Arribamos con tiempo al sótano de Pétalos, templo magno del under cordobés y la previa con los amigos nos extravía en los caminos habituales. ¿Cuándo el radar detectó a Richard? Arriesgamos opinión, no si dudas: probablemente primero lo leímos -puede haber sido alguna de las revistas de rock de los ’80, en las que Charly presentaba su banda “Las Ligas”-; y tras la curiosidad despertada en aquellos desolados rockeros adolescentes de la docta por los comentarios, inmediatamente llegó el shock, con la primera placa que le escuchamos, “Consumación o Consumo” (1986), el álbum debut de Fricción que conservamos intacto y por el cual periódicamente recibimos insólitas ofertas.
En cualquier caso, Ricardo Osvaldo Coleman (Buenos Aires, 1963) estuvo presente en nuestra dieta rockera, prácticamente, por una vida entera. Nervio puro de la renovación que llegó con tantos talentos en los tempranos 80, integra una selección de guitarristas – cantantes – compositores de excepción, auténtica fuerza de elite capaz de remover el paradigma y rebotar hasta los mismísimos confines de Hispanoamérica y aún más allá: Gustavo Cerati, Ulises Butrón, Gamexane Villafañe, Juanse Gutiérrez. Sus inquietudes lo pusieron cerca de varios de ellos, en capas de una vida intensa. Felizmente, se mantiene entre nosotros, cuando varios de los nombrados, ya son leyenda.
El público responde y en el inicio del concierto -accidentado por un problema eléctrico- una sala colmada y bien dispuesta saluda al enorme violero de Fricción -también de García y por algún tiempo segunda guitarra de los primeros Soda Stereo-, Los Siete Delfines, Gustavo Cerati -desde “Ahí vamos” (2003)- y ahora dueño de su propio proyecto, junto a los tremendos “Transiberian Express”. Me sorprende su ensortijada y entrecana porra -le encuentro un aire a Marcelo Bielsa-. La formación que lo acompaña -desde hace casi 9 años- lo apuntala en gran forma: Diego Cariola (batería), Bodie Datino (teclados y guitarras) y los más conocidos Daniel Castro (ex Fricción, bajo) más el enorme Gonzalo Córdoba (ex Cerati, guitarras) ejecutarán las canciones con perfección y pasión: una auténtica formación ferroviaria, lo suficientemente poderosa y sofisticada para atravesar presta, confortable, segura, las múltiples y diversas estaciones a las que Coleman se dirigirá, recorriendo su pasado y su presente.
El set list seduce a jóvenes y veteranos. Bromea Coleman: “algunos están más chau que hola” y apela al guiño cómplice con aquellos que probablemente lo seguimos desde remotas presentaciones de Fricción -memoro una en La Falda, accidentada por cierto- o sus participaciones en “Las Ligas”; honrándolos en sucesivas visitas, con las distintas formaciones de L7D. Habrá canciones de una y otra banda, con interpretaciones tan parejas que elegir alguna para marcar puntos altos, será cuestión de gusto personal por la pieza: elegimos canciones como “A veces llamo” (Consumación o Consumo) o “Héroes” (Para terminar, 1988) para la banda que compartió con Cerati, Fernando Samalea, Christian Basso, Gonzo Palacios e Isabel de Sebastián, entre otros. Para la recordada agrupación de los años 90, integrada entre tantos por el mencionado Villafañe, Braulio D ‘Aguirre, Diego Soto García o Sergio Rotman será “Dale Salida” (L7D, 1992) himno muy festejado por el auditorio. Claro está, recordamos a Cerati todo el tiempo, pero la superlativa interpretación de “Lago en el cielo” (Ahí vamos, 2003) fue una versión viva, emocionante; mucho más que un tributo u homenaje.
Mientas tanto su importante carrera solista, cuyas últimas obras “Actual” (2016) y “F-A-C-I-L” (2017) lo ubican entre los artistas más vigentes, vanguardistas y actualizados de la escena nacional, deja muchos temas compartidos: “Incandescente” (del disco homónimo, 2013), “Música lenta” (del mismo álbum), “Días futuros” o “F-A-C-I-L” (de la placa homónima). La barra celebra todas y cada una de las ajustadas versiones, nos miramos y volvemos a descubrir una lírica como pocas. Cuánto vivió Coleman, es la coincidencia. Y cuánto sabe…
El Transiberian Express llega a destino, con sus pasajeros sanos y salvos. Transitamos crudas estepas y valles de ensueño, protegidos por el Sol y la Luna. Confiamos en el jefe de la tripulación. Lo vimos estremecerse poniendo las notas exactas, cantando extraordinariamente; Richard es una estrella vigente, rodada por una constelación perfecta. “Es algo temprano para pedir el último trago” dirá el maestro (“El agua no se puede beber”, de “F-A-C-I-L”) pero no queda otra. Mientras él se regala al público que todavía sigue en el sótano, saltamos al asfalto. Remontamos el bulevar San Juan: qué poco ha cambiado en 30 años. Un trajeado sesentón con aspecto de correambulancias y empecinados lentes oscuros pese al horario, despliega su arte para seducir a una simpática treintona que sabe lo que tiene que hacer. Dos bellas jovencitas enfilan hacia el corazón de Nueva Córdoba para conquistar la madrugada del viernes. Un cuidador de coches me sigue una cuadra y media hasta convencerse de que mi vehículo quedó en una playa de estacionamiento. Tres borrachos se abrazan doblando en Ayacucho, y mi GPS ya no registra qué boliche podrá cobijarlos. Me digo a mi mismo con Richard: “Los días futuros / ya volverán” y lo memoro a lo Bielsa, dirigiendo ese equipo de excepción, hasta pocos minutos antes. Siempre es un honor volver a verte, Ricardo Osvaldo. Siempre.