Les confieso que me gusta muy poco escribir sobre nuestros actos horribles, y más aún en estos tiempos de confusión, desconcierto y competencias alocadas, en las que “pisar cabezas” se volvió algo demasiado cotidiano. Agredir a otros es ni más ni menos que intentar dañarlos física y emocionalmente con el objetivo de someterlos, lesionarlos, herirlos y hasta matarlos.
Por supuesto los argentinos cargamos en nuestro ADN con etapas tremendamente violentas y sangrientas, en las que la crueldad y el sadismo de los torturadores y asesinos no sólo no tenían límites, sino que fueron llevados al extremo de lo siniestro. Reconozco sin embargo, que es indispensable hacernos cargo de intentar resolver este flagelo, que abarca desde simples insultos hasta brutales homicidios. Vale entonces, y en un intento por edulcorar el enfoque científico sobre la violencia, recordar algunos párrafos de una canción señera de nuestro rock nacional, escritos por Miguel Cantilo en Señora Violencia e Hijos:
“Señora violencia con nubes de petardos,
palabras lanzallamas y razón criminal.
Arquitecta del miedo edificado a fuego,
Machete prepotente y tajo cicatriz.
Señora de los golpes y de las palabrotas,
Con manos de pistolas y sexo de gillete…
…Dónde van los hijos de tu vientre,
Con escamas de plomo efervescente,
Maltratando animales y talando pinares,
Destrozando los bosques, dañando los valles,
Marchitando la hierba que van pisando…”
Ahora bien, nos preguntamos entonces sobre las conductas agresivas de defensa y ataque de todos los seres vivos, y no nos imaginamos a un cocodrilo pidiéndole permiso a un ciervo para cazarlo y comerlo. Pero tampoco imaginamos a un animal atacando a otro tan solo por el “placer” de lastimarlo. En el orden natural y en la lucha por la supervivencia, la violencia parecería tener su lugar reservado incluso para las disputas internas y el mejoramiento y fortalecimiento de las especies. Bien diferente es en cambio, un vecino que mata a otro tras una discusión “de machos” porque puso música con alto volumen, o un automovilista que apuñala a otro luego de una discusión de tránsito.
La licenciada Adriana Martín es una reconocida Psicoanalista recibida en la Universidad Nacional de Córdoba y formada en la Escuela de Orientación Lacaniana. Con una trayectoria de más de treinta años en la atención clínica e institucional, ha realizado ya varios trabajos enfocados especialmente en la problemática de la violencia urbana, y por lo tanto es “palabra autorizada” a la hora de analizar este flagelo.
¿Qué plantea la teoría psicoanalítica acerca de la agresividad?
Freud escribe “El porqué de la guerra” (1932) como respuesta a la invitación de Einstein para pensar la agresividad. Allí plantea la pulsión de muerte como difícil de diferenciar de la vida, porque sucede que también matamos para preservar nuestra vida, y también obtenemos placer de matar, lo que complejiza el asunto. También ironiza con el asunto de la vida del enemigo, ya que se “respeta su vida” para someterlo. Para Freud el “prójimo” aparece como una tentación para satisfacer en él la agresividad y los deseos eróticos. Freud tuvo el coraje de no ser complaciente con la condición humana. En el “El Malestar de la Cultura”(1930), explora la felicidad y el sufrimiento, formula que una sociedad se funda a partir de la represión de la sexualidad y la renuncia a las tendencias agresivas. La libido alimentará el lazo social a través de la sublimación y la agresividad reprimida vuelve al sujeto incrementando sus autoexigencias. Desde luego que la sociedad Victoriana de Freud se diferencia radicalmente de la actual, comandada por un neoliberalismo con sus propias lógicas. Hoy las tensiones de la civilización hipermoderna, las aspiraciones de libertad y la inseguridad existencial y su consecuente angustia plantean otras encrucijadas y sacrificios.
