Como en una mesa de billar, la invasión rusa de Ucrania es la bola blanca que ha impactado sobre las distintas transformaciones y crisis en curso que, proyectadas por la fuerza centrífuga que supone el nuevo escenario bélico, se mueven sobre el tablero, colisionando las unas con las otras, aumentado así la sensación de desorden y aceleración global, de incertidumbre geopolítica y de agitación social. ¿En qué momento se detendrá cada una de estas bolas que ahora están bajo el impacto de la confrontación armada? ¿Qué grado de desorden imperará en ese preciso momento? ¿Cuál podría ser, entre tanta crisis, la bola negra que derive en una nueva amenaza existencial? Y, sobre todo, en este escenario continuado de vulnerabilidad e incertidumbre que se configura como la nueva normalidad, ¿qué respuestas colectivas están en construcción?
No estamos sólo ante una crisis de dimensiones ingentes, sino ante un nuevo proceso de cambio estructural.
Tendencias
Aceleración de la competición estratégica. A pesar de que la guerra en Ucrania ha acelerado la confrontación entre EEUU y China, 2023 será también el año de los otros; aquel en el que veremos con más claridad una aceleración en la competición estratégica de otras potencias que aspiran a ganar protagonismo manteniendo espacios de cooperación abiertos, tanto con Washington como con Pekín o Moscú. Será un año para seguir de cerca las estrategias de India o Turquía, la evolución de Arabia Saudita, o los cambios que puedan venir desde el Brasil de Lula da Silva y del último ciclo electoral en América Latina, un continente donde China ha ganado con creces la puja internacional por afianzar su peso e influencia.
Inoperatividad de los marcos globales de seguridad colectiva. Desde el 24 de febrero de 2022, los paradigmas de la arquitectura de seguridad han cambiado drásticamente: revitalización del papel de la OTAN y descomposición del sistema de seguridad internacional. Hay un impacto regional directo de esta inoperatividad de los instrumentos de seguridad colectiva, con resultados distintos según los conflictos: desde nuevos vacíos de poder o la profundización de la inestabilidad y la violencia, hasta el fortalecimiento de un minilateralismo que busca tejer espacios alternativos de seguridad compartida ante desafíos geoestratégicos.
Transiciones en colisión. Las transiciones verde y digital, que parecían ir de la mano hacia la construcción de un mundo más sostenible, han entrado en colisión. La guerra en Ucrania y el impacto de las sanciones a Rusia han alterado mercados, dependencias, compromisos climáticos e incluso los tiempos previstos para afianzar la apuesta por energías alternativas. ¿Ha sido esta crisis un acelerador o un sabotaje para la transición energética?
¿Recesión económica global? El Banco Central Europeo alerta de que la eurozona podría entrar pronto en una leve recesión técnica o estancamiento. Un escenario sombrío para un mundo que aún trata de revertir los estragos sociales y económicos de la pandemia y, de nuevo, se ve abocado a la volatilidad. En este contexto, las medidas monetarias del BCE para frenar la inflación se mantendrán en los próximos meses y se espera que la Reserva Federal estadounidense continuará aumentando las tasas de interés durante 2023. En algunas regiones del planeta, el riesgo económico, monetario y social dibujará un 2023 altamente inflamable. La inflación ha llegado a máximos históricos, con Líbano, Turquía e Irán registrando unos incrementos de precios del 162%, el 85% (el dato más alto desde junio de 1998) y el 41%, respectivamente, que dificultan aún más el acceso a los alimentos para una parte significativa de la población. El riesgo de que una crisis de deuda se amplíe en las economías emergentes durante 2023 está aumentando. Según The Economist, 53 países emergentes están al borde de no poder hacer frente a los pagos de sus deudas debido al incremento de precios y a la desaceleración de la economía mundial. Entre los que presentan una situación más delicada, están Pakistán, Egipto o Líbano.
Crisis de acceso y garantías a los bienes básicos. La guerra en Ucrania ha agravado las dificultades de acceso a la energía, a los alimentos y al agua potable (ver nota en página 6). La provisión de bienes públicos globales, que es un requisito previo para el desarrollo y es vital para la reducción de la pobreza y la desigualdad entre países, sufre hoy los estragos de la rivalidad geopolítica, de una nueva confrontación por los recursos naturales, así como de los efectos de un debilitamiento de la gobernanza global y de la cooperación internacional. El mundo se enfrenta a una crisis alimentaria sin precedentes. Según ONU, en 2022 hubo unos 345 millones de personas de 82 países en situación de inseguridad alimentaria aguda o de alto riesgo, unos 200 millones más que antes de la pandemia. También los altos precios de la energía influirán en el retroceso de los índices globales de desarrollo. Es probable que unos 75 millones de personas que recientemente obtuvieron acceso a la electricidad pierdan la capacidad de pagarla, lo que significa que el número total de personas en el mundo sin acceso a la electricidad vuelva a crecer, y casi 100 millones de personas vuelvan a depender de la leña para cocinar, en lugar de optar por soluciones más limpias y saludables.
