A medida que se acercan la Navidad y el Año Nuevo, el clima social se llena de imágenes de mesas largas, brindis multitudinarios y encuentros familiares que parecen resumir todo lo que “debería” ser un año. Sin embargo, detrás de esa postal repetida hay vivencias muy distintas y diversas: desde la alegría genuina del reencuentro hasta la tristeza, la nostalgia, el duelo o la sensación de soledad.
Las fiestas funcionan como un potente amplificador emocional que impacta de manera distinta en cada persona. Especialistas en salud mental y acompañamiento emocional coinciden en que no se trata de fechas “buenas” o “malas” en sí mismas, sino de momentos que recuerdan lo vivido durante el año. Las emociones, tanto positivas como negativas, tienden a intensificarse, y la compañía, o su ausencia, adquiere un peso simbólico particular.
“El fin de año no es solo un cierre de calendario. Es un momento simbólico muy cargado, donde se cruzan balances personales, expectativas sociales y una fuerte presión cultural por ‘estar bien’”, explica el Mgter. Mauro Gross (MP. 9543), coordinador de la Fundación Enjambre Red de Psicólogos. Según señala, las fiestas “funcionan como un ‘marcador emocional’. Son momentos del año donde se junta el balance personal, las expectativas sociales y cierta presión simbólica de ‘estar bien’. Eso hace que lo afectivo se intensifique. Para muchas personas son fechas de encuentro y disfrute; para otras, de vacío, comparación o duelo”.
No se trata de una reacción aislada, Gross advierte que estas fechas “hacen emerger algo de lo más íntimo de cada uno: lo que se logró, lo que faltó, lo que duele, lo que se extraña. Los pensamientos se vuelven más evaluativos, más comparativos. Esa combinación genera un aumento natural de emociones, en ambas direcciones”. Así, la misma cena navideña puede ser vivida como un refugio emocional o como un recordatorio de ausencias y pérdidas.
La compañía: calidad antes que cantidad
En el imaginario colectivo, la clave para “pasar bien” durante las fiestas parece ser la compañía. Sin embargo, los especialistas advierten que el vínculo entre estar acompañado y sentirse bien no es lineal. “La compañía influye, pero no es el único factor. Estar acompañado no garantiza bienestar, así como estar solo no implica necesariamente malestar. Lo que sí es determinante es la calidad del vínculo, no la cantidad”, sostiene Gross.
Desde su experiencia clínica, el psicólogo ejemplifica: “Hay familias numerosas que generan tensión, y personas solas que atraviesan la fecha con mucha serenidad. Al final, lo que más pesa es sentirse contenido, reconocido, con un lugar. No tanto cuántos somos alrededor de la mesa, sino cómo nos sentimos con esos vínculos”. Esta mirada permite correr el foco de la escena idealizada de la gran reunión familiar y ponerlo en la experiencia emocional de cada persona.
Una perspectiva similar aporta Yicela Villavicencio, coach ontológica profesional especialista en comunicación consciente, quien subraya que en estas fechas “se intensifican las emociones positivas como negativas, porque actúan como espejos emocionales que reflejan nuestra historia, nuestros vínculos y nuestra identidad”.
En particular, Villavicencio pone el acento en lo que ocurre con los adultos mayores. “Se suelen reactivar memorias afectivas profundas. Recuerdos de celebraciones pasadas, personas que ya no están, roles que han cambiado, por ejemplo, dejar de ser el anfitrión”, describe. A esto se suman los mandatos sociales: “Esas creencias arraigadas que las tenemos no solo en las familias, sino en el nivel social, que fue construyendo una narrativa que es de la obligatoriedad emocional. Se supone que debemos estar felices, reunidos, en armonía. Y cuando la realidad no coincide, surge la frustración, la tristeza o la culpa”.
Las transformaciones sociales de las últimas décadas dieron lugar a configuraciones familiares muy diversas: hogares pequeños, familias ensambladas, redes afectivas elegidas, personas que viven solas. Sin embargo, el ideal de la familia numerosa sigue teniendo un fuerte peso simbólico, especialmente en las fiestas.
“Cuando la red vincular es pequeña, las fiestas suelen amplificar esa sensación. Porque socialmente se instala la idea de que ‘lo normal’ es reunirse en un grupo grande, y quienes no lo viven así pueden sentir que están ‘fallando’ en algún punto”, explica Gross. Frente a esa percepción, el especialista aclara que “es importante entender que las familias reales son muy diversas hoy: ensambladas, pequeñas, elegidas, mixtas. Lo central no es el tamaño, sino cómo esa red habilita o no un espacio emocional seguro. A veces, un vínculo significativo basta para sostener estas fechas de manera saludable”.
