Nos reincorporamos a la escuela. Nos saludamos con las maestras y los profes, compartimos el desayuno, hablamos de las vacaciones, de la situación económica. Una hora más tarde, comenzamos con el taller docente. Vemos un video, leemos textos, normativas, respondemos preguntas en grupo.
Me distraigo, pienso en otra cosa. Me viene el recuerdo una de las últimas charlas que tuvimos con un grupo de estudiantes del año pasado. Hacía calor y estábamos en el patio, en recreo.
-Profe, ¿no vino el de Física? (entiéndase «el profesor de Educación Física”, comúnmente llamado “el de gimnasia”).
-No. Van a tener clases conmigo.
-Uhhh… Pero queremos tener Física. ¿Por qué no vino?
-Le pasó algo terrible. Parece ser que estornudó un moco muy grande y se quedó pegado al pañuelito.
-¿Y por eso no vino?
-No, no. Es que hizo un bollito con el pañuelo y se quedó adentro. Lo peor es que se tiró a la basura.
-Eso no puede ser.
-Vamos a buscarlo a un tacho, capaz lo encontramos.
-Bueno. Pero si está nos da clases él.
En la primaria, esa hora dedicada al cuerpo en movimiento es más atractiva que ninguna otra. No importa el clima ni el momento del día. Las clases de Educación Física se esperan, se exigen, se quieren extender como una prolongación del recreo.
Hablo en general y, en cierto sentido, en contra de mi propio recuerdo de estudiante perezoso, lento, cuya escasa destreza lo hacía disfrutar más de la lectura.
Como sucede en las otras materias, la Educación Física plantea aprendizajes de distintos niveles de complejidad. No es fácil y, sin embargo, se disfruta. Porque ahí, aprender parece un juego.
¿Se puede lograr algo similar para el resto de la jornada?
El taller docente sigue. Más allá de lo interesante o no de esta instancia de formación, me aburro. El contenido está cargado de buenas intenciones, pero la monótona repetición de una misma lógica de trabajo se vuelve en contra. Y, al día siguiente, tendremos el segundo encuentro.
Pienso en el taller y, de inmediato, pienso en las clases. ¿Cómo lograr que se vuelvan atractivas, novedosas?
En la secundaria, la cantidad de materias que se deben cursar se abren a diversos gustos e intereses, de manera que las horas de Educación Física dejan de ocupar ese rol central en el ánimo estudiantil. El juego y la recreación, sin embargo, no son privativos de la primera etapa de la infancia. Me refiero a lo lúdico como forma de relacionarnos con los saberes.
¿Podemos convertirlo en el eje para el desarrollo de contenidos? ¿Es posible planificar clases en las que el juego, las artes y el entretenimiento articulen los contenidos? ¿Serán clases en las que todos y todas, o al menos la mayoría, quieran estar?
Hablo de juego y, al instante, me viene la imagen las cartas de truco o del “Uno” que circulan de un banco a otro como si terminar una mano fuera más importante que los consejos de Martín Fierro a sus hijos. Pero también me acuerdo del profe Raúl y su taller de ajedrez con chicos y chicas de 10 años, que no sólo aprendieron a mover las piezas sino también estrategia, y geometría, y lengua, y ciencias sociales…
Antes del final del taller tenemos un recreo. Paso por la biblioteca. Reviso los libros que hay, aquellos con los podría trabajar durante este ciclo lectivo.
Recuerdo que el año pasado leímos “Un plan maestro”, una historia que gira en torno a las ideas que despliega un grupo de estudiantes para alegrar a una maestra que suele llegar de mal humor a la escuela. El cuento de Graciela Repún es uno de los últimos libros que envió el Ministerio de Educación (de altísima calidad, para repartir un ejemplar a cada estudiante, de manera que pudiera leerlo tanto dentro como fuera de la escuela) y cada relectura se convirtió en oportunidad para aprender: la estructura narrativa, las características del texto instructivo, los derechos de la infancia. Sin haberlo previsto, nos sirvió para descubrir cómo leer las agujas de un reloj, y también para desarrollar prácticas de escritura creativa, ya que escribimos nuestros propios planes para alegrar a “las seños”:
-Podemos darle un beso y un abrazo cuando llega.
-Claro. Lo que les parezca.
-O borrar el pizarrón, como en el cuento.
-De una.
-Hacerle chistes, capaz.
-Puede ser.
-Pero yo a la seño le hago chistes siempre y, al final, se enoja, profe. No sé, me dice que atienda, que no la interrumpa.
-Entonces, el plan puede ser que atiendas.
-Y sí… Pero a mí me gusta más hacer chistes. ¿Le cuento uno?
Salgo de la biblioteca, vuelvo al aula, terminamos el taller. Antes de irnos, hablamos. Hay preocupación entre los y las docentes. Se vienen tiempos complicados, para todos y para quienes nos dedicamos a esto. Aún no hemos recibido a los nuevos estudiantes y ya se han realizado recortes salariales (se eliminó el FONID y la paritaria nacional docente); a nivel provincial, se aplicó un ítem de presentismo para evitar la protesta. El panorama no es alentador, sabemos que sobrevendrán luchas y será necesario organizarse, acompañarnos, resistir.
Pero acá estamos, pensando en las clases para los y las estudiantes que llegarán y necesitarán de todo nuestro ingenio, de nuestra creatividad, para aprender con ganas. Y quizás el aula sea, ahora más que antes, uno de los pocos espacios en donde podremos, además de aprender, jugar.