Queda vigente un imperativo superyoico desbocado (autorreproches ante el fracaso, búsqueda de perfección o juventud eterna). Hay una agresividad necesaria para preservar la existencia que en un segundo tiempo se articula con el tener, y ambas constituirán la realidad psíquica. Lo que vemos hoy es una promoción a un goce solitario, a las compulsiones y una sociedad que empuja al exceso, donde el entretenimiento cumple la función de control social y de aturdimiento. Los diques tradicionales que regulaban los lazos como el pudor y la vergüenza se han relajado, y lo podemos ver en nuestra práctica clínica. La mirada del otro dejó de regular las conductas, si alguien es víctima de una golpiza habrá algunos que filman, otros que colaboran en el ataque y otros asisten con total indiferencia.
La fascinación y la morbosidad es moneda corriente. La violencia aparece entonces como un modo de agrupamiento, promovido por los discursos de odio, que incentivan la segregación, refuerzan la estigmatización y promueven el sacrificio a partir de la fantasía de una purificación social. Hace algunos años ya irrumpieron en la escena pública “los indignados”, como una forma de agrupamiento que aspiraba a recuperar un lugar en el mundo, un grito que apuntaba a una salida a la angustia. Esa conformación se fue desmembrando en discursos más desorganizados, sin líderes, orientados por los discursos de odio actuales, que promueven el rechazo a otorgarle un lugar al otro. Ya no es por el propio lugar, se trata de negarle asidero a otros. Sin duda hay algo del “post pandemia” en todo esto, que dejó el saldo de un sujeto a merced de las nuevas tecnologías que hoy operan como canales informales de manejo de la opinión pública y el crecimiento en ese contexto del negacionismo con una fuerza inusitada (negar el virus, negar las vacunas y finalmente negar la muerte).
¿Usted cree que la frustración y la exclusión refuerzan la violencia?
La construcción de la subjetividad es transindividual, e incide la época y las maneras de nombrar su experiencia de vida. No es lo mismo decir “tengo amigos” que “seguidores o contactos”. Los lazos se van degradando, y los procesos de segregación aumentan con el progreso tecnológico. Pedile a un adulto mayor que haga un trámite a través de una plataforma digital y ya verás…En este contexto la desigualdad social y exclusión (una de las formas de la violencia) con el acceso tan limitado a las necesidades básicas, la pérdida de la paz social está a la vuelta de la esquina. La mercantilización de la vida implica el progreso para pocos, y quienes quedan en el camino son considerados población de descarte en la visión utilitaria que tiene el estado de la muerte, despojándola así de su sentido más cruel “que mueran los que tengan que morir”.
¿Y qué papel juegan en todo esto las redes sociales?
Estamos ante una revolución tecnológica, “el futuro llegó hace rato”, y nos impide ver a quién le estamos hablando cuando nos comunicamos. En las redes podemos localizar varios fenómenos nuevos, las “viralizaciones” como efecto de las identificaciones inmediatas, las “cancelaciones”, la aparición de los “influencer” como una red de autoayuda de jóvenes sin autoridad científica ni técnica, la fascinación y el culto por la propia imagen, las biografías de diseño y finalmente los haters, los trolls y las fakes news como estructuras de promoción de la injuria y construcción de sentido, que atacan la diferencia de pensamiento por un lado, e instalan ficciones en la opinión pública por otro. La tendencia entonces es hacia un discurso único y anulando el pensamiento crítico.
El malentendido en una conversación abre sentidos y permite una transmisión y construcción de saberes. Pero en las redes el algorítmico asocia por similitudes, se configura un mundo circular, donde nos vuelve lo mismo, constituyendo casi un soliloquio con fijaciones de sentido. Bajo estas coordenadas se abonan y florecen los discursos de odio que preceden los pasaje al acto homicida o suicida. El individualismo es un cerrarse sobre sí mismo, y si en este aislamiento presionamos con imperativos imposibles, reforzando las exigencias superyoicas, tendremos un sujeto desconfiado y a la defensiva, a merced de sus propios demonios y dispuesto al contraataque. Allí el narcisismo de las pequeñas diferencias (con el vecino, en los problemas de tránsito) puede llegar a la radicalizacion de la violencia urbana que hoy vemos.
