El próximo domingo se llevarán adelante las elecciones presidenciales de primera vuelta en Colombia. Se producen en medio de un contexto enrarecido, donde el principal candidato opositor, Gustavo Petro, tiene que realizar sus actos con fuertes operativos de seguridad e incluso utilizar chalecos antibalas. Sumado a eso, en las últimas semanas, Petro profirió en numerosas oportunidades denuncias de un “golpe a las elecciones”, es decir, un supuesto fraude. Esto no es solo una idea del candidato del Pacto Histórico, sino que también fue secundado por distintos sectores del arco político colombiano. Entre ellos, el ex presidente Andrés Pastrana, que se mostró preocupado e invitó a Petro a su casa. Cabe aclarar que el ex presidente es uno de los principales oponentes políticos e ideológicos del izquierdista ex alcalde de Bogotá.
De acuerdo con la mayoría de las encuestas, y los resultados de las elecciones legislativas del pasado marzo, Gustavo Petro podría convertirse en el primer presidente de izquierda de Colombia, aunque no está claro si le alcanzaría el apoyo popular para triunfar en una primera vuelta. De hecho, lo más probable es que nuevamente se meta en un ballottage, como ya hizo en los comicios de 2018, donde perdió con el actual mandatario, Ivan Duque.
Lo cierto es que, en un contexto de crispación, confusión y esperanza, las elecciones del domingo podrían suponer un quiebre histórico en la política del país cafetero.
A pesar de que Duque afirmó en los últimos días que si pudiera presentarse a los comicios podría resultar triunfador, la popularidad del Gobierno se encuentra en su momento más bajo. Esto se suma a la debacle de la fuerza política a la que pertenece, y que dominó su país durante las dos primeras décadas del siglo XXI. El Centro Democrático, y el uribismo en general, sufrieron una debacle estrepitosa en las legislativas de marzo. El prácticamente nulo apoyo popular de Duque y de su jefe político, Álvaro Uribe, pudo verse patente en las protestas multitudinarias que asoman al país desde hace varios años, profundizadas luego de los daños provocados por la pandemia. Actualmente, los números de la economía no presentan, para nada, un escenario auspicioso socialmente. De acuerdo a la Dirección Nacional de Estadísticas de Colombia (DANE), cerca de dos millones y medio de hogares consumen dos comidas al día, mientras que alrededor del 20% de las familias se encuentra bajo la línea de pobreza.
Al mismo tiempo, el discurso y la figura de Uribe se encuentran asociadas estrechamente a la corrupción y al narcotráfico. Ni Uribe ni los políticos tradicionales del país parecen ya interpelar a su propio pueblo, una sociedad particularmente desigual que sufre desde hace demasiado tiempo no sólo las revueltas violentas, sino también las masacres perpetradas contra militantes sociales o lideres comunitarios.
Sumado esto al inmenso poder del que gozan las fuerzas de seguridad colombianas, muy superior al que tienen en otros países de América Latina. La policía es parte del ministerio de Defensa, y de acuerdo con sus estatutos, su mayor objetivo es luchar contra “las guerrillas marxistas”. Esto permite que sus miembros sean juzgados por tribunales especiales integrados por sus pares y no por la justicia civil.
Uno de los grandes escollos que tienen Petro y su coalición es que, hasta ahora, la izquierda en Colombia siempre fue identificada con las guerrillas y los grupos insurgentes. El mismo Petro integró el grupo guerrillero Movimiento 19 de Abril, más conocido como M-19. Aunque lo hizo a finales de los 70, y con apenas 18 años, sus detractores no se lo perdonan. En paralelo a esto, Petro desarrolló una actividad política legal que lo llevó a ser concejal de la ciudad de Zipaquirá. En aquel momento, aunque Colombia no atravesaba una dictadura militar propiamente dicha, regía un Estado de Sitio casi permanente. En 1984, Petro ingresó a prisión. Al año siguiente, mientras Petro estaba en prisión, el M-19 protagonizó la sangrienta toma del Palacio de Justicia, donde murieron 98 personas y desaparecieron otras 11. Finalmente, la guerrilla se desmovilizó en 1990, tras los acuerdos de paz establecidos con el gobierno del entonces presidente Virgilio Barco. Luego, Petro retornó a la vida civil. Intentó sin éxito ser alcalde de Bogotá en 1997, para finalmente lograrlo en 2012, previo paso por el Senado.
Colombia nunca tuvo a un presidente que se reivindicara realmente de izquierda. Durante los tiempos del “giro a la izquierda” en América Latina, Uribe se enfrentó abiertamente al chavismo y a los gobiernos progresistas. Lo más cercano podría haber sido Jorge Eliécer Gaitán, del Partido Liberal, cuyo asesinato en 1948 desató el llamado Bogotazo y dio el pistoletazo de salida a una cruenta guerra civil entre los liberales y los conservadores, con más de 200.000 muertos. Entre los años 70 y 90, los carteles de la droga asesinaron a cuatro candidatos presidenciales. Tras el final de la guerra civil tanto liberales como conservadores se alternaron en el poder, marginaron a las fuerzas políticas de izquierda, y establecieron un “sistema” político donde nada cambiaria en medio siglo. Hubo un consenso absoluto entre ambos partidos respecto de combatir a las guerrillas y de no transformar las estructuras sociales, con una desigual distribución de la tierra y del ingreso. Esto puede comenzar a cambiar el domingo, si es que las fuerzas de la historia, por una vez, deciden ser benévolas con los colombianos.