El pasado domingo 13 de agosto, los argentinos fuimos convocados a las urnas para elegir los candidatos a la Presidencia de la Nación, entre otras candidaturas. Un porcentaje relativamente bajo del electorado dio cumplimiento a su obligación legal, ética y política de votar (menos del 70 por ciento).
En contra de todas las encuestas y de todos los análisis y pronósticos previos (incluidos los de quien escribe), el precandidato más votado fue Javier Milei y, además, la fuerza política más votada fue La Libertad Avanza, con un 30,4 por ciento de los votos. Algo inesperado.
Los dos más votados, después de Milei, fueron Sergio Massa (21,4 por ciento) que le ganó a Juan Grabois (5,87), y Patricia Bullrich (16,98 por ciento) que hizo lo propio con Horacio Rodríguez Larreta (11,29). Más lejos, Juan Schiaretti y Myriam Bregman que lograron pasar a la primera vuelta. Muy meritorio.
Si se analiza por fuerza política, el segundo lugar fue para Juntos por el Cambio (28,27 por ciento) y el tercero para Unión por la Patria (27,27 por ciento). Así, quienes gobernaron entre 2015 y 2019 y quienes gobiernan desde entonces, quedaron empatados con escuálidos porcentajes de apoyo. Doble castigo.
Desde la noche del domingo el país vive convulsionado. Tanto los que votaron a Milei como los que optaron por otros precandidatos, parecen sorprendidos, casi estupefactos. Algunos están eufóricos y otros asustados. Todos (o casi todos) obran como si Milei hubiera sido elegido presidente el 13 de agosto.
Sin embargo, no es así. Entre las tres principales fuerzas políticas que compitieron, hay menos de tres puntos porcentuales de diferencia. En otros términos, entre La Libertad Avanza y Unión por la Patria, hubo menos de 700.000 votos de diferencia, sobre un total de más de 24 millones de personas que votaron.
Milei no es el presidente electo de los argentinos: ¡no ganó la presidencia el 13 de agosto! ¡No tiene asegurado el triunfo en las elecciones del venidero 22 de octubre! ¡Ni siquiera tiene garantizado un lugar entre los dos candidatos que pasarían a un eventual ballottage el 19 de noviembre!
Ahora bien, eso no quita que Milei tenga probabilidades (muchas) de entrar a ese hipotético ballottage e, incluso, de ganar en primera vuelta. Depende de su capacidad para retener el voto de quienes lo apoyaron y de captar nuevos votantes. Pero, sobre todo, depende de Unión por la Patria y de Juntos por el Cambio.
Háganse cargo
Paradójicamente, tanto Sergio Massa como Patricia Bullrich, más allá de sus diferencias, que son públicas y notorias, tienen una responsabilidad en común. Él y ella, cada quien por su lado y conjuntamente, deben redoblar los esfuerzos para salvaguardar la gobernabilidad del país, hasta y desde el 10 de diciembre.
Voy a escribirlo con todas las letras, porque no son tiempos de neutralidades acomplejadas. Con Milei a cargo de la Presidencia la libertad no avanzará. Todo lo contrario, sucumbirá en la ingobernabilidad. Porque las libertades individuales no existen sin la justicia social que él niega y ridiculiza, absurdamente.
El pensamiento político que se autodefine como “libertario” no es liberal. Ni siquiera es neoliberal. Todo lo contrario: es autoritario y, por lo tanto, ofende al verdadero liberalismo.
Es tan autoritario como lo fue Hugo Chávez, y como lo es su sucesor, Nicolás Maduro, en Venezuela, pero a la derecha de la derecha.
No se trata de una discusión sobre el rol del Estado en la economía. No está en discusión si tal o cual empresa debe ser de gestión estatal o privada. Está en juego si el Estado debe o no garantizar la educación y la salud, si debe haber o no políticas de producción y empleo, de viviendas y obras públicas.
Es evidente que la democracia argentina, a 40 años de su recuperación, sigue en deuda con su pueblo, lamentablemente. Hemos elegido a nuestros gobernantes y eso es muy bueno. Lo malo es que los elegidos fracasaron a la hora de resolver los grandes problemas mediante políticas de Estado.
Por lo tanto, se debe mejorar el funcionamiento y los resultados de la democracia. No tirarla por la borda y entregarnos a manos de un autoritarismo enloquecido y enloquecedor, que profesa el “sálvese quien pueda”.
El enojo y la frustración de muchos es comprensible, pero no debe llevarnos al suicidio colectivo.
Mucho se ha analizado el “fenómeno Milei”. Pues bien, la hora de los análisis, de las lamentaciones y las resignaciones ha concluido. No ganó, pero puede ganar la Presidencia. Su afán de implementar propuestas extremistas y su falta de sustento en el Congreso, presagian horas aciagas si eso ocurriese.
Para evitarlo, Juntos por el Cambio y Unión por la Patria deben reaccionar, pedir perdón por sus errores presentes y pasados, asumir que el otro es sólo un adversario del que necesitarán para gobernar, y hacer sus propuestas. Si no, Milei será presidente, certificando el fracaso de la política argentina.