Alfredo Lemon nació en 1960. A los 23 años, publicó su primer libro “Eclipses, arritmias y paranoias” (1983) y hoy, casi 23 años después de “Sobre el cristal de papel” (2004) vuelve a aparecer en la escena literaria con “23”, número que parece repetirse en su derrotero literario y coincide también con el año en curso. Es un autor detallista y cultivado. Un poeta que borgesianamente hace culto de aquello de enorgullecerse más por los libros que ha leído que por aquellos que ha escrito. Lector y poeta de escritura refinada y aguda.
El libro se compone de cuarenta poemas. Es un libro atravesado por el tono sapiencial. “Que el fruto caiga cuando se cumpla el tiempo”, dice Alfredo y es tal vez por eso que el poeta se toma mucho tiempo en publicar. El libro madura y cae solo de las ramas del silencio. Se hace palabra cuando puede verdaderamente nacer. Los poemas se debaten -a mi juicio- entre el erotismo y la mística. Cabe decir que a cierta altura, erotismo y mística son lo mismo o parecen lo mismo o, al menos, se entremezclan se confunden como dos amantes revueltos en sus sábanas de los que no podemos inferir muy bien de quién es aquel brazo o de quién es esta pierna. Llama la atención, el acertado recurso de la paronomasia (figura literaria de tipo fónico que asocia dos palabras no por su significado sino por su pronunciación semejante): hades y hadas; trompo y trampa; suma y cima. Esa combinación o juego de palabras tiene tal vez que ver con esa misma amalgama de lo sagrado y lo erótico, el cuerpo y el alma, el espíritu y la materia. La mística (y me refiero a una mística expresada en lo literario a partir del chispazo que puede acontecer en cualquier ser humano) como exaltación en el cuerpo y la erótica como arrobamiento espiritual de la carne. La poesía de Alfredo es profundamente religiosa y abreva en dos aguas principales. Por un lado, en las aguas occidentales heredadas de su formación cristiana y por otro lado en las buscadas aguas del oriente, en particular la espiritualidad de la India. El poema “Subida al Monte Carmelo” de claras reminiscencias sanjuanescas, es una acabada y perfecta síntesis personal del encuentro de estas dos vertientes cristalizadas en poema: “…Irás peregrinando hacia la nada del último adiós/ Solitario, irás dejándote, despojando/ Reconociéndote vagabundo como tantos, / equivocado más que muchos, / serás llevado al silencio/ Y cuanto más alto subiendo/ menos entendiendo la tenebrosa noche…”
En su pulcritud, el libro atesora sutiles incorporaciones literarias donde podemos a encontrar a Teresa de Jesús, Borges, Celaya, Pavese. Lemon, modifica apenas un poco algún verso, se lo apropia y esgrime su propio derrotero, saca otra luz de donde hay luz. “La poesía es un alma cargada de futuro” dice Alfredo Lemon parafraseando a Gabriel Celaya. Modifica, cambia solamente “arma” por “alma” y he aquí lo que yo denominaría una paronomasia encubierta, completada por el posible lector cómplice y avisado. Y así como incorpora poetas también incorpora artistas. Es el caso del poema “Esto sí es una pipa” en clara reminiscencia con el belga René Magritte que en 1928 vinculó el dibujo de una pipa con una leyenda en francés que decía: “Ceci n’est pas une pipe” (Esto no es una pipa). El artista belga relacionado en parte con el surrealismo, generaba de este modo una discordancia entre lo escrito y lo representado. La pipa no era una pipa porque era la representación de una pipa, pipa que no podía ni cargarse ni fumarse. La representación de la cama no sirve para dormir en ella creo que decía Platón en La República. Pero Lemon, lejos de negar la representación, afirma: “Esto sí es una pipa”. Tal vez influenciado por el carácter juarroziano de realidad o existencia que la poesía conlleva. Ni representa, ni ilustra, el poema: es: “¿Esto es una pipa? / Sí, una silueta dibujada en la página. / Una respiración que divaga. / Un talismán que redacta. / Un objeto poético que permite el placer/ y el extravío”.
Consciente de la finitud pero al mismo tiempo transido por la trascendencia Lemon dice: “Somos frágiles en nuestra soberbia de hierro”. Cuando decide poner su pluma sobre el cristal del papel, ha trabajado mucho, ha corrido mucha agua por debajo del puente. Es la poesía que le quema en las manos y entonces se vuelve escritura.
Por un latido más
Danza tu orgasmo