El cine neorrealista de postguerra, en la devastada Italia, sensibiliza el espíritu con su fuerte crítica social. Genios de la dirección, cámara en mano, pintan la pobreza y marginalidad de una Europa salida de las llamas de la guerra. Vittorio De Sica, en El techo” (1948), pondera la solidaridad vecinal en construir precarias viviendas en terrenos fiscales en la pauperizada Roma. El logro es hacerlo, a tambor batiente, durante toda la noche hasta terminar a nivel del techo, atento que la vigilancia policial está ausente tras el crepúsculo diurno. Y si hay techo la ley garantiza, al considerarla vivienda, no ser demolida por la piqueta municipal. En Ladrón de bicicletas” (1953) el mismo De Sica deja una enseñanza a su hijo; una cosa es ser pobre y otra, ladrón. En Feos, sucios y malos” (1976), Ettore Scola describe el sinsabor de personajes marginales. Su film vivencia a una familia conviviente con la miseria, que podemos relacionarlos en como sobreviven en pleno siglo XXI muchas y muchos realizando trabajos feos, sucios y malos.
No son historias fílmicas ocasionales, sino consecuencias, que perduran exacerbadas, producto de un capitalismo financiero usurario, como apunta Felipe González, insospechado de querer abatir el sistema capitalista. El papa Francisco, en su reciente mensaje a la OIT, señala el rol secundario de la propiedad privada, subordinada a una comunidad universal de bienes. Que no es sinónimo de estatización, aunque maliciosamente lo califiquen así sectores reaccionarios. Y si algunos operadores y comunicadores sociales se irritan por sus palabras, deberían saber que nuevas no son.
Pocos días después le pone tinte argentino al dirigirse a empresarios, nucleados en la tradicional Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresas (ACDE), reclamándoles invertir en el país y criticando la inmoral fuga de capitales a paraísos fiscales. En su mensaje al empresariado que asume un compromiso de cariz cristiano es rotundo al reclamar la necesidad de volver a la economía de lo concreto, y lo concreto es la producción, el trabajo para todos, la familia, la patria, la sociedad”. Y remata: la economía, en los últimos decenios, engendró las finanzas, y las finanzas tienen el riesgo de que creemos que hay mucho y al final no hay nada”.
Pero, en cuanto reclama trabajo, también señala que no de cualquier tipo. Francisco pide ante la OIT atención «hacia los trabajadores que se encuentran en los márgenes laborales, y que realizan lo que se suele denominar el trabajo de las tres dimensiones: peligroso, sucio y degradante, como los jornaleros, los del sector informal, los trabajadores migrantes y refugiados”. En línea en el mismo ámbito (OIT, en 2019) señala la necesidad que la reconstrucción de la economía a nivel mundial debe apuntar a tener condiciones laborales decentes y dignas para los trabajadores”.
El jueves pasado, 8 de julio, cumplió 100 años el filósofo francés Edgar Morín, a quien el papa Bergoglio reconoce el concepto de «ciencia con conciencia», por el cual el progreso moral e intelectual va unido al avance de la ciencia y la tecnología para evitar catástrofes. Sin duda sus palabras ante las OIT están embebidas de ellas, como son las aplicaciones de Inteligencia Artificial (IA), por caso la robótica. ¿Qué queremos?, ¿un robot que sustituya al hombre tanto en quehaceres como en sentimientos, o utilizar la artificialidad al límite de dignificar la persona en sus labores cotidianas? Al hablar ante la OIT de las tres dimensiones que eviten peligro, suciedad y degradación, visibiliza lo que se conoce en organización como 3D (acrónimo del inglés dirty, dangerous and demanding”: trabajos sucios, peligrosos y tediosos).
¿Quién quiere destapar cloacas, o subirse a una torre empinada, o trabajar en una fosa, o desinfectar una sala de enfermos de Covid, si es posible hacerlo con un desarrollo digital? Hoy los trabajos 3D son realizados por inmigrantes, en Europa y en EEUU. Y, en alguna medida, también en Argentina con hermanos latinoamericanos de los países vecinos.
Terminar con tareas 3D justifica el uso de robots, con lo cual pone límites a las aplicaciones de IA en cuanto no sustituyan al hombre, sino que colaboren con él (cobótica). Se dirá que ello expulsará más gente del mundo del trabajo; la respuesta es la economía del cuidado”, complementada con herramientas como la renta única universal y los planes sociales convertidos en trabajo.
Como en La vida es un milagro”, de Emir Kusturica (2004), la verdadera felicidad radica en el valor que se le da a cualquier vida humana. Y esta no es una cuestión intima, sino de toda la humanidad.
Ex ministro de Finanzas, Profesor consulto de la UNC