El imperdible “Diario de una temporada en el quinto piso” (Edhasa, 2021), en el cual el sociólogo Juan Torre reseña el tránsito del equipo de Sorrouille por la cartera de Economía en la presidencia de Alfonsín, permite numerosas lecturas de la historia argentina reciente, escritas en tiempo real. Podemos perdernos en las callejuelas del forcejeo permanente que detalla Torre -integrante de aquel elenco-, pero también indagar sobre las circunstancias que jalonaron, tanto el camino al triunfo en las elecciones de 1983, como la manera en la que el radicalismo sobrellevó el primer sexenio de la transición democrática.
Alfonsín alcanzó su candidatura venciendo internamente a los dirigentes de siempre, quienes, sin el liderazgo del “Chino” Balbín (muerto en 1981) ungieron a Fernando de la Rúa -cordobés radicado en CABA- como su delfín. La poderosa provincia de la que surgieron Amadeo Sabbatini o Arturo Illia (cordobés por adopción) llevaba un representante acorde a su prosapia. Pero don Raúl ya había dado el golpe maestro, asegurándose el apoyo de la Línea Córdoba: Eduardo Angeloz (senador nacional hasta 1976) y Víctor Martínez (ex intendente de Córdoba y candidato a gobernador en 1973), quién completará la fórmula presidencial.
La inserción del “grupo Sorrouille” ejemplifica, empero -como señala Torre- la perspectiva más amplia que perseguía Alfonsín, tributando a un renovado movimiento cívico. Pero como también apunta el discípulo de Touraine, don Raúl tenía claro que sin el radicalismo de Córdoba no habría victoria posible. Angeloz fue uno de los pocos que mantuvo su capital intacto en la debacle de 1987 -cuando la UCR perdió casi todas las provincias que gobernaba, y la mayoría en Diputados-. El recordado “Pocho” disputó la elección presidencial en 1989 frente a Carlos Menem, debiendo luchar contra el derrumbe del gobierno alfonsinista -hiperinflación y peleas de palacio- consiguiendo casi cuatro puntos más que su partido (integraba dos fórmulas: la radical, con Casella, y otra con la conservadora jujeña María Guzmán).
En 1995, reelección menemista: Córdoba seguía incidiendo. Antonio María Hernández hizo dupla con el gobernador rionegrino Massaccesi. En 1996 Angeloz encabezará la Comisión de Acción Política de la UCR, iniciando un viaje que terminaría en la Alianza, triunfadora en 1999, con otro cordobés de mascarón de proa: Fernando de la Rúa.
Vicegobernadores de la talla de Edgardo Grosso o Mario Negri; ministros como José Cafferata Nores, Eduardo Capdevila, Alfredo Sappia; figuras gubernamentales de recambio como Ramón Mestre (padre) o Rubén Martí; legisladores como el nombrado Hernández o “Nilo” Neder, para nombrar algunos de tantos, lograron prestigio nacional. En la Universidad, dirigentes estudiantiles como Daniel Giacomino o Jhon Boretto, o rectores y decanos de renombre internacional -Francisco Delich, José Buteler, Miguel Angel Roca, Hugo Juri- eran la reserva que completaba un sueño de hegemonía de largo plazo.
Es difícil seguir el derrotero de los radicales en la Legislatura provincial. Nucleados en dos bloques, como consecuencia del enfrentamiento en la última elección -cuando Mestre (hijo) desafió a Mario Negri, partiendo al electorado- parecen haber extraviado su identidad. Más amigos de las redes que de caminar el territorio, se anunció recientemente la enésima migración. El bloque radical “puro” ha recibido dos refuerzos: Daniela Gudiño -los lectores quizá la conozcan a partir de esta mención- y Patricia de Ferrari, aquella que fue suspendida por un semestre tras escandalosas manifestaciones en Twitter. Se suma el anodino ex intendente riocuartense Benigno Rins -lo llaman “el abuelito”- y el ex viceintendente capitalino Marcelo Cossar, hoy alejado de su histórico jefe y amigo, Ramoncito Mestre. Sin conducción clara, algún integrante se queja en la intimidad del poco vuelo que alcanza el combo.
En el bloque del PRO, reportando a Oscar Aguad o a Mario Negri, se mantienen tres radicales: María Caffaratti, el ex intendente Juan Jure, y el de mayor exposición, Orlando Arduh, otrora mestristra paladar negro, hoy lejos de ese grupo y cuestionado por su cercanía al oficialismo.
Entre los legisladores nacionales, las heridas de la última PASO siguen abiertas. La fractura del bloque protagonizada por Rodrigo de Loredo, luego de asumir, sigue siendo una apuesta al vacío.
Urgidos por la necesidad de gobernar, los intendentes radicales (alrededor de 120 en toda la provincia) hicieron rancho aparte, aunque sin esquivar enfrentamientos. Marcos Ferrer (Río Tercero), Oscar Saliba (Huinca Renancó), Gustavo Botasso (Hernando), Luis Picat (Jesús María) no logran liderar un bloque compacto. Ni siquiera acordaron posición sobre la eventual derogación del límite a la reelección. Tampoco la Casa de Trejo, gobernada por el radicalismo, ofrece soluciones. Ha dejado de producir cuadros útiles a la vida partidaria (Brenda Austin acaba de terminar su cuatrienio en Diputados, criticada por el mestrismo) y, salvo Hugo Juri, que como ha sincerado a la prensa ofició de referente de un grupo que ya estaba armado y no procurará incidir en candidaturas futuras, nadie aglutina el liderazgo de todo el espacio. Recorren la arena, fraccionando las preferencias, tres candidatos, todos surgidos de Franja Morada: los ex decanos Boretto y Conrero, más Rogelio Pizzi, titular de Ciencias Médicas. La dispersión alimenta más candidaturas, aun dentro del radicalismo.
En un momento difícil de la política cordobesa y nacional, se requiere que el partido centenario sea el dique de contención que permita articular consensos ineludibles. Pero esa UCR en la que Córdoba ha sido tan importante lleva demasiado tiempo de espaldas al sentido común. Fracasó en la articulación de un bloque opositor nacional y local, en la renovación de autoridades partidarias, en la definición de candidatos. No tiene una política municipal. Puede malograr la recuperación universitaria lograda en 2016. Herida gravemente por lesiones autoinfligidas, parece desangrarse, aunque se cuenten por miles quienes desean otorgarle otra oportunidad. “Una sensación de alivio se respira en el mundo donde me muevo: ha ganado Alfonsín y, con él, la promesa de un nuevo comienzo” recupera Torré en su diario publicado a cuatro décadas de escrito; quizá consciente de que se necesita a la UCR, como siempre, o como nunca.