Se celebró ruidosamente la semana pasada la conformación del bloque Unidad Federal, por los senadores nacionales Guillermo Snopek (Jujuy), Edgardo Kueider (Entre Ríos), Carlos Camau Espínola (Corrientes) y María Eugenia Catalfamo (San Luis), hasta ahora en el Frente de Todos, a los que se agrega Alejandra Vigo (Córdoba).
Dirigentes del schiarettismo y periodistas oficialistas han vivido esta (aparente) escisión como un batacazo, algo así como un puente de plata hacia las grandes ligas nacionales, aunque, en realidad, el hecho no parece incidir sustancialmente en la coyuntura.
Algunos integrantes del bloque -y los gobernadores de Entre Ríos y San Luis- aclararon rápido que no habrá rupturas mayores ni quiebre de las lealtades mantenidas hasta ahora. En el caso de Jujuy, la movida parece tener más que ver con las elecciones a gobernador (donde el radical Gerardo Morales no tiene reelección, y la alianza que lo sostiene puede reformularse) que con los avatares nacionales. Habrá que verlos votar.
El oficialismo nacional muestra diversas variantes: CFK mantiene el argumento de la proscripción; Alberto Fernández juega el juego que mejor juega y que más le gusta para obtener la mejor tajada; y en el medio pululan Juan Manzur, Sergio Massa, Daniel Scioli -y, ahora- Juan Grabois.
La oposición ya se largó con Horacio Rodríguez Larreta (¿lo embarrará la causa de los chats con actores de Tribunales Federales que tiene muy comprometido a su ministro de Justicia, Marcelo D’Alessandro?), y se esperan decantaciones entre todos los que han expuesto su pretensión de representar al espacio en las Paso. Se descuenta que avance Patricia Bullrich, pero se aguarda a María Eugenia Vidal, Gerardo Morales, y hasta al propio Mauricio Macri. También hay otros.
La tercera vía, como se la llama últimamente, está representada por un aspirante, Javier Milei, cuyo oscilante temperamento pareciera transmitirse al electorado que representa: un fenómeno para el que los estudiosos advierten un techo, más temprano que tarde.
¿Hay espacio para una cuarta alternativa? Allí procura estribar este esfuerzo presidencialista de Schiaretti, todavía no formalizado del todo y en el cual la suma de Vigo a estos senadores del oficialismo nacional con renovado bouquet (para no utilizar términos toscos que hablan de materias similares y olores distintos) no pasa de una pequeña escaramuza de inciertos ganadores (entre éstos, el primero es el propio Alberto). Cuenta “El Gringo” con la preciada estructura cordobesista y el acompañamiento de Juan Manuel Urtubey, un ex gobernador también inserto en el establishment empresarial, pero hasta ahora no hay mucho más.
¿Cuándo duele?
Ya en abril de 2015 publicaciones periodísticas, como La Nación, estimaban el “costo argentino” de una campaña presidencial en 100 millones de dólares. Datos recientes (expertos consultados por CNN, 25/2/2023) confirman esa cifra. Es impreciso cuánto corresponde a cada fase, qué monto se llevan las Paso y el impacto de las elecciones generales. Ni hablar si tenemos ballottage, como ocurrió en 2015 (y puede volver a ocurrir): un experto en campañas si los hay -y en su costado más empírico- estimó alguna vez frente a este cronista que el triunfo de Macri pudo haber costado hasta 150 millones de “verdes”.
Una parte del costo de las campañas es financiado por el Estado, que paga por unidad (voto). Se estima que esos importes “en blanco” cubren un cuarto del total a desembolsar por el partido o coalición que compita.
Y el resto, ¿de dónde sale? El citado experto consultado por CNN señaló tres: a) fondos recaudados por el partido (aportes de afiliados, captación de fondos entre agentes económicos); b) “cajas” públicas (como los entes autárquicos) que pueda utilizar el partido en el gobierno; c) fondos no declarados (“negros”) obtenidos por diversas corruptelas. La legislación establece regulaciones para todos los casos. ¿Habrá control suficiente?
Así explicado, lectores informados podrán conectar a los precandidatos con fuentes presuntas de financiamiento. Pero la gran duda es “la parte del león”, que les toca a los actores del mercado que históricamente y en todo el mundo explicitan sus contribuciones a los candidatos en pugna.
Es habitual que nunca se pongan todos los huevos en una sola canasta. Pero, en Argentina 2023, con oferta de candidatos exageradamente fragmentada, ¿todos lograrán llevarse un aporte?, ¿o finalmente las fórmulas se terminarán definiendo por la incidencia de un “jugador número 12” que elija en quiénes invertir?
En el caso Córdoba, uno piensa cómo debe interpretarse el difundido apoyo de Manuel Tagle, hombre fuerte del círculo rojo cordobés, estrechamente vinculado al macrismo, a la fórmula Llaryora-Llamosas. ¿Propone un orden territorial y económico con proyección política? ¿Defiende una línea más amplia, con terminales fuera de la provincia? ¿Son pautas similares a las que sostiene Schiaretti?
El tiempo parece correr del lado de los ya instalados, con redes activas de logística y de financiamiento. Esto definirá a los candidatos principales y ordenará las fórmulas.
Los dueños de la pelota fueron, son y serán los mismos. Los nuevos (parece raro ubicar a “El Gringo” en dicha categoría, pero en esto de ser candidato a presidente recién arranca) empiezan de atrás. Y paradójicamente, en la provincia lo mismo le ocurrirá a los partidos y candidatos que se propongan seriamente disputar el poder al oficialismo de Hacemos por Córdoba: alianzas o figuras que, pese a los amagues y por alguna razón, siguen sin aparecer de cuerpo entero.