Aunque ni Joe Biden ni Kamala Harris ni Donald Trump estén en las boletas, las elecciones de medio término del próximo 8 de noviembre serán claves para el futuro a mediano plazo de los Estados Unidos. Más allá de que definirán quién tendrá el control de ambas cámaras del Congreso durante el tramo final del mandato de Biden, mostrarán cuál es el estado de situación social de cara a las elecciones de 2024. La principal pregunta que surge es si, efectivamente, Trump podrá volver a ser presidente, o si los demócratas serán capaces de dar vuelta un escenario que, a priori, se les presenta a todas luces adverso. Las ‘midterms elections’ suelen ser consideradas como una especie de referéndum respecto de los dos primeros años de mandato presidencial. Por ello, el gobierno teme que el voto castigo a una Administración que pasa por su peor momento a nivel de popularidad sea alto. La inflación, la crisis económica, y la recesión en ciernes, son las grandes preocupaciones del electorado. Al igual que en 2016, 2018, y 2020, la gravitación de la figura de Trump y de su movimiento será fundamentales.
Siete de cada 10 votantes republicanos creen que Donald Trump ganó la elección de 2020, lo que deja al Grand Old Party en un escenario donde no tiene margen alguno para llevar candidatos que no se encuentren alineados casi totalmente con la postura del ex presidente y de sus seguidores más furibundos. De todos los candidatos a diputados, senadores o gobernadores a lo largo y ancho del país hay, por lo menos, 370 de los cuales han cuestionado abiertamente, o, directamente, negado los resultados de las últimas elecciones presidenciales, y, por lo tanto, la legitimidad de Biden como mandatario de los Estados Unidos. La popularidad de Trump dentro de su movimiento se mantiene intacta, aunque en realidad perdió las elecciones de 2020, es un hecho que obtuvo mayor cantidad de votos en su favor que cuando fue electo presidente en 2016, frente a Hillary Clinton. La crisis y la contracción del consumo durante la presidencia de Biden, en gran parte, heredada de su Administración y víctima del contexto internacional, hacen que el recuerdo de sus primeros años de bonanza económica se agrande con el transcurso de los días y las semanas.
Trump no ha jugado, precisamente, con un perfil bajo en estas elecciones. Incluso ha logrado imponer a algunos de sus candidatos, ‘outsiders’ del esquema republicano tradicional, resistidos por el establishment del partido. Pero personajes como el ex futbolista Herschel Walker en Georgia -envuelto en un escándalo familiar y de violencia de género-, el escritor JD Vance en Ohio o el médico y panelista de televisión ultraconservador Mehmet Oz en Pennsylvania, se han impuesto a políticos republicanos tradicionales en sus respectivos Estados. Las apuestas de Trump son altas: si el GOP gana las elecciones podrá atribuirse gran parte del triunfo a sí mismo, pavimentando así su camino de regreso a la Casa Blanca para 2024. Sin embargo, si sus candidatos poco convencionales no logran imponerse, sus posibilidades presidenciales no sólo quedarán heridas, sino que su propio liderazgo dentro del Partido Republicano se verá muy cuestionado.
Dentro del partido del elefante existen otros dirigentes con ínfulas presidenciales que, primero, necesitan sacarse de encima a Trump. Se trata de los gobernadores de los bastiones republicanos Texas y Florida, Greg Abbott y RonDeSantis, respectivamente. Ambos buscarán su reelección el 8 de noviembre, y, si se cumplen los pronósticos, eso les podría servir de catapulta para buscar la nominación de su partido de cara a 2024. Tanto Abbott como DeSantis son furiosos opositores de las políticas de Biden, se trata de políticos conservadores de pura cepa, ligados a una estirpe dentro del GOP bastante más tradicional que la de Trump, a quien nunca dejaron de ver como una figura ajena a la historia de su partido. A su vez, los problemas con la justicia que enfrenta el ex presidente desde su salida de la Casa Blanca no dejan de generar ruidos hacia adentro del partido. Hay quienes están convencidos de que Trump es víctima de una persecución judicial en su contra orquestada por el establishment demócrata, y quienes creen que el ex mandatario debe rendir cuentas a la justicia como cualquier otro ciudadano, no obstante, son pocos estos últimos que se animan a decirlo en público.
Las dudas sobre la salud mental de Biden son cada vez mayores en la opinión pública estadounidense. En las redes sociales ya son moneda corriente los recortes de discursos de Biden donde se lo ve vagando en el escenario con semblante perdido, preguntando donde estaba una congresista que estaba honrando en una ceremonia porque había fallecido, olvidando el nombre de la Declaración de Independencia, o hablando sobre la posibilidad de un “Armageddon” nuclear. La mayoría de los demócratas creen, a estas alturas, que hay algo que no estaría funcionando del todo bien en su propio gobierno. No deja de ser paradójico, por otro lado, que la edad de Trump no sea mucho menor, ya que el ex presidente cuenta con 76 años. En este contexto, queda claro que los próximos comicios son mucho más que una mera elección de medio término. Nada más ni nada menos que el futuro a mediano plazo del país está en cuestión. En un escenario internacional de guerras, recesiones y crisis económicas profundas, lo que suceda en la potencia más importante del mundo occidental sigue siendo motivo de preocupación para toda la comunidad internacional. Especialmente, cuando la institucionalidad de un país que, históricamente mostró signos de estabilidad hacia afuera, al menos, en lo formal, hoy parece cada vez más inestable y cuestionada.