¿Qué lectura hace de lo llamamos “grieta”?
“La grieta” es una nueva nominación de viejos antagonismos que responden a proyectos diferentes de país, y que juega con las derivas de las identificaciones frágiles y las identidades fijas. Aquí se puede ver la potencia y la penetración de la televisión, de los medios y de los legados familiares. El fogoneo de las rivalidades se incrementó en los últimos años al punto de demonizar lo político, y la participación en la plaza pública, deslegitimando las organizaciones ciudadanas y por lo tanto las bases de la democracia, con discursos de desprecio lamentablemente, muy consumidos.
¿Le sorprende la gran cantidad de femicidios y de violencia de género que sufrimos?
No soy una experta en el tema, creo que es un flagelo ancestral, refractario a campañas y luchas. Los feminismos lograron instalar en el habla nominaciones que organizaron en torno a un sentido una violencia que estaba invisibilizada. Y además que algo íntimo y privado se colectivizara, pasando del yo al nosotras. Se hizo mucho en los últimos años y queda aún mucho por hacer. Sin embargo, cuestionaría el tratamiento que se le da en los medios a estos crímenes, ya que la identificación se da con la víctima pero también con el agresor. Creo además que preventivamente el Estado tendría que impulsar el tratamiento de la violencia doméstica en los programas comunitarios (actualmente desmantelados de profesionales psi), ya que se trata de un asunto de salud pública en el que la intervención judicial llega a destiempo y como paliativo.
¿Qué opina sobre la baja de la edad para la portación de armas?
Propiciar el uso de las armas de fuego como política de estado es una incitación a la violencia que rompe con el pacto democrático que se sostiene en la paz y el bien común. Incentivar el uso en los jóvenes es descabellado y peligroso. Hoy se están eliminando programas sociales para niños y adolescente, mientras se instala un discurso estigmatizante contra los jóvenes. Armar a la sociedad es una provocación en este contexto de desigualdad, carencias y discursos deshumanizantes.
¿Y sobre los casos de justicia por mano propia?
Creo que es otra consecuencia del desmembramiento social, del miedo y la desconfianza hacia la eficacia de la justicia. Es una especia de anomia social, donde un “buen vecino” se cree un justiciero mientras se convierte en un criminal. También se legitiman linchamientos brutales en los que los participantes quedan llamativamente impunes. El linchamiento lejos de ser un acto de justicia es en sí mismo un acto de cobardía. Es también un efecto de la tensión instalada entre la seguridad y la libertad; diría una interpretación distorsiva del concepto de libertad.
¿Y qué hacemos entonces?, ¿Será el amor nuestra salvación?
La lógica del amor implica tener en cuenta al otro. En cambio, la lógica del odio es ubicar el mal afuera y por lo tanto desconocer nuestra propia oscuridad. El amor acontece más allá de las intenciones y de las modas que impone el capitalismo. Sabiendo que la felicidad en la vida es episódica, desde el psicoanálisis lacaniano preferimos pensar en algo del orden de “lo posible”, la búsqueda de la satisfacción como una invención singular, no las que ofrece el mercado como sustitutas, sino las que nos permiten hacernos un lugar entre otros y con otros. Hacer comunidad y construir afectos verdaderos, hacer nuestros lazos “menos líquidos”, dándole un peso a nuestro decir.
Claro que ese camino también incluye fracasos y tropiezos que van calibrando nuestros pasos. Tomarnos una pausa, desacelerar, recuperar la conversación, el encuentro y el sentido de una comunidad más digna y menos salvaje, y alejarnos del goce destructivo, automatizado y solitario de estos tiempos. En todo caso la muy buena noticia es que podemos hacernos responsables de nuestra vida, e inventar nuestras propias soluciones para no involucrarnos ni caer en las trampas de estos tiempos violentos.