Boris Johnson se encuentra atravesando las horas más aciagas de lo que lleva de mandato. Probablemente, incluso, si los acontecimientos continúan este curso, también se trate de los momentos finales de su estadía en el número 10 de Downing Street. Al problema de haber celebrado una serie de fiestas, abusando de sus privilegios, cuando gran parte del Reino Unido se encontraba bajo confinamiento estricto dictado por él mismo, ahora se le agrega el haber mentido sobre esto en repetidas ocasiones. Inclusive, no dijo la verdad cuando se presentó ante el Parlamento para intentar “explicar” lo sucedido. Su alocución no sólo no convenció ni a propios ni a extraños, sino que provocó que distintos sectores de la oposición, encabezada por el Partido Laborista, comiencen a pedir, directamente, su renuncia. Entre los que están presionando por la salida del primer ministro también se encuentra un importante sector de diputados conservadores, es decir, miembros de su propio partido.
El conservador afirmó ante los parlamentarios que “desconocía” que el encuentro de más de 100 personas se trataba de una “fiesta”. De acuerdo con el primer ministro, pensaba que, en realidad, era una “reunión de trabajo”. Además, aseguró que no creía que fuera “contra las normas” que él mismo había establecido. Aunque dijo categóricamente que nadie le advirtió que la fiesta era ilegal en ese contexto, fue contradicho por su propio ex mano derecha, el ex jefe de personal de Downing Street, Dominic Cummings. Johnson declaró que: «Mi recuerdo es haber salido al jardín durante unos 25 minutos, lo que implícitamente pensé que se trataba de un encuentro de trabajo y de haber hablado con el personal dándole las gracias». Según Cummings, él mismo le advirtió a Johnson que si llevaba adelante este encuentro podría repercutirle en su contra de cara al futuro cercano. Para ese entonces, las invitaciones por mail ya habían sido enviadas a los asistentes por el secretario privado de Johnson, Martin Reynolds.
Las fiestas no sólo se realizaron al comienzo de la pandemia, cuando los números de contagios y de muertos crecían dramáticamente en el Reino Unido, uno de los países más golpeados por el coronavirus. En abril de 2021 también se llevaron adelante dos fiestas que provocaron indignación en distintos sectores de la sociedad británica, especialmente en el seno del propio Partido Conservador. En las vísperas del funeral del príncipe Felipe, consorte de la Reina Isabel II, que había fallecido recientemente, Johnson decidió, de todas formas, proseguir con la celebración de esos encuentros. Esas fiestas sucedieron en la oficina de Johnson en Downing Street, y asistieron cerca de 30 personas. Se trataron de despedidas de dos miembros del personal, pero todavía regían restricciones a los encuentros sociales, además de que fueron la noche anterior al funeral, cuando había luto oficial en todo el territorio británico.
Cummings ya había sido duramente criticado, justamente, por haber violado las restricciones impuestas por el gobierno durante la primavera de 2020, al trasladarse dentro del país con su familia durante el confinamiento, lo cual estaba estrictamente prohibido en aquel entonces. Tanto su comportamiento como el de Johnson contrastan fuertemente con el de, por ejemplo, la reina Isabel, que se sentó sola en el funeral para cumplir con las reglas del distanciamiento social. Esto generó aún más indignación contra el primer ministro y su círculo más cercano, al que acusan, no sin hechos concretos para hacerlo, de sentirse por encima del resto de sus compatriotas. Por lo pronto, Johnson busca salvarse al echar a varios de sus funcionarios. Al mismo tiempo, anunció una serie de medidas, como la de enviar al ejército a controlar la inmigración irregular en el Canal de la Mancha, o congelar la financiación pública de la BBC, algo muy pedido por los conservadores.
Pero la credibilidad de Johnson parece haber sufrido un golpe del que probablemente no se recuperará. Mucho menos con medidas de ese tipo, o como la de prohibir el alcohol en Downing Street para “acabar con la cultura alcohólica del gobierno británico”. Lo cierto es que los privilegios y abusos de las elites y las clases gobernantes quedaron más patentes que nunca durante la pandemia, donde no cumplían ellos mismos las reglas impuestas al resto de la población para evitar los contagios masivos. Este tipo de actitudes de los poderosos contribuyen a socavar los vínculos entre quienes gobiernan y la gente de a pie. Sin caer en moralismos, es importante que los gobernantes puedan cumplir, por lo menos, las mismas leyes que los demás ciudadanos, especialmente, cuando se trata de momentos de profunda incertidumbre y excepcionalidad como lo son los tiempos de pandemia. Boris Johnson está a punto de pagar caro no hacerlo. Quizás, puede servir de ejemplo para que, en el futuro, este tipo de comportamientos no vuelvan a repetirse.