Florencia Roux, estudiante de la provincia de Buenos Aires, comparte su mirada y palabras acerca del libro “El Pintado” de Maximiliano Gomez
“El pintado” es una localidad de la provincia de Chaco, en Argentina, donde vive la oprimida comunidad Wichí. Se encuentra atravesada en parte por la plantación forestal del “Impenetrable”, una región de bosque nativo de más de 40.000 km2.
La historia que da nombre al libro está protagonizada por Quique, un hombre discriminador, abusador y misógino que odia a toda comunidad y colectivo existente y deja muy explícito que sólo quiere a su propio hijo, porque claro, es varón. Irónicamente podríamos decir que lo ve como a “la niña de sus ojos”. Un hijo del patriarcado detestable que culpa a todo lo que lo rodea de la infeliz vida que lleva y que es incapaz de cambiar, aunque al final podamos decidir tenerle compasión suficiente como para creer que su forma de ser “está justificada”. Yo creo que no. Trabaja como vendedor para una empresa y se encuentra varado por la pandemia en un “hotelucho” de un pueblo chaqueño, del que decide salir para volver a su ciudad cueste lo que le cueste.
Hi’no es un niño de 8 años perteneciente a la colectividad que había salido a pasear por la selva que rodeaba su casita (la “ele zlokwe”, “guarida de loro”), y en un descuido terminó confundiendo el rumbo, perdiéndose. Caminaba saboreando su “atsaj”, su comida favorita, preparada por su abuela Najwetaj Tiluk o Naj, como él la llamaba. Todo el que lo conoce sabe que Hi’no es de espíritu solitario y disfruta mucho de andar por ahí, colgado de ramas y lianas, explorando la madre naturaleza, hablando solo o con los animales que se encuentra. Al llegar el atardecer, tiene un encuentro inesperado: una figura femenina de dientes afilados y ojos horrorosos, Ajataj, que, según las creencias wichis, augura la muerte a cualquiera que la contemple. Pensando en su querida Naj, decidió que haría lo imposible por evitar que Ajataj lo alcanzara y comenzó a hacerse camino nuevamente con ayuda de sus manos, entre yuyos y piedras, acelerando el paso. Al visualizar un camino de tierra, un poco más allá de la selva, supo que debería apurarse a cruzar al otro lado, porque fuera del yuyal estaría más desprotegido ante la tenebrosa figura.
Aquí, ambos destinos se cruzan en un espantoso accidente. Quique, como es de esperarse, culpa al pequeño niño (“un pichón de indio” que, si no hubiera sido atropellado por él, “igual se hubiera muerto de hambre”) y cree que se saldrá con la suya, puesto que en ese camino perdido en medio de la nada, nadie pudo verlo… pero mientras se aleja entre carcajadas del lugar, verá que no será tan sencillo. Las entrañas de la madre selva no son tan apacibles como parecen…
De esta historia principal se desprende el relato “El chamán”, transcurrida en un tiempo anterior. Retrata y denuncia cómo el hombre desde tiempos arcaicos hace uso y abuso de su religión para “conquistar” regiones, subyugando todo y a todos. Los dioses wichis se contentaban con atender a su pueblo, mientras que el dios del hombre blanco parece exigir al portador de su palabra dominar a todos los hombres de la tierra.
Maximiliano entremezcla el horror de la situación con la magia que surge de la fe, entre animismos y chamanismos, rindiendo culto a los seres de la naturaleza, de los Wichís y poniendo de manifiesto el atropello sufrido no sólo por esta comunidad sino por todos los pueblos originarios. El modo de escribir del autor es absolutamente hipnótico, devoré el libro en cuestión de horas y me parece que ha sido capaz de revivir las creencias silenciadas y de darles voz a los oprimidos. Los invito a sumergirse en una lectura que sé que no van a olvidar.
Para conseguir el libro se deberá escribir al mail jmaximilianogo@gmail.com o al Instagram @maximiliano.ficcion.
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