En los primeros seis meses de mandato de Joe Biden no se han visto cambios muy marcados respecto de su antecesor en la Casa Blanca, sí, en cambio, algunas continuidades. En lo que respecta a política exterior, están claros algunos puntos: reforzar la Otan; confrontar tanto con China como con Rusia a niveles no solo comerciales sino también ideológicos; y retomar cierta agenda en común” con los países de América Latina. Por el contrario, un gran diferenciador respecto de Trump es la relación que el demócrata pretende sostener con el Vaticano. En su despacho en el Salón Oval tiene un retrato del papa Francisco, a quien suele citar en sus discursos.
La cercanía de Biden con el jefe de la iglesia católica parece ser natural; como segundo presidente católico en toda la historia de los Estados Unidos, comparte con el papa un discurso que revindica el rol del Estado y la importancia de los sindicatos para la organización social de la comunidad. También la agenda de las periferias”, los colectivos emergentes, los migrantes y el cuidado del ambiente ocupan lugares destacados en los discursos de ambos líderes.
Es en este marco que, a comienzos de esta semana, el Secretario de Estado norteamericano, Anthony Blinken, se encontró personalmente con el papa argentino en Roma. Se espera que en los próximos meses se produzca el primer encuentro entre ambos como jefes de Estado. Ya se conocen personalmente, cuando Biden fue vicepresidente de Barack Obama; de hecho, se encargó de supervisar él mismo la histórica visita de Bergoglio a los Estados Unidos, en 2015.
A diferencia del que hasta ahora había sido el único mandatario católico del país, John F. Kennedy, Biden no tiene ningún motivo para ocultar sus simpatías con Bergoglio. JFK tenía que hacerle frente a rumores, vistos con el tiempo, absurdos. Se lo acusaba de que, al ser católico, iba a responder a la autoridad papal y no al pueblo de los EEUU; por ello, ni siquiera estableció relaciones diplomáticas entre Washington y la Santa Sede, algo que recién sucedería con Ronald Reagan y Juan Pablo II: el papa polaco y el actor devenido en presidente compartían un furioso anti comunismo. Biden y el pontífice argentino, en cambio, son conscientes del imprescindible retorno del Estado como ordenador central de la vida en sociedad.
En este contexto, la Casa Blanca mantiene una curiosa relación con la iglesia católica. Mientras que los vínculos con Roma se encuentran en sintonía fina, los obispos estadounidenses le han declarado, prácticamente, la guerra. Un grupo de obispos de la plana mayor ultraconservadora de la iglesia estadounidense, además, hace tiempo se encuentra enfrentado con Francisco. Hace algunas semanas, los obispos publicaron un comunicado donde aseguraban que le negarían la comunión al Presidente, debido a su apoyo al matrimonio igualitario, la interrupción legal del embarazo, y los derechos de los colectivos que revindican la diversidad. El Vaticano no apoyó ese comunicado, e incluso pidió cautela” a sus hombres en EEUU. La Conferencia de Obispos Católicos de EEUU, menos críticos con Roma, matizó” rápidamente el comunicado. De hecho, publicaron uno propio, donde aseguraban que no habrá una política nacional en retirarle la comunión a los políticos” que no sigan la línea de la ortodoxia eclesial en cuestiones de moral.
El sector más conservador de los miembros católicos del Partido Republicano se muestra contrario a que Biden pueda recibir la sacristía, pero otro grupo importante de republicanos, no. De acuerdo a un estudio realizado por el Pew Research Center durante la última primavera estadounidense, 67% de los católicos del país dijeron que no debería negársele la comunión al Presidente, a pesar de sus miradas respecto del aborto. Tan solo 29% se mostraron contrarios a esto. Inclusive, entre los católicos republicanos, si bien un 55% aseguró que no debería poder recibir la comunión, el otro 44% se mostró favorable. Es decir, los obispos que firmaron el documento afirmando que al Presidente se le negaría el derecho de todos los católicos de recibir la comunión se encuentran alineados con la facción más radicalizada y conservadora del ya de por sí ultraderechizado Grand Old Party.
Biden, como católico practicante, va a misa y comulga una vez por semana. Es bastante improbable que esto le sea negado, pero el comunicado del grupo de obispos opositores tiene otra intención. No sólo es para mostrarse críticos con la actual Administración de la Casa Blanca, sino, especialmente, otro capítulo más de su particular guerra con el actual Obispo de Roma.
Más allá de las posturas políticas que cada uno defienda o represente, poco tiene que ver con el verdadero mensaje de la iglesia, que tan bien representa el papa Francisco; las ramas ultraconservadoras continuarán su ya abierto enfrentamiento con el papa.
Joe Biden, que normalizó las relaciones políticas con el Vaticano tras los tumultuosos años trumpistas, no se quedará de brazos cruzados. De hecho, es un secreto a voces el interés de la Casa Blanca respecto de que Francisco visite nuevamente Washington: sus agendas convergen, no solo por sus preocupaciones respecto de los más vulnerables y del cuidado de la Casa Común, sino, ahora también, por sus enemigos.