Alain Mabanckou es un escritor congoleño, nacido en 1966. Reparte sus días en tres espacios muy diversos: el Congo, Francia y Estados Unidos. Si bien comenzó escribiendo poesía, es hoy un reconocido novelista en lengua francesa. Traducido a varios idiomas, ha recibido asimismo numerosos premios y distinciones, entre ellos el premio Renaudot, en 2006, por “Memorias de un puercoespín”; y por “Vaso roto”, el premio de los Cinco Continentes de la francofonía, en 2005.
La literatura africana llega a nuestro país a cuentagotas. Por un lado, depende del interés de los traductores, y por otro, del interés de las editoriales. En Argentina algunas editoriales independientes, como Empatía, dirigida por Marcela Carbajo y establecida en Buenos Aires; Alción y Eduvim, de Córdoba; o Evaristo, dirigida por Roxana Artal, han contribuido a la visibilización de la literatura africana.
Literatura que, por cierto, responde a un universo complejo, ya que solemos entender África como una totalidad, y esa totalidad viene dada, en realidad, por Occidente, tal vez a partir de la Conferencia de Berlín, en el siglo XIX, donde Europa se reparte el continente africano. La complejidad histórica y política de África no puede estar ausente de su literatura y, al mismo tiempo, dicha complejidad nos devuelve una literatura rica y profunda, lejana a la moda.
De todos modos, el estereotipo de “lo exótico” todavía sigue dando vueltas en las cabezas occidentales, sin darnos cuenta de que existe una literatura africana de peso.
La editorial Edhasa acaba de publicar, este año, “Ají Picante”, una de las novelas de Alain Mabanckou. Autor prácticamente desconocido en nuestro país y reconocido en los ámbitos de lengua francesa.
“Ají Picante” es el apodo del protagonista, un muchacho criado en un orfanato. Allí recibe, por parte de un sacerdote del Zaire, un extraño y largo nombre en lingala: “Tokumisa Nzambe po Mose yamoyindo abotami namboka ya Bakoko” que traducido significa: “Demos gracias al Señor, el Moisés negro ha nacido en tierra de los ancestros”.
La novela está divida en cuatro partes. Las dos primeras, más extensas, se corresponden entre sí. La primera parte sucede en Loango -lugar del orfanato- y la segunda en Pointe-Noire, capital económica de la República del Congo, en donde “Ají Picante” encuentra “asilo” en la casa de Madame Fiat, que es un Lupanar. De una manera amable, Mabanckou incorpora en la novela un momento significativo de la historia contemporánea del Congo. El protagonista asiste a la irrupción de la revolución de 1970, que confiere al país el nombre de República Popular: gobierno socialista, como muchos otros de la región africana, alineados con la URSS. El orfanato de Loango, animado otrora por el sacerdote del Zaire (el otro Congo, llamado “Belga”, y hoy denominado República Democrática del Congo), deja fuera todo tipo de formación cristiana y pasa a convertirse en un laboratorio de la revolución.
Adiestramiento y formación ideológica impartida por los severos guardias y su director, donde se mezclan las cuestiones políticas, el nepotismo y las beligerancias tribales internas. “Ají Picante” escapa y va de Loango a Pointe-Noire. En el orfanato queda su amigo del alma, “Bonaventure”. El lector ingresa en el mundo itinerante y desolado de una pandilla, siguiendo los pasos de “Ají Picante”, que pasará del orfanato a un presidio.
Personaje aprisionado en el dolor que pasa por diferentes maneras de clausura.
La genialidad de la novela está, tal vez, en que Alain Mabanckou muestra ese derrotero sin golpes bajos y sin sensiblería. Una escritura aguda y firme, coherente también con las postulaciones de su reconocido y mordaz ensayo, que fue publicado en España con el título de “El llanto del hombre negro”, en 2012, donde dice: “Alterando el título de filósofo, te diré que hoy en día existe también lo que llamaré el llanto del hombre negro. Un sollozo cada vez más ruidoso que definiré como la tendencia que anima a algunos africanos a explicar las desgracias del continente negro –todas sus desgracias- a través del prisma de su encuentro con Europa. El llanto de estos africanos alimenta sin descanso el odio contra el blanco, como si la venganza pudiera suprimir las ignominias de la historia y devolvernos el pretendido amor propio que Europa habría violado. El que odia ciegamente a Europa está tan enfermo como el que se fundamenta en un amor ciego por el África de antaño, un África imaginaria que habría atravesado plácidamente los siglos, sin enfrentamientos, hasta la llegada del hombre blanco, que vino a trastocar un equilibrio sin fisuras”.
“Ají Picante” es una novela cruda, no exenta de ternura, y con algunos guiños interesantes sobre la historia del Congo. Historia local que se universaliza a través del estilo, y muestra una literatura africana desconocida y madura.