En los últimos diez años, con el avance de la tecnología y las aplicaciones para registrar distintos aspectos de la vida diaria como el sueño, los pasos que se caminan, las horas de estudio, los ciclos menstruales, cuántos litros de agua y las comidas que se consumen, cada vez más personas tienden a llevar un control de sus prácticas cotidianas a través de estas aplicaciones de bienestar, relojes inteligentes o plataformas de productividad.
Esta tendencia, conocida como self-tracking o auto-seguimiento, coincide con un clima cultural donde el rendimiento y la mejora continua parecen exigencias inevitables. A la vez que estos dispositivos prometen autoconocimiento y cuidado personal, también abren preguntas sobre la autoexigencia, la ansiedad, la dependencia tecnológica y una sensación permanente de que “siempre hay algo por mejorar”.
Para analizar este fenómeno, el Dr. Luis María Cravino, doctor en Sociología del Trabajo, director de la Maestría en Dirección y Gestión de Recursos Humanos de la Universidad Blas Pascal y presidente de AO Consulting, aporta una lectura organizacional, psicológica y social de la tendencia a medir distintos ámbitos de la vida.

El uso masivo de datos personales no puede separarse del modo en que las organizaciones y empresas evalúan su desempeño. “Vivimos del feedback”, afirma Cravino, y explica que tanto en la vida laboral como en la personal el acceso a información en tiempo real moldea decisiones, comportamientos y expectativas.
Frente a la pregunta sobre cómo el seguimiento constante refuerza la cultura de la productividad y el rendimiento, responde: “Por carácter general toda información nos ayuda para tomar decisiones. Vivimos del feedback. Si una persona está trabajando y sabe qué está ocurriendo con su trabajo, lo hará mejor. En la vida organizacional, los sistemas buscan tener información en tiempo real. Si un vendedor está vendiendo, quiere saber qué pasa con sus ventas. Si una persona está produciendo, qué pasa con su producción. Si una persona trabaja en la calidad, qué pasa con la calidad. Lo mismo nos pasa a nivel individual”.
El experto señala que la disponibilidad tecnológica actual para mediciones personales, desde datos biométricos hasta aplicaciones deportivas, cumple tres funciones claves: generar conciencia, permitir un seguimiento histórico y ofrecer alertas tempranas.
“Por principio general, eso nos permite hacer tres cosas. La primera es tener conciencia, y esa conciencia nos lleva a hábitos saludables en cualquier ámbito de la vida. El segundo elemento tiene que ver con el seguimiento continuo, ese seguimiento nos permite ver nuestra evolución, y no solo tener una foto, sino también tener una película. Y por último, también es lo más relevante desde una perspectiva de salud, es que nos puede brindar alertas temprano”.
Ese pasaje entre la “foto” y la “película” es uno de los puntos que explica por qué tantas personas se comprometen con estas plataformas. El dato deja de ser un registro aislado y se convierte en narrativa personal: ¿mejoro?, ¿retrocedo?, ¿rindo como debería?
Autoexigencia en alza
Detrás del entusiasmo por conocer cada detalle del propio cuerpo se esconde un mecanismo psicológico que potencia la autoexigencia: la comparación permanente entre el presente y el pasado, o entre el presente y una meta. Consultado sobre si estas prácticas incrementan la autoexigencia, Cravino es contundente: “Definitivamente la información nos ayuda para mejorar. Siempre que tenemos un dato del pasado, queremos formular un dato diferente, mejor.”
El sociólogo diferencia varios tipos de juicios que una persona realiza al verse reflejada en sus estadísticas: el histórico (compararse con el pasado), el objetivo (compararse con una meta), el competitivo (compararse con otros) y el emocional o valorativo (cómo se siente al lograr o no lograr algo). Es este último el que, según Cravino, alimenta el refuerzo positivo del auto-esfuerzo: “Si yo logré algo, ahora quiero lograrlo de manera mejor… me puedo comparar con uno mismo, con una mejor versión del futuro”.
Esta dinámica, que en el ámbito deportivo puede ser motivadora, también se traslada a la vida cotidiana y profesional, donde los parámetros de “mejor versión” son cada vez más exigentes. Lograr 7 horas de sueño o 10.000 pasos diarios dejan de ser recomendaciones y se convierten en cuotas diarias de rendimiento personal.
Soledad no deseada: vínculos frágiles en la era de la hiperconexión
¿Un nuevo tipo de ansiedad?
Si algo caracteriza a la actualidad es la disponibilidad casi ilimitada de métricas: desde sensores que detectan estrés hasta aplicaciones que penalizan “días sin progreso”. Esa abundancia genera bienestar, pero también ciertos efectos negativos.
