Más allá de lo estrictamente militar, las consecuencias globales del conflicto entre Rusia y Ucrania ya se están haciendo sentir. Las sanciones contra Moscú no solo están afectando gravemente la economía rusa, sino también el escenario económico global. Los analistas advierten que podríamos estar ingresando en un período inflacionario mundial de hasta dos dígitos anuales.
Estados Unidos se encuentra en su peor momento en lo que respecta a inflación, de, por lo menos, los últimos cuarenta años. Muestra de ello es que, en el discurso del Estado de la Unión, en la apertura de sesiones legislativas, hace una semana, el presidente Joe Biden se refirió repetidamente a la necesidad de combatir el fenómeno y sostener el poder adquisitivo de los salarios. Con la escasez de producción, tanto de gas como de petróleo en el mediano plazo, esto no hará otra cosa que escalar aún más. La inestabilidad global comenzará muy pronto a impactar en gran medida en la vida diaria de los ciudadanos de los países alrededor del mundo.
La guerra entre Rusia y Ucrania está teniendo consecuencias hasta ahora difíciles de dimensionar, y las alianzas internacionales se están transformando en un contexto cambiante e impredecible.
En general, la mayoría de los productos que cotizan a precios internacionales han incrementado fuertes subas en las últimas semanas. Es el caso, por ejemplo, de los commodities, que se encuentran en su techo histórico desde 2006, o del niquel, que esta semana superó los 100.000 dólares por tonelada en la Bolsa de Metales de Londres, alcanzando su máximo en 15 años. Rusia suministra el 7% del mercado global. Al mismo tiempo, la prohibición de Estados Unidos y el Reino Unido del carbón, el petróleo y el gas ruso han hecho que los mercados internacionales de estos productos alcancen niveles récord de los últimos 14 años. Ahora, los países de la OPEP deberán aumentar su producción para poder hacer frente a esta situación y estabilizar los precios en el corto plazo. La Unión Europea importa el 90% del gas que consume, el 40% proviene de Rusia, a su vez, el 97% de los productos derivados del petróleo que ingresan a territorio de la UE, también es importado. En ese sentido, el peso de Rusia es muy grande.
Es en este contexto, que la situación de Venezuela como un Estado casi completamente aislado dentro de la comunidad de los países occidentales, puede comenzar a cambiar levemente en su favor. El pasado lunes, una delegación de funcionarios estadounidenses se reunieron en Caracas con el presidente Nicolas Maduro. El mandatario se refirió en muy buenos términos a la reunión, dejando casi completamente de lado su retórica antiimperialista.
El hecho de que Washington se haya reunido de manera oficial con Maduro, además, le otorga una legitimidad de la cuál no goza hace mucho dentro del escenario mundial. Si, efectivamente, la Administración Biden decide levantar las sanciones que pesan sobre Venezuela para que el país pueda retomar su peso en el mundo como uno de los principales países productores de crudo, serían noticias inmejorables para el bolivariano.
Estará por verse si este nuevo giro de la política exterior estadounidense tiene su correlato en la cancillería venezolana. Caracas hace tiempo se recostó, especialmente, en Rusia y China para hacer frente a las sanciones impuestas por las sucesivas administraciones estadounidenses, endurecidas aún más durante la presidencia de Donald Trump.
Hoy, Rusia se convirtió en el país con mayores sanciones del mundo, superando a otros países como Irán, Venezuela, o incluso Corea del Norte. En este contexto, el aislamiento casi total al que Rusia ha sido sometida por la comunidad internacional, especialmente, por los países pertenecientes al bloque Occidental, puede llegar a tener un efecto contraproducente.
Un Kremlin acorralado y convertido en una suerte de “paria” mundial sólo hará que las posturas rusas se radicalicen. Además, Moscú se acercará aún más a Beijing, lo que podría fortalecer la posición de la República Popular China en la región euroasiática, pero también en todo el mundo. Henry Kissinger decía a mediados del siglo XX que había que hacer todo lo posible para alejar a Moscú de Beijing. Hoy, por impericia o por decisión, Washington los está uniendo más que nunca. Quizás sea un signo más del cambio de balance de poder en el orden internacional, donde Occidente deje de tener el bastón de mando y pase a Oriente, más precisamente a la región euroasiática.