Infumables. Esa es la categoría analítica a la que pertenecen algunos papis y mamis con quienes debemos sociabilizar, producto de enviar a nuestros hijos al mismo colegio, al mismo grado, salita o curso. Tras muchos años y mucho esfuerzo dedicado a construir amistades con gente que piensa de forma similar, tiene modales parecidos y habla más o menos sobre los mismos temas, la paternidad rompe nuestra bella burbuja y nos sienta nuevamente en la mesa junto a personas muy diferentes, con el agravante de no podemos irnos, ya que no estamos allí por nosotros, sino por nuestros hijos. Palabras claves: el hippie, la cheta, el villero, la de pañuelo celeste, y el facho. Son las 8:35 de la mañana y faltan cinco minutos para que se abran las puertas del colegio. A paso lento, se acerca un papá con su hijo que calcula sus pasos para llegar justo al momento del ingreso, para no tener que intercambiar palabras con los demás, ya que no encuentra puntos en común con ninguno. Mientras tanto, los otros padres se acumulan en la entrada. La primera en llegar fue la mamá cheta. Cuerpo fitness, ropa de marca nueva, perfume importado, maquillaje, uñas pintadas, todos los dientes derechos y blancos, fino biyú y Samsung s10. El otro día, luego del aumento de la cuota, sugirió en el grupo de Whatsapp hacerle una remerita de la promoción a los nenes que pasan a la primaria para que les quede de recuerdo, pero no obtuvo respuestas. También espera en la entrada del cole el que vive a una cuadra de una villa miseria. Siempre lleva consigo la frase “negros de mierda” por si la necesita. Una vez contó que “los negros de la villa” estaban “escuchando La Mona a todo lo que da” y él quería dormir la siesta. Entonces llamó un patrullero y, como la Policía no le dio bola, él se metió con su escopeta a la villa, fue a la casa de quien estaba escuchando música y, con el arma en la mano, le dijo: “O bajás vos el volumen o te lo bajo yo”. Ahora llega la ultracatólica, pañuelo celeste, que dice estar feliz porque el papa es argentino, pero triste porque “es peronista”. En los cumpleaños siempre se la escucha decir “si no quería ser madre ¿por qué no se cuidó?” o “al país se lo saca adelante trabajando” o “ay, cómo me duele la pobreza, ay”. Hace un tiempo tenía la frase “Salvemos las dos vidas” como imagen de perfil de Whatsapp, pero, cada vez que algún nene se le acerca a venderle una tarjetita, se agarra fuerte la cartera y ladra un “no”. Al último, casi tarde, se baja de su Bora negro con su Iphone X, mientras se le cae el carné de OSDE, el hippie buena onda que es todo “amor y paz”. Te das cuenta que en su casa todo es un quilombo porque el nene es el que más putea en el jardín. Dice “puta” y “pelotudo” y le pega a todos los compañeritos. Y ahí llega el papá perfecto. El que justo cae cuando abren la puerta del colegio para no tener que fumarse a todos los demás. Él piensa que hace las cosas bien y que son los demás quienes están mal. Es incapaz de ver sus defectos y por eso nunca podrá cambiar. El error siempre estará en los otros: estuvo en su familia, en quienes no piensan como él, en su ex pareja y estará en su hijo, cuando éste pueda enfrentarlo. Este papá es el que menos le aportará a la comunidad de padres. Su único consuelo será criticar a los demás y pensar en lo equivocados que están. Este último, quizás, sea el más peligroso. Conclusión:si hay algo que nos enseñó la vecindad del Chavo del Ocho es que la convivencia entre gente distinta es muy difícil y sólo funciona cuando un grupo de reidores festeja cada tragedia cotidiana.