Hay una nueva atención a los estudios autobiográficos, y la académica intenta dar una respuesta a ese giro producido en la propia subjetividad. Esto se debe a que, quizás, como escribe Silvia Susana Anderlini en “Texturas Autobiográficas” (Alción), la “autobiografía da que pensar hasta el día de hoy, y quizás por ello persistimos en su abordaje”.
Si bien sabemos que la autobiografía no deja de ser una narración que germina de la vida, y, para ella, estas narraciones auto/biográficas también parecen “invocar en primera instancia la temporalidad, ese arco existencial que se despliega -y también se pliega- desde algún punto imaginario de comienzo y recorre, de modo contingente, las estaciones obligadas de la vida en el vaivén entre diferencia y repetición” (Arfuch). Ahora bien, si recordamos la etimología latina de la palabra textura, nos remite al ejercicio de tejer. Esa disposición en la que se van ordenando y entrelazando las hebras en una red mayor. Llevar esta expresión al ámbito académico habilita a pensar los modos en los que se van tejiendo y estructurando las partes de una vida. ¿Cómo narrar una vida? ¿Qué es lo que lleva a indagar los detalles de una vida ausente o desconocida?, ¿Qué rasgos o qué estrategias se ponen en juego a la hora de estudiar estas narraciones?
“Texturas Autobiográficas” es una obra que busca dar respuestas a estos interrogantes. Está compuesta por un prólogo a cargo de Daniel Teobaldi, seguido de una introducción de Anderlini, como directora de su equipo de investigación. A esto le siguen tres capítulos sustanciales. El motivo de la portada -titulada “Semiosferas”- pertenece a Erika Nikitich. Estos artículos son trabajos que están direccionados a líneas distintas de lecturas e investigación, pero articulados en un eje en común que es la autobiografía. Con esto, como escribe Paul Ricoeur, una autobiografía es “ante todo el relato de una vida; como toda obra narrativa es selectiva y, en tanto tal, inevitablemente sesgada. Una autobiografía es, además, en sentido preciso una obra literaria; en tanto tal, se basa en la distancia a veces benéfica, otras perjudicial, entre el punto de vista retrospectivo del acto de escribir, de inscribir lo vivido, y el desarrollo cotidiano de la vida. Una autobiografía se basa en la identidad, y, por ende, en la ausencia de la distancia entre el personaje principal del relato, que es uno mismo, y el narrador que dice yo, y escribe en primera persona del singular”. De allí que estos análisis busquen historias que puedan narrarse, llorarse y celebrarse desde otra perspectiva, desde otro lugar. Quizás uno marginal, como aquí se lo plantea.
El ensayo de Anderlini, “El relato de las cosas. Reminiscencias minimalistas”, está organizado en diez relatos breves que buscan contestaciones, desde diferentes voces y perspectivas acerca de la dimensión autobiográfica de la vida. Aquí se rastrean las categorías de coleccionista, de recuerdos, de archivista (o anarchivista, como lo plantea ella, recuperando el pensamiento de Walter Benjamin); de atlas como trabajo personal de cada día; o acerca de las “memorias nuevas” que están presente en nuestro tiempo, y que intentan registrar y decir algo de nuestras vidas (¿lo dirán realmente, o es pura ficción?).
Con esto la autora se refiere a las redes sociales que muestran otro tipo de escritura propia de nuestro tiempo fragmentario, acotado, reducido. ¿Se puede usar la categoría de “tuiteratura” como lo plantea Ballester Pardo para decir que eso que se escribe también es literatura? En esa perspectiva piensa en el cordobés Gonzalo Marull, o en el rufinense Alberto Giordano. ¿Qué pasa con la escritura fragmentaria de autobiografías contemporáneas, como la que inaugura el norteamericano Joe Brainard con su obra “Me acuerdo” publicada en los 70? Seguida de las obras con la misma idea: por ejemplo, en George Perec, en la mexicana Margo Glantz, o en Martín Kohan.
La ficción tiene el poder de reescribir la realidad para pensar otro futuro; en su interior guarda los elementos de interrogación sobre la propia existencia. Allí reside su “fuerza heurística”, como lo plantea Ricoeur, es decir, “su capacidad de abrir y desplegar nuevas dimensiones de realidad, gracias a la suspensión de nuestra creencia en una descripción anterior”.
En esta idea trabaja Marcela Bricca en “Almudena y sus notas autobiográficas del pasado inmemorial”. En este análisis se encuentra un glosario de nombres propios que, con el correr de las páginas, fusiona lo real con lo ficcional. Ella explica que la escritora española quería contribuir, a través de la ficción, a la historia de su país porque la historiografía española olvidó colocar algunos nombres. Bricca realiza un trabajo prolijo y detallado sobre el proyecto literario de Almudena Grandes.
Por último, la propuesta de Mateo Paganini, “El reflejo biográfico y sus alegorías”, es interesante por el cruce que realiza entre psicoanálisis, filosofía y literatura, de cara a la experiencia biográfica y el trabajo teórico. La desvinculación de lo autobiográfico en áreas vinculadas a la salud hace de su trabajo una reflexión aguda, crítica y revisionista de autores clásicos para denunciar aquello que la ciencia descartó.
Este libro es un aporte destacable para los lectores y para la academia, en tanto marco teórico que buscar responder a preguntas sobre los modos de leer la vida como “configuración de una obra en potencia”, o con el deseo de poder narrar nuestras vidas, breves y precarias, desde otro lugar, en artículos, ensayos o reflexiones que serán páginas de escritos, archivadas en un ordenador, estante o en un cajón de un coleccionista de la historia.