Neuquén, atractivo palíndromo que seguramente entusiasmó a Juan Filloy, queda lejos de Córdoba; corazón pujante enclavado en “the North of the Patagonia” como lo describiera el brillante geólogo norteamericano Bailey Willis hace 110 años, cuando, convocado por el presidente José Figueroa Alcorta y su ministro Ezequiel Ramos Mejía, estudió como nadie las potencialidades de aquella sorprendente zona de la Argentina.
“El Neuquén”, a diferencia de nuestra provincia (una de las orgullosas catorce jurisdicciones que fundaron el Estado-Nación en 1853), fue un territorio de incierta demarcación, parcialmente explorado, inicialmente pretendido por Mendoza y Buenos Aires, hasta que se define en 1862 (presidencia Mitre) su carácter “nacional” y su gradual ocupación militar. En 1879 (presidencia Avellaneda) se crea la enorme “Gobernación de la Patagonia” que apuntala la expedición al desierto conducida por Julio A. Roca desde ese mismo año. En 1884 (presidiendo “el Zorro”) se dividen los territorios nacionales y nace el neuquino, cuya capital inicialmente fue Chos Malal (fundada militarmente en 1887), reemplazada en 1904 por un minúsculo villorio surgido en derredor de la estación de ferrocarril, donde confluyen los ríos Limay y Neuquén. En 1955 (presidencia Perón) adquirió status provincial.
Aquel caserío improvisado hoy es la capital de provincia más joven de la Argentina, y la más importante de la Patagonia. Homogénea socioeconómicamente, las principales marcas hoteleras, bancarias, de supermercados y centros comerciales, comunicaciones, moda o gastronómicas se encuentran allí. Cuenta con universidades públicas y privadas. El boom de la energía ha concitado interés global y gigantescas inversiones. Ofrece oportunidades de trabajo que no se encuentran en ningún sitio de la Argentina. La provincia se maneja con agenda propia, acostumbrada a distancias hasta hace muy poco insalvables, frente a las grandes torres de marfil siempre instaladas demasiado lejos.
Ese modelo vino añadido a la obtención de su condición provincial (con una población que entonces arañaba las 100.000 almas en todo el territorio, en un puñado de municipios). Sobresalían entonces algunos pioneros, que habían hecho empresa y política casi en paralelo, en especial los hermanos Sapag, inmigrantes libaneses, destacados en el liderazgo de varias comunas y el comercio (propietarios de almacenes de ramos generales, empresarios de industria extractiva y proveedores del Estado).
De origen justicialista, en 1961 los hermanos deciden fundar un partido “neoperonista” (de los tantos que, en la larga proscripción al General, florecieron) otorgándole impronta provincial: Movimiento Popular Neuquino. Vencieron en 1962 (presidencia Frondizi) y 1963 (presidencia Illia), siempre con Felipe Sapag a la cabeza. Sus buenas migas con el Estado permitieron tejer vínculos con los militares que se sucedieron en el poder desde 1966 (preocupados éstos por el orden en territorios distantes de incipiente convulsión), gobernando de facto (otra vez Sapag), en 1972 tras unas violentas huelgas en el Chocón.
Protagoniza entonces don Felipe un singular episodio con Perón: le lleva al General, a Madrid, de parte del dictador Lanusse, una propuesta que el líder exilado tildó de “coima”. Pero, en 1973, Sapag es legitimado por las urnas, derrotando a la lista justicialista impulsada personalmente por Perón. El MPN se galvaniza como fuerza provincial.
Desde 1983, el MPN fungió como maquinaria invencible. Ganó todas las elecciones provinciales, mientras la población se triplicó por la creciente inmigración. Hoy su capital tiene la misma población que toda la provincia en los 80 (alrededor de 250.000 habitantes). Su PBI per cápita supera los 30.000 dólares y la provincia es la quinta economía del país. Provee la mitad de la energía eléctrica nacional y su crecimiento en hidrocarburos no tiene techo (yendo más allá de su estrella, Vaca Muerta).
Pero los años traen desgastes. Los enfrentamientos entre referentes del MPN estuvieron a la orden del día con duros costos para sus líderes. La familia Sapag, aún influyente (proveyendo intendentes, legisladores o gobernadores) fue cediendo centralidad frente a la emergencia de caudillos como Jorge Sobisch (tres veces gobernador, mellado por la muerte del maestro Carlos Fuentealba por represión policial en 2007) y otros actores relevantes que decidieron salirse del MPN e intentar con frentes alternativos en municipios o provincia. Pero el partido siempre ganaba el premio mayor.
En 2023, se pensaba, sería igual. Sin reelección, el actual gobernador, Omar Gutiérrez, apostó por su vice, el más joven y técnico Marcos Koopman. Se lo digo claro: como si Schiaretti hubiera ungido al “Manu” Calvo.
Pero una astilla del mismo palo, clave para el MPN (vicegobernador entre 2015-2019), varias veces intendente de Chos Malal, Rolando Figueroa, se fue al Congreso en 2021 afirmando un proyecto personal, y ahora, con una alianza con el PRO y parte del radicalismo, le permitió ganar el 16 de abril, por más de tres puntos, frente al candidato oficialista.
¿Expresa un cambio? Tiene tantos años en la política como los vencidos. Pero su carisma y arraigo, más la voluntad de optar por los (aún moderadamente) disruptivos que es tendencia entre votantes, torció la balanza.
¿Puede proyectarse este caso a Córdoba, donde la maquinaria peronista que gobierna desde 1999 -refractaria a los dictados nacionales- opera como partido provincial?
Podríamos decir que Llaryora no es Koopman. Claro, si finalmente las fórmulas y listas lo confirman y se encarama como indispensable reinvención de su espacio. ¿Juez se parece a Figueroa? Militó en el oficialismo provincial para luego enfrentarlo, ejerció responsabilidades municipales y legislativas y es disruptivo; pero le falta consolidar su alianza con el PRO (le desconfían Horacio y -especialmente- Mauricio). Debe inocular mayor entusiasmo en actores de peso local y sectorial. Y, por supuesto, demostrar que puede conducir la campaña que recién despunta. Difícil, pero no imposible.