Cae nieve en Córdoba. La podemos tocar. Es una nieve nieve. No es escarcha, no es llovizna, no es garúa; es nieve. Está en los patios, en las veredas, en el capot, en el cristal delantero y en el techo de los autos. Un Fiat 147 va adelante mío por calle Deán Funes a las 8:30 de la mañana; guerrero, banca el frío sin problemas y tiene encima un muñeco de nieve (de qué va a ser, si no) medio deformado, pero estoico contra viento y velocidad creciente del autito. La gente se saca fotos. Yo también soy la gente. Saco varias. Recuerdo grato y evidencia contra incrédulos: ¡nevó de verdad!
La rutinización absurda, de cuatro paredes, a la que nos sometió la pandemia se rompe, al menos por unas cuantas horas. Un acontecimiento extraordinario nos pone en otra sintonía, a hablar de otra cosa, a jugar, a juntar lindas anécdotas, que al final del día es lo más importante. Cuánta falta hacía.
Antes de esta pesadilla había una exaltación del imaginario de la felicidad de las simples cosas”: estar en casa, cocinar, mirar una peli, leer un libro, etc. El tema es que la pandemia sobresaturó nuestras vidas de esas simples cosas. Pura monotonía hogareña. La vieja vida, con todas sus complicaciones analógicas, tenía más color que el futuro enteramente virtualizado. Devuelvan nuestro dinero.
Pero cayó nieve, después de 14 años, y la gente disfruta. Qué bueno. Alguien alerta: ¡Disfrutamos nosotros, que tenemos calefacción!”. Ahora los pobres no disfrutan la nieve. Progresismo y confusión. Así pensamos las cosas un poco en las izquierdas: poniéndonos en el lugar del otro, pero sacando al otro de su lugar. Mientras tanto, los pibes en todas las calles juegan guerritas de bollos de nieve (de qué van a ser, si no) y se matan de risa.
El problema público, diríamos en clases de Análisis de Políticas Públicas, es el frío, no la nieve. Sobre ese primer asunto debe intervenir el Estado para construir un orden social más justo. La nieve no se mancha.
Así pensamos un poco las cosas en las izquierdas. Como la forma en que abordamos el concepto de meritocracia, que nos resulta útil y relevante en lo teórico para impugnar la construcción del tipo de subjetividad empresarial, hipermercantilizada, que genera el neoliberalismo, pero que andando por tierra luce algo desenfocada. Es que -estoy seguro que sin querer- nos pasamos los días diciéndole a los laburantes que nunca van a poder salir adelante, que su trabajo tiene poco valor para cambiar su suerte. ¿Cómo no generar una actitud de desobediencia ante ese diagnóstico concluyente? Si el mérito es lo único que tenemos los trabajadores. Nuestros nombres y nuestros méritos. Nada más. Plata no tenemos, herencia no tenemos, apellido no tenemos.
Para andar por este mundo cruel nos queda solamente la honorabilidad que podamos construir en torno a nuestro esfuerzo y nuestra inteligencia. Esas bellas armas artesanales.
El deseo de vivir tiene forma de rebeldía para romper con esos destinos prefijados de precariedad. Vivir intentando mejorar.
La tarea de quienes defendemos banderas de justicia social, entonces, no puede ser sobrediagnosticar imposibilidades estructurales (que además son atravesadas corporalmente por esas mayorías a diario), sino poner sobre la mesa modos actualizados de movilidad social. El qué y el cómo automáticamente después del por qué.
El alma peronista” aún tiene vigencia en la sociedad argentina, precisamente, por haber podido pavimentar el pasaje del sueño masivo de prosperidad a una certeza material. Las derechas trinan ayer, hoy y siempre: ¡demagogia!”, ¡populismo!”. Pura impotencia. No podemos replicar su pereza programática que ofrece autoayuda, o puros simbolismos, como sustitutos de las condiciones socioeconómicas básicas de existencia que destruyen cuando gobiernan. Te dicen vos podés”, mientras te quiebran una gamba.
Desde acá no debiéramos decir –como decimos- no, en realidad no podés, porque, mirá, te explico, el sistema no lo permite y lo que ocurre es que…”; ya votaron 400.000 veces a la derecha para cuando terminamos de formular la idea. Imposible construir ninguna épica colectiva impartiendo sermones cargados de desvalorización. Una reversión necesaria reside en el reconocimiento de la centralidad fundamental de ese esfuerzo laboral para construir sociedad. La capacidad creativa siempre fue plebeya en este país. Así funciona the peronist way of life: en el trabajador confiamos. Trabajador en su sentido amplio (correcto): en blanco, en negro, autónomo, monotributista, cooperativista, de casas particulares, buscas de todo tipo, desempleados para la estadística pero que siempre andan changueando aquí y allá para parar la olla. A todos ellos y ellas hay que poder decirles (reconocerles) con hechos políticos fundantes que su trabajo sí que tiene valor, y que sus méritos los enaltecen, generan fuertes lazos comunitarios y les van a alcanzar para vivir tranquilos y prosperar. Una autopista hacia los cielos que parecen restringidos para unos pocos.
Las diferencias entre las derechas y los proyectos emancipatorios no pueden ser solo gramaticales, debieran residir principalmente ahí: en hacer política como sinónimo de democratización del bienestar en los hechos. Las palabras se desvanecen demasiado rápido en este tiempo de pura mediación digital.
Transformaciones reales. Como la nieve que cayó en Córdoba. Nieve nieve. Que pudimos tocar. Contra toda incredulidad. Y que fue disfrutada por todos.