El fin de semana pasado se llevaron adelante las elecciones presidenciales más polarizadas e ideologizadas de las últimas décadas de la historia de Perú. Participó el 78% de la población, y, a pesar de que la candidata de la derecha, Keiko Fujimori, encabezó en un principio las tendencias durante el conteo rápido, finalmente el docente rural y sindicalista Pedro Castillo resultó electo como el nuevo mandatario del país. La diferencia en su favor es de, aproximadamente, unos 40.000 votos, aunque aún quedan aproximadamente 500.000 por escrutar, poco hace pensar que la tendencia pueda ser revertida a estas alturas.
Se trata de un hombre que surgió, como él suele decir, de la nada”. Tiene 51 años y nació en la región andina del país. Se traslada a caballo y se hizo conocido en 2017, cuando lideró una huelga docente para exigir un aumento salarial para los profesores. Su partido es Perú Libre, conocido como el partido del lápiz” debido a la procedencia de Castillo. En términos personales e ideológicos es la antítesis de su rival, con quien, seguramente, deberá negociar. Tendrá, a priori, un Congreso muy desfavorable: tan solo 35 de los 130 diputados le responden directamente.
En el mapa electoral peruano se vio una polarización clara, no solo ideológica sino también de ingresos, cultural y geográfica. Mientras que Castillo arrasó en la zona centro-sur del país, con porcentajes de hasta el 80%. Keiko ganó por amplio margen en el centro-oeste: Lima, y Callao, las dos ciudades con más votantes del Perú. Es decir, el interior profundo, rural y empobrecido votó en masa por el candidato de la izquierda, pero tanto las clases medias-altas como los sectores populares urbanos se inclinaron de manera contundente por Keiko.
La campaña de desprestigio contra Castillo, que alertaba de una supuesta venezualización” del país, al mismo tiempo que reeditaba el lema comunismo o libertad”, dio sus frutos. Pero esto no le alcanzó a la derecha. Fujimori, que fue a votar con una tobillera electrónica debido a que se encuentra bajo libertad condicional, intentará mantenerse como la principal opositora al nuevo gobierno. Apenas las tendencias comenzaron a mostrarse en su contra, salió a denunciar fraude y exigir un recuento.
Keiko es hija del ex dictador peruano Alberto Fujimori, que gobernó durante la década de los 90 y actualmente se encuentra preso por delitos de lesa humanidad. Durante la campaña había asegurado que indultaría a su padre en caso de ser electa. Se revindica abiertamente de derecha, al mismo tiempo que se muestra heredera del legado político de su padre. Ya había perdido la segunda vuelta de 2016, contra Pedro Pablo Kuzcynski, por un margen similar al actual. Una novedad para la última campaña de Keiko es que contó con el apoyo de la totalidad de las élites peruanas, incluyendo al premio Nobel y ex candidato presencial Mario Vargas Llosa. El autor de La ciudad y los perros” históricamente se enfrentó al fujimorismo, e incluso fue derrotado por Alberto en 1990. Esta vez decidió apoyar a la hija de su antiguo enemigo político, ya que, dijo, Pedro Castillo es un peligro para la democracia” por sus propuestas de izquierda.
El virtual presidente electo es un hombre de izquierdas, y su campaña estuvo a la izquierda de todas las candidaturas latinoamericanas con posibilidades reales de llegar al poder en los últimos años. Pero Castillo no es ajeno al fenómeno de los gobiernos populares que llegaron desde los años 2000. En las últimas semanas recibió el apoyo explícito de ex mandatarios de esa corriente, como Pepe Mujica, de Uruguay, o Evo Morales, de Bolivia. Precisamente, el fenómeno con el que pueden encontrarse paralelismos es el Movimiento al Socialismo (MAS) de Morales: ambos vienen de extracción sindical, y los dos cuentan con el apoyo de la población indígena y de los campesinos.
Aunque el frente electoral de Castillo es muy heterogéneo: integra a campesinos, evangélicos, sindicalistas, y progresistas. Es importante comprender la dinámica de los procesos nacional populares latinoamericanos para lograr entender quién este candidato sui generis, de dónde viene, cómo piensa, y de qué manera podría gobernar. Pedro Castillo es evangelista, al igual que sus padres, campesinos analfabetos que adquirieron sus tierras gracias a la dictadura nacionalista del general Velasco Alvarado, a quien el presidente electo revindica. Su mayor desafío será, en principio, ponerle fin a un período largo de inestabilidad política e institucional (en el actual mandato constitucional pasaron cuatro presidentes, y los últimos cinco mandatarios electos democráticamente terminaron presos por corrupción). Luego se verá si efectivamente puede implementar su programa, verdaderamente revolucionario no solo para Perú sino para el actual contexto político latinoamericano. En caso de lograrlo, estaremos frente a una nueva revolución en Perú, similar a la de aquellos generales de principios de los 70, truncada por otro golpe militar de corte liberal. Castillo promete una revolución profunda y a largo plazo, dependerá de su muñeca política llevarla adelante.