Inestabilidad y descontento social. En 2022, más de 90 países han registrado movilizaciones por la falta del acceso a los bienes públicos. En América Latina, los altos precios de los combustibles han generado protestas en Perú, Ecuador, Panamá y Argentina, donde los manifestantes han extendido las demandas para reclamar más empleos y ayudas frente a las altas tasas de inflación. Este malestar social impactará de lleno en el camino a las urnas para Ecuador y Argentina, que tienen elecciones previstas, respectivamente, para febrero y octubre de 2023. El invierno del descontento en Europa –que ya ha visto movilizaciones de miles de personas en Grecia, Reino Unido, Austria, Alemania, o la República Checa– podría intensificarse en 2023. Oriente Medio y el norte de África podrían ser, de nuevo, el epicentro de una nueva ola de protestas masivas. Con la inflación cada vez más cercana a los niveles de 2011, cuando el descontento social y la frustración desencadenaron el inicio de las “primaveras árabes”, Líbano, Túnez, Egipto y Argelia podrían ser de nuevo escenario de protestas en contra de los regímenes actuales. La fragmentación ha llegado incluso a los movimientos de protesta y a sus reivindicaciones. En los últimos años, el movimiento feminista, por ejemplo, se ha visto sumido en una fractura en torno a grandes debates sobre temas como el trabajo sexual, la definición del sujeto del feminismo, la misma conceptualización del género o la inclusión de las personas trans. También en la movilización ecologista y contra la crisis climática, vemos como las protestas evolucionan hacia estrategias distintas. A finales de 2022 han irrumpido nuevas formas de denuncia: acciones sensacionalistas –como pegarse a un cuadro o rociarlo de sopa de tomate– han acaparado la atención mediática para devolver la acción climática al debate público. En general, todos estos cambios reflejan el desencanto de muchos de estos movimientos –especialmente entre los jóvenes– frente a la inacción y continuismo de los gobiernos ante las crisis. En 2023, este activismo disruptivo estará aún más presente, con llamamientos específicos a la desobediencia civil.
Autoritarismo bajo presión. El 70% de la población mundial –más de 5.000 millones de personas– vive bajo dictaduras. La involución democrática gana terreno. Pero las autocracias electorales también tienen un año con muchos interrogantes por delante. Las protestas en Irán o China reflejan un malestar social que seguirá latente. Los hombres fuertes parecen haber entrado en crisis: Jair Bolsonaro ha perdido las elecciones en Brasil, y las elecciones en EEUU acotaron la ola trumpista.
Fragmentación regulatoria, desglobalización sectorial. Estamos ante una regionalización de geometría variable; ante un desacoplamiento selectivo, de doble circulación. La integración seguirá, especialmente en aquellos sectores donde la conectividad o la necesidad mutua es vital para el desarrollo de los actores, y el desacoplamiento sucederá en sectores estratégicos de la confrontación geopolítica, como la tecnología, la seguridad y la defensa. Este “reset” acelerado de la globalización, provocado tanto por la pandemia como por la guerra de Ucrania, no afecta sólo a los centros de producción y a las cadenas de distribución. China ha acelerado su propio entramado de organizaciones y mecanismos de influencia geopolítica: la Organización de Cooperación de Shanghái, o la constitución del Banco Asiático de Inversión de Infraestructuras son instrumentos clave. Además, un fortalecimiento de los BRICS en 2023 también puede reforzar el papel del Nuevo Banco de Desarrollo. Ante esta proliferación de instrumentos distintos, que giran en torno a dos núcleos de poder confrontados, el FMI advierte el riesgo de “fragmentación geoeconómica”.
En la lista de amenazas que pudieran propiciar una escalada en los riesgos existentes, el peligro de un ataque o accidente nuclear ha subido tras los bombardeos en las inmediaciones de centrales como la de Zaporiyia en el sureste de Ucrania. Asimismo, la creciente agresividad de los fenómenos meteorológicos que, en 2023, también podrían poner a prueba las insuficientes respuestas globales frente a la urgencia de la crisis climática, o la nueva virulencia del Covid en China.