Uno de los elementos más sugestivos a la hora de pensar un libro construido sólo de fragmentos es que éste se organice a la manera de los hipertextos de internet. Esto es, que movilizados por unas reflexiones en particular, podamos acceder a otras del mismo tenor acerca de un tema semejante o hacerlas crecer en intensidad a partir de un solo ckick, lo que en la práctica escritural resulta bastante difícil. Se pergeñó esta posibilidad cuando apareció «El Libro de los Pasajes» de Benjamin y también, cuando comenzó a circular el «El Libro del Desasosiego» de Fernando Pessoa, cuestión que vuelve a ocuparnos en este artículo.
En un trabajo anterior publicado en este mismo medio con fecha 24-05-2023 dimos algunos pasos en esta dirección al ocuparnos de las distintas versiones del Libro que se pueden encontrar en nuestro país. Los comentarios contenidos en estas páginas se inscriben en esa línea de raciocinio en la medida en que buscan considerar dos aspectos ligados a su presentación: el corpus y su ordenamiento.
Richard Zenith, uno de los precursores en los estudios pessoanos del siglo XX, concluye con esta frase el estudio preliminar que acompaña la publicación que lanzó en 1998: «Tal vez lo que hubiese sido mejor sería una edición de piezas sueltas, ordenables según el criterio y el gusto de cada lector». Además de poner el énfasis en la capacidad sintetizadora de cada lector por gusto y criterio, revela algo más importante: que cualquiera que sea la diagramación, un libro que reúne un conjunto de fragmentos sueltos, no deja de ser un volumen provisorio y arbitrario que se puede encarar de otro modo.
Pessoa nunca publicó en vida «El libro del Desasosiego» pero siempre aludió a él como existente en un plano virtual, sobre todo en los últimos años de su existencia. Una vez fallecido, sus herederos abrieron el famoso baúl repleto de textos inéditos y encontraron alusiones que, precedidas de la sigla L. del S., cautivaron el interés de los investigadores literarios. El traductor español Ángel Crespo señala que los materiales que sirvieron de base a su composición, se obtuvieron de nueve sobres. «Los cinco primeros son el desglose de uno que el mismo Pessoa rotuló de su puño y letra, mientras que los cuatro restantes contienen los originales encontrados por sus estudiosos, algunos de ellos en cuadernos manuscritos».
A partir de esta evidencia y de cara a la existencia de ejemplares publicados con ese nombre surgen las cuestiones vinculadas a la organicidad de los fragmentos reunidos. La labor de los editores en este punto es clave ya que sus procedimientos clasificatorios pueden entenderse en clave de autoría real. En relación con el corpus, hay un acuerdo más o menos tácito en considerar un número determinado de fragmentos como partes integrantes del libro que varían entre 445 y 481 conforme la edición, a veces secuenciada en dos momentos, con la inclusión de un «Apéndice» o un capítulo adicionado («Los grandes fragmentos»). Si bien no hay dudas a la hora de sopesar las propias referencias del poeta portugués ya que cuentan con su rúbrica personal, éstas si aparecen cuando hay que convocar fuentes anexas. Me refiero a los famosos «escritos de Pessoa en relación con el Libro del Desasosiego» constituido por cartas, notas y prefacios que los analistas examinaron hasta el detalle para decidir la inclusión o no de otros pasajes sobre los cuales no hay acuerdo definitivo.
Un aspecto destacable que la versión de Jerónimo Pizarro sacó a la luz es la imprecisión del concepto de «fragmento» de cara a este objeto en virtud de que se pueden reconocer como tales tanto los textos inconclusos o interrumpidos como aquellos otros, aparentemente terminados que no encuentran un lugar decisivo en el corpus a raíz de su desgarramiento: ¿deben incluirse o deben añadirse como anexos? Son fragmentos, al fin y al cabo, pero de otro tenor o de otra consistencia; algunos, incluso, llevan títulos y funcionan como micro-segmentos independientes.
En relación con el ordenamiento, la cuestión se dirime en dos frentes: las ediciones canónicas privilegian las «manchas temáticas» en lugar de la «cronología» y la edición de Pizarro funciona de manera inversa, poniendo énfasis en esta última. Las razones son igualmente valiosas en los dos casos y probablemente la existencia de diferentes versiones ayude al lector a orientarse por la más afín según su interés. En las primeras, la noción de «mancha temática» integrada por «zonas de relativa homogeneidad» busca identificar una especie de esqueleto argumental a partir del «diario» redactado por Bernardo Soares que comparece como dueño de esos registros. Para las ediciones que optaron por esta lógica (la mayoría) la distribución de los fragmentos subvierte el plano temporal con la intención de adaptarlos a la «vera psicología» del ayudante de tenedor de Libros de la Baixa Lisboeta.
La edición de Pizarro, concentrada en la cronología, distingue dos autores para el Libro: Vicente Guedes, para la primera etapa, y Bernardo Soares, para la segunda, como así también dos momentos de escritura (1913-1920 y 1929-1934) y dos intereses diferenciables en la noción de desasosiego.
Hay un último aspecto que vale la pena ponderar y que tiene que ver con las variantes seleccionadas. Sabido es que Pessoa escribía y reescribía sus textos de manera continua, de modo que se pueden encontrar algunas repeticiones con sutiles cambios. A la hora de no redundar en un mismo tópico, el editor ha tenido que optar por una de esas tantas versiones y excepto la edición de Pizarro que, por su carácter enciclopedista, abarca la totalidad de las citas y hace gala de ellas, la situación se torna patente en las demás. Para escoger la más adecuada, de no existir una fecha que las autentique, el criterio pasa por la decisión personal del editor y su valoración.