Frente a los beneficios y riesgos, Cravino advierte: “Definitivamente cualquier medición puede generar sobre uno mismo niveles de obsesión o puede ser una distracción continua. Y de la misma manera que una persona que chequea continuamente su celular o sus redes sociales, entra en un proceso de menor atención, menor capacidad cognitiva, la búsqueda de datos permanentes me puede llevar primero a un riesgo de obsesión”.
A esta posible obsesión se suman otros problemas: interpretar datos médicos sin contexto profesional o desarrollar dependencia tecnológica. “Si la información que tenemos es de naturaleza, por ejemplo médica, incluso no somos un profesional en la materia muchas veces ese dato sin contexto lleva al error”, asegura el profesional.
Por último, este uso continuo puede generar una cierta dependencia tecnológica, si por alguna razón no tengo conectividad o no tengo ese instrumento, me genera una dependencia tal, como las personas que en algún momento se encuentran en una zona con un celular sin cobertura y se sienten ansiosos”, agrega. Este fenómeno, la ansiedad ante la ausencia de esa aplicación o herramienta, marca una línea fina entre el bienestar y el malestar. En muchos usuarios, dejar de registrar es sinónimo de “perder el control”, aun cuando la vida cotidiana no haya cambiado.
La relación entre datos, control y ansiedades contemporáneas es parte de un debate más amplio sobre salud mental y tecnología. El uso constante de métricas personales convive con un aumento significativo en los niveles de ansiedad, especialmente entre jóvenes.
Para Cravino, esta conexión es innegable: “La ansiedad es una de las características centrales que se genera en esta sociedad, especialmente en las personas más jóvenes. La ansiedad es una característica de nuestra época, también asociada con lo que el filósofo coreano Byung-Chul Han explica como la sociedad del rendimiento y su consecuencia que es la sociedad del cansancio. Estamos cansados y ansiosos”.
El especialista destaca que las apps son útiles para generar hábitos saludables, pero advierte que el exceso produce el efecto contrario. “Tener una aplicación que nos mida ciertos desempeños nos ayuda a ser mejores… pero también hay que cuidar la ansiedad”, asegura.
En un contexto donde la vida laboral, académica y social ya está atravesada por presiones de rendimiento, sumar indicadores personales puede reforzar la sensación de insuficiencia: nunca se duerme lo suficiente, nunca se alcanza el ritmo cardíaco ideal, nunca se corre tan rápido como se esperaba.
En ese sentido, es válido preguntarse si las aplicaciones mejoran nuestra salud o solo construyen una eterna lista de cosas para optimizar. Sobre eso, Cravino sintetiza: “Depende mucho más de la personalidad que podamos tener y de la lectura que hagamos de eso. Otra vez, cualquier medición es valiosa. La frecuencia de la medición incrementa el grado de conciencia”. Pero su advertencia es clara: la medición en exceso empeora aquello que prometía mejorar. “Cuando esto se vuelve obsesivo, no sólo no mejora el rendimiento, no mejora la productividad, no mejora la salud, sino que la empeora”.
La clave es celebrar los mecanismos de información, pero controlar su uso. “Celebremos cualquier mecanismo que nos da información, pero controlemos su uso. Otra vez, nuestra conducta es más relevante que cualquier algoritmo”, cierra.
Este punto es fundamental en un tiempo donde los algoritmos establecen metas, felicitan, sancionan y recomiendan cambios. La idea de que “siempre hay algo por mejorar” puede convertirse en una trampa que desplaza la escucha corporal y emocional por la obediencia a índices.
Algunos especialistas en cultura digital señalan que esta lógica transforma esas experiencias subjetivas, como sentirse bien, descansar o disfrutar, en números que, si no alcanzan cierto estándar, generan frustración. Así, dormir ocho horas puede “valer poco” si la app marca un 68% de sueño reparador; correr una hora puede parecer insuficiente si el reloj deja un anillo incompleto.
Un futuro de datos, con moderación
El auto-seguimiento llegó para quedarse. Las empresas tecnológicas avanzan hacia mediciones más precisas: sensores de glucosa no invasivos, detectores de estrés, dispositivos para monitoreo del sistema nervioso autónomo, cámaras que analizan postura o fatiga ocular y plataformas de IA que interpretan patrones de conducta.
Lo importante es, como plantea Cravino, no rechazar estas herramientas sino aprender a usarlas sin caer en dinámicas obsesivas ni perder autonomía. El desafío está en que, en tiempos donde la ansiedad y el agotamiento son rasgos característicos de la vida contemporánea, la promesa de controlar mejor el cuerpo puede convertirse en una fuente más de presión.