Por su parte, Villavicencio profundiza esa idea al señalar que la comparación social puede generar dos movimientos opuestos. “Por un lado, puede haber una sensación de vacío o pérdida al compararse y ver a otros con redes grandes. Por ejemplo, si tenemos una familia pequeña donde hay cuatro integrantes y tenemos ese mandato de que tiene que haber una mesa numerosa, con mucha gente, con muchos regalos, el mandato, que es la creencia instalada, nos hace sentir inferiores, nos hace generar esa frustración de la que veníamos hablando”. Pero, al mismo tiempo, agrega que también puede ser “una oportunidad para redefinir la celebración, crear rituales más íntimos, enfocarse en la calidad de los pocos vínculos o incluso extender la familia hacia amigos, vecinos o compañeros de residencia”.
Desde el coaching ontológico, Yicela acompaña procesos de resignificación, por eso sostiene: “Creo que algo muy importante que le podemos transmitir hoy a la gente es decirle que nosotros podemos resignificar la celebración y podemos elegir cómo la pasamos y con quién la pasamos y a dónde la pasamos, siempre y cuando esto implique nuestro bienestar por delante de todo”.
La soledad no deseada se intensifica
Si hay una experiencia que se vuelve especialmente sensible en estas fechas, es la soledad. No solo por lo que se vive puertas adentro, sino por su contraste con el discurso social dominante. “Todo el discurso cultural gira alrededor de la familia, la pareja, el festejo colectivo. Entonces quien pasa la fecha solo puede sentir que ocupa un lugar ‘fuera de libreto’”, explica Gross.
Esa sensación, advierte, “sensibiliza, porque la soledad no elegida toca zonas de desamparo, se incrementa además la comparación y la autoexigencia. No es la soledad en sí lo que duele, sino lo que uno interpreta acerca de ella”.
Villavicencio coincide y amplía: “En estas fechas la expectativa colectiva es la reunión. Entonces, quien está solo siente que queda fuera de la norma”. A esto se suma que “hay menos distracciones, las rutinas cotidianas suelen alterarse y el silencio o la quietud resuenan más”.
En el caso de los adultos mayores, esta vivencia puede ser aún más compleja. “Esto puede mezclarse con duelos no resueltos o con la idea de ser una carga”, señala la coach, quien destaca la importancia de “validar la emoción, pero también cuestionar la creencia de que estar solo o sola es igual a fracaso”.
Un punto en el que ambos profesionales coinciden es que la soledad no es patrimonio exclusivo de quienes pasan las fiestas sin compañía. “A veces pensamos que la dificultad aparece sólo en quienes están solos, pero muchas personas rodeadas de familia también se sienten solas, desbordadas o incómodas”, afirma el psicólogo. En ese sentido, los encuentros numerosos pueden implicar “tensiones, demandas, sobrecarga emocional, reencuentros no deseados o una especie de obligación por demostrar alegría”.
Sobre esto, la coach agrega: “La soledad no es cuestión de números sino de conexión emocional. He visto personas en medio de una reunión familiar de 20 personas sentirse profundamente solas porque no hay conversaciones significativas, hay conflictos no resueltos o se sienten ignorados”. En estos casos, la presión por cumplir con la “felicidad obligatoria” puede intensificar el malestar.
Qué hacer cuando la fecha duele
Frente a este escenario, los especialistas coinciden en: “Primero, bajar la exigencia. No hace falta estar bien ‘porque sí’. Las emociones están para ser acompañadas, no negadas”, recomienda Gross. También sugiere “armar un plan, aunque sea simple”, pedir apoyo y, en caso de duelo, “permitirse atravesar el momento sin presión”.
Desde el enfoque ontológico, Villavicencio propone “validar lo que sentimos, validar que no hay una emoción correcta para estas fechas”. También habla de “rediseñar rituales” cuando los antiguos ya no encajan, buscar “una conexión expandida” y recurrir a prácticas corporales como la respiración consciente o el movimiento suave.
Tanto desde la psicología como desde el coaching, el mensaje converge en que las fiestas no tienen una única forma válida de ser vividas. Estas fechas pueden ser una oportunidad para registrar lo que se siente y cuidar los vínculos significativos, aunque sean pocos. Porque, como coinciden los especialistas, el objetivo no siempre es “pasarla bien”, sino transitarla de la manera más honesta y cuidada posible.
