Los seres vivos nacemos con muchas conductas determinadas por los genes, pero también con predisposiciones que se confirman o descartan, según las experiencias de vida y los factores ambientales. Por eso siempre son importantes los «buenos ejemplos» de nuestra familia, para incorporar las normas y costumbres y en definitiva marcarnos lo que está bien o mal, tanto en lo individual como en lo social. Todo esto que es de sentido común y conocido por todos, sin embargo, pareciera no tener anclaje en las capas superiores del Poder Judicial argentino.
Sabido es que la imagen de la actual Corte Suprema es muy mala y el descrédito del que gozan sus cuatro integrantes, sólo queda menguado por el amplio desconocimiento social de quiénes son y qué cosas hacen. Por caso, el actual presidente del Cuerpo, Horacio Rosatti, es al mismo tiempo el polémico titular del Consejo de la Magistratura, órgano responsable de la selección de jueces, entre otras cuestiones. Justamente sobre este tema, hace algunos días ocurrió otro hecho vergonzoso que tuvo como principal beneficiario al joven Emilio Rosatti, hijo de Horacio, y quien aspira a ser juez federal en Santa Fe. Si bien en el concurso había terminado tercero en la orden de mérito detrás de dos mujeres, los amigos de su padre en el Consejo (Hugo Galderisi y Miguel Piedecasas), le hicieron una «entrevista amigable» y lo metieron en el primer lugar, desplazando a las dos concursantes que habían obtenido mejores notas. Encima, Emilio Rosatti carga con dos alcoholemias positivas, una de ellas por manejar borracho en una ruta con la increíble marca de 2,24 gramos de alcohol en sangre, lo que provocó que le retirasen el carnet de conductor.
De todos modos, nada sorprende en el ámbito de la «Sagrada Familia» en la que familiares, amigos y amantes son beneficiados a dedo y por encima de méritos que otras y otros desafortunados pueden ofrecer. Lo que debiera ser una institución ejemplar, en realidad es un «coto familiar» en el prevalecen demasiadas trenzas y amiguismos. Recordando aquel éxito televisivo protagonizado por Arturo Puig en 1994, en el que un padre viudo y su empleada doméstica se encargaban de cuidar a las tres hijas a quienes llamaban «las chancles». Seguramente en la intimidad familiar, un efusivo Emilio le debe haber dicho a Horacio: ¡Grande, Pa!