Por Marta Gordillo
Juana Azurduy, flor del Alto Perú, no hay otro capitán más valiente que tu”, dice aquella canción que empezó a difundirse en 1969 y que, con la voz de Mercedes Sosa, visibiliza a una de las revolucionarias que combatieron por la independencia latinoamericana, revelando, como expresa otro de los párrafos, que en la lucha anticolonialista de principios del siglo XIX el español no pasará, con mujeres tendrá que pelear”. Tierra en armas que se hace mujer”, dice otro de los versos, situando la región del Alto Perú en la que peleó Azurduy, guiada por su fervor revolucionario, su convicción libertaria y su acción guerrillera, instalando y mostrando a la vez la presencia de la figura femenina en el territorio de la lucha.
Allí combatió, en la actual Bolivia, en esa zona que pertenecía al Río de la Plata, donde tuvo un rol protagónico y un lugar junto a jefes militares criollos como Belgrano, Güemes, o su marido, el comandante Manuel Ascencio Padilla; y allí murió, en Jujuy, en 1862, en la pobreza total y en el olvido del nuevo Estado que había ayudado a nacer.
Azurduy nació en la región de Chuquisaca, el 12 de julio de 1780, aprendió a cabalgar con su padre y a hablar en quechua con su madre, a quien perdió siendo niña; años después murió su padre y su familia la envió a un convento de monjas, de donde fue expulsada a los 17 años, porque no soportó el encierro ni la sumisión.
A sus 22 años se casó con Padilla y, en 1809, cuando se produjeron los levantamientos independentistas de Chuquisaca, La Paz y Cochabamba, se sumaron los dos a la lucha revolucionaria.
Organizó junto con su marido el escuadrón Los leales” y se incorporó al Ejército del Norte, liderado en ese momento por Manuel Belgrano, quien frente al valor y la garra de Juana en el campo de batalla, le entregó su sable como símbolo de reconocimiento y admiración.
En 1816 obtuvo el rango de teniente coronel de las milicias criollas que peleaban en el Alto Perú, la región defendida con más decisión por los realistas, que habían levantado con sus fuerzas una barrera infranqueable para los independentistas. Juana Azurduy organizó guerrillas, preparó defensas, incursionó zonas ocupadas por el enemigo y arremetió sin miedo, a la par de sus compañeros de combate.
La larga y permanente lucha en esa zona y el cambio de estrategia que le imprimió San Martín al proyecto independentista -que decidió llegar al punto neurálgico del dominio español, que era Perú, pasando por Chile- dejó a la región altoperuana muy debilitada.
Tras haber perdido a sus cuatro hijos, enfermos y con hambre en medio del trajín de las luchas, continuó combatiendo con el dolor más inmenso, ese dolor que se iba a agudizar poco después, cuando los realistas decapitaron a su marido, momento en el que ella estaba embarazada de su quinto hijo, una niña, que nació en medio de los combates y a la que logró poner a salvo.
Vinieron luego los años en que Juana peleó junto a la guerrilla de Güemes, el hombre que defendió la región de Salta y Jujuy y enfrentó, con escasos recursos, a los españoles, impidiendo su avance hasta que lo mataron en 1821, y sus fuerzas quedaron dispersas y vencidas. Es en ese momento cuando esta revolucionaria, que supo poner a la mujer en la primera fila del combate, se quedó sin rumbo, sin recursos y sin reconocimiento, aunque Simón Bolívar habría dicho en 1825, durante su visita a Bolivia, que ese país debería llamarse Padilla o Azurduy, porque son ellos los que lo hicieron libre”.
Revolucionaria de las Provincias Unidas del Río de la Plata, de Bolivia, de América Latina, Juana Azurduy fue ascendida a generala 147 años después de su muerte, cuando el 14 de julio de 2009 la presidenta Cristina Kirchner le confirió el grado de Generala del Ejército Argentino”, durante una sesión de la Asamblea Legislativa Plurinacional realizada en la ciudad boliviana de Sucre, donde reposan sus restos, junto a su legendario sable belgraniano.