Dicen notables cosmólogos que todo comenzó con un inmenso caos, el “big bang”. Materia y antimateria chocaron. Sobró una ínfima porción de materia que dio origen al actual universo. El caos fue generativo. En 2018 hemos conocido también un gran caos en todas las instancias. Irrumpió el lado perverso de la cordialidad brasileña. Según Sergio Buarque de Holanda, “la enemistad bien puede ser tan cordial como la amistad, ya que una y otra nacen del corazón”. En las elecciones de 2018, el lado perverso de la cordialidad ocupó la escena: mucho odio, difamaciones, millones de “fake news”, hasta la puñalada dada al candidato Bolsonaro, que acabó elegido presidente del país. Ese caos fue sólo destructivo, todavía no mostró ser generativo. Y debe serlo para que no entremos en un callejón sin salida.
Nunca en la historia republicana del Brasil habíamos tenido un presidente de extrema derecha, homófobo, misógino, enemigo declarado de los homoafectivos, amenazador de las reservas indígenas, promotor de la venta generalizada de armas, y teniendo como símbolo de campaña los dedos en forma de arma. Descendiente de italianos “Sin Tierra”, llegados a Brasil a finales del siglo XIX, pretende criminalizar al Movimiento de los “Sin Terra” y de los “Sin Techo” como terroristas. Asuntos tan sensibles como la corrupción, el anti-PT, el rescate de los valores tradicionales de la familia (aunque Bolsonaro va ya por su tercer casamiento) y la lucha contra el aborto, fueron temas que propulsaron su campaña. Algunas iglesias neopentecostales fueron aliados fundamentales suyos, máquinas de falsas noticias.
El elegido se muestra ignorante de los principales problemas nacionales y mundiales. Tiene una lectura de cuartel, fijada en los tiempos de la dictadura militar, hasta el punto de declarar héroe a un famoso torturador, Brilhante Ustra. Ha escogido ministros que van a contracorriente de la historia, negacionistas del calentamiento planetario, con ideas extrañas, como el de Relaciones Exteriores, el de Educación y el de Medio Ambiente. Se ha alineado subalternamente a la política del presidente Trump, entrando en conflicto con aliados históricos.
Dice introducir una nueva política, que de nueva no tiene nada. Como dice un joven filósofo, Raphael Alvarenga, que articula bien filosofía con política: “La novedad consiste en la combinación monstruosa de necropolítica, lawfare (deformación de la ley para condenar al acusado), fundamentalismo religioso y ultraliberalismo económico”. El neoliberalismo económico generalizado en todo el mundo, ha alcanzado aquí una forma todavía más radical, poniendo nuestros “commons”, como el petróleo, a la venta en el mercado internacional, y privatizando otros bienes públicos.
El pacto social creado por la Constitución de 1988 ha sido roto, primero con el discutible “impeachment” de la presidenta Dilma Rousseff, y después con el cambio de las leyes laborales, con la negación de la presunción universal de inocencia, con las arbitrariedades de la policía, y no en último lugar, con el comportamiento confuso y poco digno del Superior Tribunal Federal, ya muy indulgente o excesivamente severo, o sometido al control militar por la presencia de un general, asesor del Presidente de la Casa. “Vivimos de hecho en un Estado de excepción, posdemocrático y sin ley”, como lo denunció en dos libros, con ese título, el juez de derecho del Tribunal de Justicia de Rio de Janeiro, Rubens Casara. Boaventura de Souza Santos, conocido sociólogo portugués, afirma más perentoriamente: “El sistema jurídico y judicial creado para garantizar el orden jurisdiccional es, en este momento, un factor jurídico de desorden; es una perversión peligrosa”.
El propósito de los que han llegado al poder con sus aliados es destruir al Partido de los Trabajadores y a su líder, Lula, preso político y rehén, y borrar de la memoria popular las políticas sociales que beneficiaron a millones de pobres y permitieron a miles de destituidos el acceso a la universidad.
Ha habido corrupción en el PT, como en casi todos los partidos. Un juez de primera instancia, Sérgio Moro, perseguidor, fue entrenado en los EE.UU. para aplicar el “lawfare”. Fue de una parcialidad palmaria, denunciada por los juristas nacionales e internacionales más serios.
Pero no seamos ingenuos: la evasión fiscal anual de más de 500.000 millones de reales, es siete veces mayor que la corrupción política, como revela la Hacienda Nacional. Si se cobrase, sólo con ella se evitaría la reforma de la Seguridad Social. Pero la oligarquía brasileña, atrasada y anti-popular, esconde el hecho, y la prensa, cómplice, se calla.
¿Qué podemos esperar? Es una incógnita. Por amor al país y a los condenados de la Tierra, las grandes mayorías engañadas y decepcionadas, deseamos que el caos actual sea generativo y la cordialidad signifique benevolencia, para que la sociedad, ya muy injusta, no sea tan malvada.