Durante los últimos días un escándalo sacudió al mundo del deporte, pero también al de la política. Novak Djokovic, el número 1 del mundo del ranking de la ATP, fue detenido el miércoles pasado cuando intentaba ingresar a Australia para disputar el Abierto de ese país, primer Grand Slam del 2022, uno de los cuatro torneos más importantes de todos los años para los tenistas profesionales.
El motivo de la detención fue que, de acuerdo con el gobierno australiano, la exención de vacunación que se le había ofrecido al jugador serbio no tenía validez. El tenista permaneció en un hotel para refugiados durante todo el fin de semana, para finalmente ser “liberado” el lunes, luego de que un juez fallara a su favor, convalidando su exención por haber tenido covid-19 en diciembre del año pasado. Sin embargo, la cuestión es bastante más profunda y va mucho más allá de Novak Djokovic, convertido ahora en un héroe de los movimientos antivacunas alrededor del globo.
Uno de los grandes problemas que enfrenta actualmente el mundo respecto de la pandemia, especialmente en regiones donde las vacunas abundan, son los grupos contrarios a la vacunación contra el Covid-19. Por ejemplo, en países como Alemania y Holanda, las manifestaciones de estos movimientos tienen una concurrencia considerable. Mucho mayor es la desconfianza frente a las vacunas en países balcánicos como Serbia, de donde es oriundo Djokovic.
Allí, apenas el 46% de la población se ha inoculado contra el nuevo coronavirus, frenando lo que, en febrero de 2021, era la tasa de vacunación más rápida de Europa tras el Reino Unido. La disputa por Djokovic llegó a los altos mandos de la policía internacional, donde el gobierno de Australia se mostró contrario a dejarlo ingresar al país sin presentar certificado de vacunación, mientras que el presidente serbio afirmó que lo que le sucedió a su compatriota es una forma de “acoso”. Srđan Djokovic, padre del jugador, comparó a su hijo con Jesucristo y lo calificó de “héroe de los pueblos del mundo libre”, asegurando que lucha “contra la oligarquía”.
Ya en 2020, cuando gran parte del mundo aún se encontraba atravesando los confinamientos estrictos, Djokovic había decidido hacer caso omiso a las recomendaciones tanto de los expertos como de las autoridades. En ese momento, organizó el Adria Tour, un torneo en Serbia y Croacia, fue filmado en un club nocturno sin uso de tapabocas, y dio positivo de covid-19 al igual que otros jugadores que se encontraban con él.
Poco tiempo después, fue anfitrión de un debate en Instagram con un “curandero del bienestar”, asegurando que mediante “la oración y la gratitud” es posible “convertir la comida más tóxica o el agua más contaminada en el agua más curativa”. Djokovic es cristiano de la Iglesia Ortodoxa de Serbia, al igual que otros 16 millones de personas que se encuentran en ese país, pero también en Montenegro, Macedonia del Norte, Croacia y Bosnia-Herzegovina. Sus creencias en el poder curativo de la espiritualidad y los métodos alternativos probablemente influyeron en sus posturas frente a la vacunación, al igual que la de gran parte de sus compatriotas.
Djokovic, además de ser antivacunas, es un personaje bastante particular, especialmente para el circuito del tenis masculino actual, tan afecto a los gestos “políticamente correctos” de jugadores como el español Rafael Nadal -que ha contradicho a su colega serbio respecto de su postura frente al Covid- o el suizo Roger Federer. El serbio es un hombre ligado a los movimientos ultranacionalistas serbios, dejándose fotografiar el año pasado, incluso, con Milán Jolovic, lugarteniente del condenado a cadena perpetua por crímenes de lesa humanidad Ratko Mladic.
Jolovic, si bien, nunca fue acusado formalmente, es señalado como uno de los principales artífices del genocidio de Srebrenica en 1995, donde fueron asesinados más de 8.000 adultos y niños bosnios, considerada la peor matanza en territorio europeo desde la Segunda Guerra Mundial. Djokovic también es muy cercano a Milorad Dodik, primer ministro de la República Sprska, una de las entidades de Bosnia y Herzegovina, un ultranacionlista acusado de estar provocando la peor crisis en la región desde la guerra de 1992-1995.
Djokovic es admirado masivamente en su país, del que, al igual que su padre, se ha declarado un ferviente nacionalista, mostrándose a favor de la pertenencia serbia de Kosovo, y contrario a la independencia de la región. Cuando el equipo serbio, liderado por Djokovic, ganó la Copa ATP 2020, entonaron varias canciones nacionalistas, entre ellas, Vidodvan, tristemente célebre por su utilización durante las guerras balcánicas y la limpieza étnica encabezada por el criminal de guerra Slobodan Milošević.
En julio de 2020, Nole fue objeto de otra polémica al recibir la Orden de la República de Sprska, que anteriormente había sido otorogada a personajes como el mismo Milošević u otros criminales de guerra condenados como Radovan Karadzic, o Ratko Mladic. El tenista es un personaje sumamente polémico, quizás, por eso, jamás logró conectar con el público occidental de su deporte de la misma manera que si lo hicieron otros ídolos como los ya mencionados Nadal o Federer, a pesar de tener los mismos, o incluso más, logros deportivos. Sin embargo, parece que finalmente encontró una forma extradeportiva de convertirse en héroe para millones de personas alrededor del mundo: los teóricos de la conspiración, los ultranacionalistas, y los antivacunas.