Todos los 9 de mayo se celebra en Rusia, Bielorrusia, y la amplia mayoría de las ex repúblicas socialistas soviéticas el Día de la Victoria, donde se conmemora la victoria de la Unión Soviética sobre los nazis. Fue a las 0:43 hs. de Moscú cuando la Alemania nazi, representada por Wilhelm Keitel, firmó la rendición incondicional en Berlín ante el mariscal del Ejército Rojo, Gueorgui Zhúkov. Este acto daba por finalizada la Segunda Guerra Mundial, es decir, la contienda más sangrienta de la historia de la humanidad.
Si bien, el conflicto continuaría unos meses más en el Pacífico, hasta las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, es el 9 de mayo cuando la Alemania nazi fue definitivamente derrotada. A partir de 1965, se estableció el Día de la Victoria como una fecha patria nacional, aunque los desfiles en la Palza Roja de Moscú comenzaron en 1946 (se dejó de celebrar durante unos años tras la disolución de la URSS en 1991, pero volvió a conmemorarse en 1995, bajo el gobierno de Boris Yeltsin, aunque de una manera marcadamente menos masiva).
Durante el mandato de Vladimir Putin la fecha volvió a adquirir un significado mayor, similar al de sus primeros tiempos. Hoy funciona no sólo para celebrar las glorias pasadas de la URSS o como factor aglutinante, sino, especialmente, como vínculo de unidad para Rusia con el resto de su historia reciente. Se espera que la próxima celebración sea todavía más grande que la de 2015, cuando se cumplió el aniversario número 70 de la victoria de los soviéticos sobre los nazis. Allí habían participado 16.000 soldados rusos, 1.300 de 10 países ex soviéticos, 150 aviones y helicópteros de guerra, y 200 vehículos blindados. Para Putin, muy consciente de la importancia de la historia, la religión, y las hazañas del pasado como elementos aglutinadores de las sociedades, la fecha siempre sirvió para trazar una continuidad con los grandes líderes de la historia rusa, sin por ello necesariamente tener que revindicar el sistema económico soviético, con el cual no comulga.
Mientras tanto, los enfrentamientos en Ucrania continúan, con pocas posibilidades reales de que terminen pronto. El conflicto parece incrementarse, especialmente, las tensiones que involucran a terceros países, caso de Moldavia (vía Transnistria), o de Finlandia y Suecia, cuyo ingreso a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) es un factor más de la discusión actual. El Kremlin acusa justamente a la OTAN de estar librando una “guerra proxy” en Ucrania, es decir, de utilizar a Kiev para pelear contra Rusia.
Para el canciller ruso, Serguei Lavrov, Occidente está armando a Ucrania como su representante para librar una guerra contra las tropas rusas al enviar armas y ofrecer apoyo económico o logístico. La OTAN no puede involucrarse directamente, porque, si lo hiciera, la posibilidad real de una tercera guerra mundial estaría más cerca que nunca.
En el contexto de lo que, hasta ahora, de acuerdo con Rusia, es apenas una “operación militar especial”, en Ucrania el nuevo aniversario del Día de la Victoria es visto con una mayor expectativa por el resto del mundo. No son pocos los rumores que afirman que se podría tratar del verdadero “inicio” de una guerra propiamente dicha contra los ucranianos. Por ello, todos los ojos estarán atentos sobre el Kremlin.
No es casual que, a la hora de justificar la invasión, Putin y sus funcionarios hablen permanentemente respecto de la necesidad de “desnazificar” Ucrania. Esa cuestión es extremadamente sensible para un pueblo que históricamente se vanaglorió de derrotar a la amenaza nazi con un enorme costo en vidas humanas y una historia de sacrificio heroico. Hoy Putin intenta recordar esa lucha para apropiársela a la hora de extrapolarla a lo que sucede en Ucrania. Por supuesto, el escenario hoy no es ni remotamente parecido. Si bien, no hay inocentes en esta historia, es difícil ver a Rusia como un país “liberador”, como efectivamente lo fue durante la Segunda Guerra Mundial.
27 millones de soviéticos murieron durante la guerra. Esto marcó como pocos acontecimientos en la historia a la sociedad del país, algo que permanece hasta el día de hoy. Para los rusos, luchar por su patria es un honor sin parangón. Esto explica, en parte, que las manifestaciones en contra de la guerra con Ucrania sean relativamente minoritarias. Aún a pesar de que las cifras de muertes rusas aumenten día a día y que los resultados conseguidos no hayan sido, por ahora, los esperados.
Putin ha afirmado que negar de manera tajante el pasado soviético sería decirle a cientos de millones de personas que vivieron toda su vida e hicieron enormes sacrificios “por una ideología equivocada”. Quizás el recuerdo de los casi 30 millones de hombres y mujeres soviéticas que dieron la vida por librar a toda la humanidad del yugo nazi haga reflexionar a los rusos, y el conflicto no pase a mayores. Una lectura en el sentido contrario no sólo sería equivocada, sino catastrófica para el futuro de la Tierra.