Mientras Kemal Kilicdaroglu, principal candidato de la oposición, cerró su campaña presidencial ofreciendo una ofrenda a Kemal Atatürk, considerado el padre de la Patria y hacedor de una Turquía laica y democrática, su rival, el hombre fuerte del país desde hace veinte años, primer ministro desde 2003 y presidente desde 2014, Tayyip Erdogan, decidió realizar su último acto de campaña rezando en la ex catedral de Santa Sofía, la cuál mandó a reconvertir en mezquita durante su mandato, en 2020.
De alguna forma, esto representa muy bien la manera en que ambos deciden mostrarse hacia sus respectivos electorados. Erdogan, con su nacionalismo religioso, en medio de denuncias por un creciente autoritarismo desde hace años, y Kilicdaroglu como un hombre de convicciones laicas y democráticas. Finalmente, las elecciones resultaron en una victoria con un margen mínimo del presidente, lo que obligará a los turcos a volver a votar en un ballottage, ya que no logró superar el 50% de los sufragios necesarios para evitar la segunda vuelta, que se realizará el próximo 28 de mayo.
Kilicdaroglu busca restaurar el sistema parlamentario y la independencia del Poder Judicial turco. Durante su carrera política sobrevivió a numerosos ataques violentos, atribuidos al oficialismo, a tal punto de que se le considera uno de los políticos más atacados del país. A pesar de ello, el candidato, de 75 años, se muestra como un hombre de diálogo, calmo y reflexivo, que defiende la libertad de expresión a tal punto de alentar las mismas críticas hacia su persona y sus ideas. Nacido en una familia aleví, estudió economía y trabajó como funcionario, destacándose por su lucha contra la corrupción. Tras una carrera política ascendente, se convirtió en líder del opositor Partido Popular Republicano (CHP), y logró obtener importantes victorias electorales. Su impronta contrasta fuertemente con la de Erdogan, no sólo en los gestos y en su comunicación, sino también en sus ideas y propuestas.
Propone frenar el creciente nacionalismo y espíritu militar, al mismo tiempo que busca diversificar la representación con figuras religiosas y defensoras de los derechos de las mujeres. La importancia de las elecciones turcas no se circunscribe sólo a las fronteras del país. Tienen una gran implicancia e impacto en el escenario internacional, ya que Kilicdaroglu se muestra mucho más amistoso con Occidente al mismo tiempo que promete una posición más dura respecto de la Rusia de Vladimir Putin, con quien Erdogan siempre mantuvo buen diálogo, a pesar de que Turquía es un miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Además del desgaste lógico de veinte años en el poder, a Erdogan se le suman las dramáticas consecuencias sociales del terremoto de febrero pasado, que dejó más de 40.000 víctimas fatales, además de la inflación turca, cuyo número interanual se encuentra alrededor del 50%. Kilicdaroglu también tiene posturas polémicas: aprovechando el sentimiento anti inmigratorio producto de la recesión económica, propone deportar a millones de refugiados sirios y afganos.
Las denuncias de irregularidades se sucedieron durante todo el día de la votación, efectuadas tanto por Kilicdaroglu como por otros partidos opositores de izquierda y de distinto signo político. En los comicios parlamentarios, también celebrados el mismo día que las presidenciales, los partidos oficialistas nucleados en el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) mantienen la mayoría en el Parlamento, ya que obtuvieron cerca del 50%, lo que les otorgaría 325 de los 600 diputados. Por su parte, el opositor CHP, sumando a sus aliados, llegó al 34%, lo que equivale a alrededor de 215 diputados. Mientras que el partido de izquierda y pro kurdo, el Partido Democrático de los Pueblos (HDP) junto a sus aliados, obtuvieron cerca de 60 parlamentarios. En caso de que Erdogan sea derrotado en la segunda vuelta, esto dejaría a Kilicdaroglu en una situación de fuerte debilidad, ya que no sólo debería hacerse cargo de un país que es gobernado desde hace veinte años por la misma persona, sino que también debería hacerlo con minoría parlamentaria.
Queda claro que el país, en la segunda Vuelta, se verá fuertemente polarizado entre dos bloques prácticamente antagónicos. Los apoyos de los partidos pequeños serán clave, al igual que la pericia política que tenga el candidato opositor de mantener unida a su propia coalición. Si de algo entiende Erdogan es de cómo mantener el poder, por lo que no hay que descartar que logre, de alguna manera, ganar el ballottage. Sin embargo, la historia nos enseña muy bien que hasta los gigantes caen a veces, aunque él ruido al hacerlo sea estrepitoso. Esto es lo que teme gran parte de la región y el mundo, que sigue con atención los acontecimientos en Turquía, en un momento donde tanto los conflictos latentes como la incertidumbre respecto del futuro abundan.