Estafame que me gusta
Muchos dichos populares perduran gracias a la sobrevivencia de las conductas que describen. Estas expresiones pasan de generación en generación y provienen de la época de nuestros tatarabuelos. Uno de estos refranes dice: «Cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía». Sirve entonces para contar las interminables historias de los «premios virtuales» que, a pesar de llevar tantos años entre nosotros, siguen ocurriendo como si fueran una novedad.
No se puede creer que haya tantos «chorlitos» ingenuos que se creen mentiras tan asombrosas como que ganaron un auto caro, o que fueron favorecidos en un sorteo con un premio importante. Del otro lado, los delincuentes que participan de estos engaños son presos que, increíblemente, desde el interior de distintas cárceles, se las arreglan para tener celulares full time y guías telefónicas para rastrear posibles víctimas y, a partir de allí, llamarlas y hacerles pisar el palito. También participan de estas asociaciones ilícitas los familiares (muchas mujeres) de los presos que comandan los fraudes.
Sólo para mencionar un ejemplo entre tantos, hace algunos días elevaron a juicio una causa que tiene a cinco imputados, pero como organizador a un tal Cristian Román Romero. Este recluso llamaba desde la cárcel de Cruz del Eje y se hacía pasar como empleado o abogado de la Anses, y comunicaba al desprevenido interlocutor que había sido beneficiado con una «reparación dineraria» a la podría acceder si seguía ciertas instrucciones, o sea el mismo modus operandi de siempre, con la revelación de números de cuentas y de códigos de acceso, que a la postre desembocaba en un vaciamiento de los depósitos de los damnificados.
No deja de resultar increíble que, a pesar de tantas advertencias que se hacen sobre no dar a conocer datos reservados, claves, información personal bancaria, haya gente que fácilmente pique el anzuelo y estos ladrones se salgan con la suya. Otra opción es pensar que hay gente demasiado proclive al «estafame que me gusta».
El entregador
El 10 de julio del año pasado, alrededor de las 15 horas, delincuentes armados ingresaron a un frigorífico ubicado sobre calle Malagueño de barrio Jardín. Fueron sin demoras a buscarlo al dueño, Leonardo Fabián Moyano, y le pusieron una pistola en la cabeza. Sabían lo que buscaban y tenían información de primerísima mano. Se llevaron un portafolio con $ 1.300.000 y una mochila con $ 130.000. Un mes después, los mismos delincuentes fueron a Arguello y allí lo sorprendieron de nuevo a Leonardo Moyano, pero en esta oportunidad entrando a su casa. Allí, el dueño del frigorífico se resistió y hubo un forcejeo con tiros al aire, por lo que los ladrones sólo se pudieron llevar un bolso negro lleno de ropa.
Casualmente por esos días, en Robos y Hurtos investigaban a una banda de ladrones de autos, y durante las escuchas telefónicas descubrieron que algunas de las líneas pinchadas eran de malhechores que hacían referencia al frigorífico de barrio jardín. Se dieron cuenta de este modo accidental que habían descubierto a los autores del robo. También confirmaron la sospecha de un empleado infiel que pasó toda la información sobre el movimiento de dinero y del dueño del frigorífico.
Hace algunos días, la Cámara Tercera condenó a tres de los cinco ladrones (dos prófugos): Agustín Santoni, Claudio Ceballos y Claudio Paul Villarreal (igual que Caniggia). Por supuesto, también fue condenado a cuatro años y seis meses de cárcel Juan Darío Flores, «el entregador».