Vamos a partir de la premisa de que todo pasado fue mejor. Luego de leer este artículo, el lector estará en condiciones de cuestionar -o no- lo tantas veces sostenido. Más aún cuando se hace referencia a las turbulencias políticas del presente y a una guerra apocalíptica cada vez más cercana.
Comenzaremos presentando a un subcontinente – Latinoamérica- rompiendo el escenario colonial para hacer realidad el sueño europeo de República con dos características propias: democrática y laica.
Aquí, los actores políticos se presentaron envueltos en sus propias contradicciones, al resultarles algo difícil desprenderse de prácticas antiguas. Su transformación y vínculos los conduce a construir un poder legítimo, con todas las dificultades planteadas al imponer orden cercenando, muchas veces, las libertades individuales o el derecho a la diversidad.
Es cuando se recurre a acuerdos y medios estatales para la construcción o modificación de sentimientos.
Buscando reconstruir esa sociedad en el siglo XIX, se interpela a la literatura para desentrañar una visión válida; es necesario contrastar los hechos y conceptos con bibliografía específica. en miras a apreciar casos-testigo.
De este andamiaje, se rescata la supuesta grieta entre el campo y la ciudad: sus protagonistas, el impulso creador y las cambiantes modalidades de identidad nacional, Estado, Nación y estados provinciales. En esta instancia, la exclusión se enseñorea en el constituido Estado moderno, por ejemplo, a la hora de votar. Sólo lo hacen los hombres libres (está vedado a los hijos solteros, sirvientes y domésticos). Tampoco los candidatos resultan de una deliberación previa, creándose otra fuente de violencia.
Hasta lo que se comienza a llamar “partidos”, además de ser autoproclamados, se organizan en grupos para hacerse presentes en un acto electoral, y luego disgregarse, según su propia conveniencia. La articulación parte de los caciques, una especie de mediadores entre la sociedad tradicional y las élites del momento. En este universo imperfecto, las revoluciones no son interpretadas como síntoma de barbarie, sino un deber cívico frente a la presencia de un gobierno despótico o tirano.
Llegados a este punto, se invita al lector a recorrer las páginas de la primera novela histórica hispanoamericana, “El periquillo sarniento” (1816) asimismo, “Memorias de un soldado de la Independencia”; “Recuerdos del pasado, Jorge, el hijo del pueblo”; “Caramarú. La vida por un capricho”; “El Zarco” y “Los sertones. Campaña de Canudos”. Así, haciendo abstracción de las peripecias sufridas por los protagonistas, es posible capitalizar las ideas políticas de cada uno de los escritores y de los diferentes actores de su patria.
No es un trabajo inaccesible ya que, desde Internet, las obras nombradas están disponibles, incluso sin costo. Un elemento común a todas ellas es la crítica incisiva hacia las flamantes Repúblicas y el horror de la guerra civil, en la cual sólo se debieran tomar las armas si está en juego el bien común de la Patria, al decir del escritor mexicano Joaquín Fernández de Lizardi.
Por su parte, desde Bolivia, Nataniel Aguirre González presenta a los pueblos originarios y las mujeres combatiendo por un ideal de emancipación. Y al hablar de patriotas distingue una fragmentación entre los oportunistas, y los heroicos, capaces éstos de reivindicar los derechos de los ciudadanos.
En un plano similar, el chileno Vicente Pérez Rosales rememora la lucha fratricida por el poder en torno a héroes de la Patria Vieja y héroes de la Patria Nueva. Tan es así que, recién en 1824, Patria significó “Chile” y América fue concebida como un solo Estado.
Progresivamente, nos adentramos en la segunda mitad del siglo con el texto de María Nieves de Bustamante, en torno a Arequipa, Perú, donde un liberal teórico, Ramón Castilla, terminó haciéndose cargo del poder mediante una revolución, dejando atrás la crisis común a todas las repúblicas sudamericanas, propia de todo trance de crecimiento.
En el relato del uruguayo Alejandro Magariños Cervantes, la noción de patria, patriota, independencia y libertad ya están consolidados desde el enfrentamiento con España y, más aún, ante la invasión del ejército lusitano. Lo más notable es la dinámica de “Caramarú”: un hombre de ciudad llamado Amaro que en el campo se transforma, de la misma manera que su nombre, en un ser capaz de denunciar los abusos de la ley irreverente a la voluntad particular.
Más aún sorprende, desde México, José Manuel Altamirano, denunciando la connivencia del gobierno con el bandolerismo. Dichos gobernantes, recién al verse desprestigiados, los comenzaron a perseguir para limpiar su imagen. Ni qué decir de Euclides da Cunha, cuando compara la crueldad colonial con la República instalada en Brasil desde 1889.
Pese a todo, campo y ciudad se atraen hasta que, finalmente, esta última se impone.