“Escritor Profesional” (Ediciones Godot, 2023) de Edgardo Scott (Argentina, 1978) es un libro de ensayos que habla sobre los escritores, la escritura, la lectura, sobre el universo mutable e inmutable del mundo literario contemporáneo (digamos desde el 2000 a esta parte).
Es un libro que inquieta, irrita, divierte. Sí, es todo esto y aun así no es contradictorio.
En el prólogo, el autor cuenta cómo surge el libro y recuerda una conferencia de Gombrowicz, en la que el polaco arremete contra los poetas. “Arremete contra la impostura y las poses, contra las miserias e ignorancias de un ámbito “cultural” cristalizado y decadente”. Definitivamente estas palabras asumen y resumen lo que será el eje de “Escritor profesional”.
Scott encara esa tarea no con el dedo acusador de quien se erige en reserva moral de un gremio selecto, intelectual y omnipotente: lo hace con desparpajo, sorna y con mucha seriedad (aunque parezca contradictorio, no lo es).
Los planteos filosos e irónicos -propios del polemista- están presentes en cada texto, a la vez que existe una seriedad absoluta en sostener las preguntas adecuadas y ensayar las respuestas que hoy salen al encuentro desde la coyuntura en la que escribe.
“Escritor profesional” está conformado por siete ensayos, en cuyos títulos se enuncia el foco de escritura. “El escritor profesional argentino y la tradición” (la referencia borgeana es evidente) presenta un personaje a partir del cual se articula todo el libro. Sabremos varias cosas de él: que lee poco y mal, que es joven, progresista, exitoso, que no asume riesgos ni acepta críticas, que posee un talento modesto y le cuesta escribir, sólo para mencionar algunas de las muchas características abordadas en el artículo.
Pero sobre todo sabremos que no lee poesía, y esto se erigirá como una gran falencia. Cada uno de estos rasgos serán tratados con la seriedad que permite la ironía, el comentario mordaz, el humor.
La identificación (propia y ajena) con el “Escritor profesional” es inevitable, en ese ejercicio radica parte del atractivo del texto.
En “Visibilidad”, Scott indaga qué ocurre con la búsqueda de notoriedad por parte de los escritores en la actualidad y cómo esto modifica lo que se entiende como el quehacer del escritor. Cada apartado del artículo inicia con una pregunta que da pie a las reflexiones y finaliza con el comentario de un especialista en “marketing” (amigo del autor), que limpia de eufemismos ciertos procedimientos del campo literario a la hora de buscar dicha visibilidad.
“Literatura y corrección política”, a partir de una anécdota que narra la cancelación sufrida por la autora de “Harry Potter”, se adentra en los vericuetos de una época en la que, más que nunca, las apariencias, las correcciones puertas afuera, marcan la agenda del ámbito literario en todas sus facetas. Esto ocurre a tal punto que hace necesario, por ejemplo, la existencia de un “sensitviy reader” (lector de sensibilidad) para ajustarse a la corrección de los nuevos tiempos.
Para perforar ese mundo Scott recuperará la figura de Rodolfo Walsh y su evidente incorrección política ante el poder, ante la dictadura como verdadero “modelo” de posicionamiento. Trabajará el contrapunto de la corrección y la incorrección política.
“Notas sobre la lectura y la crítica literaria” habla sobre la lectura, sobre un tipo de lectura lenta y profunda que abreva en una larga tradición (Canetti, Borges, Gusmán, Chitarroni, Gandolfo, Gombrowicz, Forn, Moreno, Sontag, sólo para nombrar parte de la genealogía recuperada por Scott). La nota plantea la escasez y la prisa de los lectores de hoy. Scott lee y cita a Auden: “un mal lector es como un mal traductor: es literal allí donde debería parafrasear y parafrasea allí donde debería leer literalmente”.
El crítico es ante todo un lector, o debería serlo. “Una muestra de la crisis de la crítica en los medios culturales es la prevalencia de la entrevista. Menos lectura, más entrevista”, dice Scott.
“Literatura y trabajo I y II” intenta discutir si el trabajo artístico (el del escritor será central) debe ser equiparado a otros trabajos. Intentando sortear cualquier maniqueísmo, de estos textos se pueden pensar algunas preguntas ¿Concebir a la literatura como trabajo sería reducirla a la lógica del mercado? ¿Cómo encarar la relación trabajo/escritura hoy? Las ideas se mueven en una tensión que oscila entre la necesidad genuina de que se reconozca una remuneración y la dificultad de reducir la literatura a un trabajo.
“Contra los escritores”, texto que cierra el libro, recorre diversas posibilidades que se presentan a la hora de escribir. Reconoce opciones para el escritor: “hay dos grande estilos y tradiciones. Escribir como los escritores o escribir como los poetas”. De alguna manera aquí el libro se vuelve sobre sí mismo y retoma lo propuesto en el primer ensayo. Entre otras cosas se completa la idea de por qué el escritor profesional no lee poesía.
Detenerse, observar qué pasa alrededor. De eso se trata. Es bueno subrayar que el libro no es un listado de posiciones cuestionables, sino un ensayo, varios ensayos. Se piensa a la literatura como un acontecimiento del lenguaje. Scott recoge una idea de Elías Canetti que se repite en varios pasajes del libro, dice el búlgaro que existen tres características de un gran escritor: ser original, resumir su época y criticar su época. Esto persigue “Escritor profesional”.