En general, la mayoría de las encuestas dicen que Javier Milei es, individualmente, el candidato con más intención de voto para las PASO a realizarse el venidero 13 de agosto. Algo imposible de prever hace unos años, cuando deambulaba como un iracundo analista económico en las canales de televisión porteños.
Es cierto: todavía no se han definido los precandidatos de las dos grandes fuerzas políticas del país. Ni Unidad por la Patria (el nuevo nombre del Frente de Todos) ni Juntos por Cambio han definido quiénes competirán por la nominación a la presidencia de la Nación. Sin dudas, esas definiciones influirán.
Seguramente, Horacio Rodríguez Larreta, con el apoyo de Gerardo Morales -y de la mayoría de la UCR-, y Patricia Bullrich -con el sostén de Mauricio Macri y gran parte del PRO- competirán por la candidatura de la principal oposición. La pelea entre Rodríguez Larreta y Bullrich ha escalado a niveles insospechados.
El oficialismo del (ahora extinto) Frente de Todos no sabe si habrá competencia, aunque todo parece indicar que Daniel Scioli -con el apoyo del presidente Alberto Fernández-, enfrentará a Sergio Massa -con el sostén de la vicepresidenta Cristina Kirchner. La posición de los gobernadores peronistas será definitoria.
Finalmente, tras el fracaso del “frente de frentes”, el gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti, participará de las PASO. Como no tendrá competidores (porque Juan Manuel Urtubey se bajó antes de subirse) estará como candidato en la primera vuelta, aunque sin chances reales de pasar al ballottage.
Hasta la presentación de las precandidaturas, el 24 de mayo, todo estará en discusión. Las idas y vueltas serán interminables. Lamentablemente, a ambos lados de la grieta, la rosca política ofrecerá una de sus peores versiones: un internismo exacerbado y plagado de ambiciones y miserias.
Mientras los principales dirigentes políticos del país, tanto del oficialismo como de la principal oposición, se debaten en un sinfín de narcisismos, avideces y avaricias, la ciudadanía sufre una inflación que parece imparable y condena a la pobreza y la indigencia a millones de argentinos, mes a mes.
El gran beneficiario de ese internismo codicioso y voraz ha sido Javier Milei. El fundador y líder de una agrupación política denominada “La Libertad Avanza”. Él y sólo él capitaliza el enorme malestar social que proviene de una dirigencia indolente a las necesidades y problemas de la gente de carne y hueso.
La libertad no avanza, retrocede
El “fenómeno Milei” ha sido analizado desde muchos puntos de vista. Algunos creen que su performance electoral demuestra una “derechización” del electorado. No es correcto. En rigor, las encuestas demuestran que la sociedad argentina busca opciones moderadas, que se alejen de los extremismos ideológicos.
La aparición de Javier Milei en la política argentina es, sin dudas, un fenómeno de esos que aparecen cada tanto y amenazan con patear el tablero. Sin embargo, su explicación no es ideológica.
Para entender tal “fenómeno Milei” hay que apelar a la sociología y a la psicología política: Milei es la consecuencia de una ciudadanía enojada con una dirigencia que ha hecho del fracaso ajeno la fórmula del éxito propio. Ni siquiera los seguidores de Milei comparten todas sus ideas. No los atraen sus propuestas, sino su histriónico estilo y sus coléricas diatribas a la “casta política”.
“El Peluca” como lo llaman sus seguidores más fieles, es un personaje que se fue creando casi de la nada, emitiendo opiniones altisonantes e insultos rimbombantes. Ha llegado la hora de conocer sus ideas y propuestas. Es decir, es el momento de analizar que hay en la cabeza que esa peluca adorna.
Milei reivindica la dictadura que ensangrentó a la Argentina entre 1976 y 1983, en particular al primero y al peor de los dictadores, Jorge Rafel Videla. También a Domingo Felipe Cavallo, el mismo que inventó la bomba de la convertibilidad y luego no supo desactivarla, provocando la crisis del 2001.
Sus propuestas son draconianas: la dolarización de la economía, el cierre del Banco Central, la privatización de todas las empresas estales, de la educación y la salud pública, más la abrupta eliminación de todos los planes sociales. Muchos de quienes dicen que lo votarían, serían las víctimas de estas medidas.
En el caso de ganar la presidencia, lo haría en un ballottage, con una mayoría circunstancial y como resultado del rechazo a la otra opción, cualquiera sea. Sabiendo que no tendrá los apoyos necesarios en el Congreso, promete gobernar por decreto y con plebiscitos, con represión y sin respetar el Estado de Derecho.
Milei no oculta qué haría ni cómo lo haría. Todo lo contrario, lo grita a los cuatro vientos. Es hora de preguntarse: ¿qué pasaría si ganara las elecciones? ¿Cuánto demorarían las protestas en las calles, un juicio político y su destitución? ¿Qué pasaría con la economía en ese ínterin? Sin dudas, el caos.